Mi relación con el fútbol ha sufrido altibajos a lo largo del tiempo. En la infancia se producen dos grandes divisiones grupales. La primera es entre niños y niñas y apenas la experimenté porque no fui a un colegio mixto (en mi neolítico eran bastante excepcionales); hoy la observo cada día cuando acompaño mis hijos a la escuela. La segunda se produce a la hora del recreo entre los que juegan a fútbol y los que no. Fui siempre de los segundos y durante bastantes años el fútbol no me interesó lo más mínimo, e incluso supongo que en la primera adolescencia llegué a despreciarlo. En casa se hablaba de fútbol, eso sí, en esas comidas con mi abuelo que retrato en Mentiré si es necesario. Mi familia materna era del RCD Espanyol (que por entonces aún llevaba ñ) y eso que era la rama puramente catalana; curiosamente, la otra, la Fernández, que venía de Tarragona y también hablaba catalán (en la intimidad), era del Barça. Como tiré más por la materna, cuando me preguntaban de qué equipo era siempre respondía que del Español, aunque sin demasiado entusiasmo. Recuerdo que un día en clase, creo que en 1º de BUP, nos preguntaron de qué equipo éramos. En las respuestas a mano alzada conté que de 40, 26 eran del Barça, 11 del Real Madrid, 2 del Bilbao, 1 de la Real Sociedad (eran los años de las ligas vascas) y yo, el único periquito. Reconozco que esa soledad me pareció atractiva: me sentía especial y superior porque no me interesaba el fútbol, pero al mismo tiempo comprobé que si el fútbol me hubiera gustado seguiría sin ser parte de la masa. Y eso, cuando tienes 15 años, mola mazo. Aún así, seguí sin mostrar el más mínimo interés.
Canito, el Vaquilla del fútbol
Esta dinámica personal cambió con el bendito punk. El patito feo, rata pedante de filmoteca, se entregó al acorde supersónico y un fin de semana de pogo ilimitado un amigo me propuso continuar la juerga en el gol sur del Camp Nou. Me apunté porque la inconsciencia hedonista guiaba mi destino; pero aquel par de meses, observando avalanchas cada vez que el Barça de Venables metía un gol, siempre maticé que yo, en realidad, no me enteraba de nada y encima era del Espanyol. Vino a mi rescate otro colega de guateques, éste sí blanquiazul por rebeldía (su padre era un culé forofo que cuando nació su hijo exclamó “¡Mi primogénito ni será marica ni del Español!”, en el típico FAIL al que todo progenitor está abocado). Pues eso, que mi colega me vino a decir que lo del Camp Nou era para nenazas y que estaba muy mal que un periquito como yo no se educara futbolísticamente entre hombres de verdad, es decir, en el viejo campo de Sarriá. ¡Qué razón tenía! Comparar el Camp Nou con Sarriá era como comparar a Spandau Ballet con los New York Dolls, dos bandas que respeto pero que abren un abismo entre ellas. En los ásperos asientos de cemento de aquel viejo estadio descubrí la pasión balompédica y forjé mi espíritu rodeado de una fauna humana pintoresca, animando a un equipo que da la mano a la derrota y pone cuesta arriba la victoria. Aprendí que el fútbol tosco también era emocionante, que jugar mal y ganar de penalti injusto en el último minuto era la rehostia y que jugar bonito casi siempre te aboca a un fracaso de mierda. El niño que despreciaba el fútbol acabó llorado con él, por felicidad o por fracaso. Tampoco es que me convirtiera en un forofo: hace un lustro que no piso un estadio y casi nunca me paro a mirarlo por la tele, pero conozco el placer irracional que puede provocar.
Menudo rollo estoy soltando cuando en realidad he venido aquí para comentar Fútbol: la novela gráfica, el tebeo que Pablo Ríos y Santiago García acaban de publicar con Astiberri. Habrá quien diga que menuda reseña, que llevo dos párrafos escribiendo sobre mí con la excusa del fútbol, y aunque sea verdad, lo cierto es que no se me ocurre mejor manera de abordar esta novela gráfica inaudita y sorprendente. Conocía el proyecto cuando sólo era una idea que el propio Pablo Ríos me comentó en la presentación barcelonesa de Azul y Pálido, su excelente debut en largo. Lo que tardé en averiguar es que Santiago García, haciendo un nuevo alarde de su condición hiperactiva, se sumaba al proyecto. ¿Un cómic sobre fútbol un poco en la línea de No Ficción hecha la novela gráfica de Azul y Pálido? Si la idea me parecía potencialmente buena, el tándem autoral era toda una garantía y multiplicaba mi curiosidad. A priori, parecía muy fácil hacerse una idea general de cómo iba a ser, un recorrido más o menos amplio sobre el fútbol, sus historias, sus anécdotas, sus mitos, sus modas, sus pasiones, sus tópicos. La incógnita parecía ser más bien cómo Pablo y Santiago iban a hilvanar todo eso. Hace un par de semanas llegó a mis manos el resultado, y empecé a leer con ganas y entusiasmo. Cuando iba por la página 45 detuve la lectura ante la necesidad de enviar un rápido tuit:
“Llevo 45 páginas de Fútbol la novela gráfica y no se parece nada a lo imaginado. Es mejor, y sorprendente.”
