En cuanto conocí su existencia, por supuesto vía Sark, Librerías de Jorge Carrión (Anagrama, 2013) me hizo tilín inmediato. Nada de raro en ello: mi idílico plan cuando me llegue la jubilación es tumbarme en una hamaca y ponerme a leer todo lo que ahora no puedo. Soy el tipo de persona incapaz de salir de casa sin un libro encima porque ante cualquier contratiempo lo más importante es no perder tiempo de lectura. Alguien que es feliz con los libros desarrolla y expande esa querencia por proximidad, y las librerías están ahí, para suministrar, ofrecer, sugerir y descubrir. Así que un ensayo sobre ellas me tienta y me levanta el sentimiento.
Librerías no es un ensayo al uso, y eso siempre me gusta. No es divulgación histórica acumulada sin alma ni chicha. Tampoco luce perfil académico, lleno de citas, tesis y lenguaje áspero ante el que es necesario picar piedra. No, es otra cosa, y bastante personal, cosa que siempre agradezco. Si de algo tiene forma es de libro de viajes, un libro de viajes ciertos por las librerías del mundo o de viajes virtuales a las del pasado. De hecho, esta condición es la que en general le da orden y define los capítulos, que en su tronco central siguen una estructura geográfica —precedida por la histórica y seguida de tipologías—; aunque luego, internamente, Jorge Carrión se deja ir y alterna sinuoso en cada uno de ellos el dato histórico, la anécdota local, la conexión con determinados autores, el estallido de ideas y reflexiones, el apunte personal y autobiográfico. Y así cada uno de los capítulos se transforma en amalgama de hechos y emociones.
Jorge Carrión se deja ir, o llevar, y lo hace en un terreno como el del ensayo, donde no es habitual esa manera de escribir y reflexionar. Envuelve el dato de entusiasmo sin forzar ni perder el norte, y eso me arrastra como lector. Así, sin esfuerzo ni quererlo, me he zampado el libro en cuatro días, que como siempre digo es algo que valoro muy alto; y es curioso porque durante mi zambullida en las páginas de Librerías no dejaba de percibir de manera consciente la elasticidad de la distancia entre su autor y yo. Por ejemplo, las distancias podían ser enormes, como cuando habla del Hotel Chelsea de Nueva York y no cita a Sid Vicious, que es lo que yo hubiera mencionado en primer lugar de entre sus muchos huéspedes e historias porque soy de raíz punk. Y luego, de golpe, la distancia se puede hacer mínima con citas al tebeo The Boys de Garth Ennis.
En realidad ese trecho irregular y mutante de separación acostumbra a mantener la distancia porque los escritores de los que habla y cita son los grandes, los prestigiosos, y yo hace tiempo que abandoné su lectura porque me tiran otras cosas. También es verdad que ese prestigio es actual, porque en lo narrado queda claro que incluso si lo disfrutaron en vida, en muchos casos tampoco les permitió comer caliente con frecuencia. Y no está de más añadir que Jorge Carrión habla de ellos natural y sin pompa, y nunca viejuno porque es hombre moderno. Otra cosa es el tema de los viajes, que aportan un punto de vista personal y propio al asunto, identidad y primera mano, aunque yo, que soy un envidioso, en algún momento me dije joder con el Carrión, cuánto mundo ha recorrido, cuánta librería ha visitado, cuánto leído de camino.
Como decía, me he zampado el libro en cuatro días porque es de esos que te cogen y te llevan, y aunque no todo despertara mi interés del mismo modo, está lleno de historias y reflexiones con las que he disfrutado: de la importancia del trapero como traficante de libros, de cómo los libreros fueron los primeros en reivindicar los derechos del escritor, de libros censurados y perseguidos, de libros quemados, de cómo quienes ordenaron esas quemas habían sido frecuentes visitantes de librerías, de las que forjaron escritores, de cómo los lectores de papiros despreciaron el avance que suponía el pergamino, del nacimiento del libro popular y su industria, del intenso y hermoso vínculo histórico entre librerías y ferrocarriles, de centros comerciales que venden libros sin libreros, de la librería de la esquina y de la mítica. En definitiva, Librerías habla de los libros, de quienes los venden, de quienes los escriben y, sobre todo, de nosotros, los lectores.
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