Que me sorprendan de esta manera es algo que para mí no tiene precio y que valoro muy alto; supongo que es un baremo compartido entre quienes nos sumergimos en textos e historias con frecuencia. También es un terreno peligroso cuando se ha de escribir sobre la experiencia lectora proporcionada para no romper esa magia ante lo inesperado. No quiero revelar mucho, pero sí comentar algunas cosas. Antes de proseguir o abandonar, es importante subrayarles de nuevo la idea: Futbol, la Novela gráfica es una de las lecturas más insólitas que he podido disfrutar en mucho tiempo.
¿Razones? Bueno, principalmente porque el cauce que sigue esta lejos de ese que uno, más o menos, podía imaginar. Más que ir en busca de lugares comunes, aunque los hay, afronta la disyuntiva entre pasión y razón partiendo de la Teoría de juegos y su difícil encaje en un juego colectivo con infinitas variantes de incerteza (incluso en el lanzamiento de penaltis). Pero ojo, que no se trata para nada de un tratado matemático, sólo un punto de partida para contrastar la racionalidad implícita en todo juego y las intensas emociones que despierta el más mediático y seguido de todos. También porque está lleno de historias, pero no las esperables. Hay anécdotas históricas, como el sorprendente Granada contra Barbados de 1994, y otras que entran en el terreno de la especulación o incluso la leyenda urbana, formando un increíble diorama que va de la mujer que se hace pasar por hombre para jugar en primera al tabú de la homosexualidad, pasando por las disputas internas entre miembros de un mismo equipo que “se quedan en el vestuario”, la perversión que supone su carácter mediático y su vínculo con el poder político y económico, Evasión o victoria, y, claro, la memoria sentimental. Por haber, hay hasta una hermosa autoreferencia con extraterrestres.
Mi grado de sorpresa durante la lectura es creciente y al mismo tiempo muy veloz. Creciente por el uso de un narrador que tiene los rasgos y presencia física de Santiago García, pero que no es él, o no exactamente. Eso produce un choque muy curioso que va del “no sabía que Santiago García había hecho tal” al “Pero qué coño, Santiago García no tiene tal”. Lo cierto es que el resultado es muy intenso, y más cuando la historia del Cosmos de Navalcarnero irrumpe como un bofetón ante el que sólo queda seguir leyendo con la boca abierta.
Otro aspecto que me gusta mucho de Fútbol la novela gráfica es su condición de inclasificable. Escribía hace un par de semanas sobre el interés que me despierta ver como el cómic se abre a la no ficción. No sé donde leí que el gusto por ella crece con la edad, que cuando se es joven se tiende a la novela y cuando se es mayor al ensayo. En cierta forma, creo que cumplo esa tendencia y quizá eso explique mi atracción. De todas formas, el concepto de No ficción, además de engañoso, abarca una amplía gama de posibilidades: biografía, divulgación, historia, ensayo, testimonio documental, reportaje periodístico, panfleto ideológico. De todos ellos hay ejemplos en cómic y, más importante aún, afrontan el reto acudiendo a su condición de cómic y el lenguaje que le es propio, cada vez menos dependiente del modelo de otros medios como el escrito o el audiovisual. Aún así, la No Ficción tiene un gemelo oscuro, un reflejo perverso por el que siento auténtica pasión: el Mockumentary o falso documental. No es un terreno que la historieta contemporánea haya transitado en exceso, más allá de lo falso que hay en toda autobiografía (me lo van a decir a mí). En Cenizas de Álvaro Órtiz se jugaba un poco con ello, pero era una novela gráfica de ficción. Por eso creo que Fútbol la novela gráfica tiene mucho de revolucionaria, porque utiliza de manera muy brillante la verdad y la mentira, lo supuesto y lo imaginado. No es exactamente un falso documental, o quizá sí, porque el Mockumentary es así.
Un tebeo inteligente sobre fútbol, quién lo iba a decir, y encima sin acudir a la florida prosa de algunos comentaristas deportivos. Un tebeo sobre fútbol tan inaudito que gustará a los que lo desprecian tanto como a los que lo disfrutan… excepto si se es hincha de bajo instinto y raciocinio escaso. Para éstos, el equipo rival, supone un gol en propia meta en el último segundo de la prórroga, es decir, un gustazo.