Hace años que tomo buena nota de las recomendaciones de J. Sark, no puede ser de otro modo habiéndole encargado las epístolas librescas. Uno de los títulos que más llamó mi atención de la, por ahora, última entrega fue Los forajidos del Missisipí de Allan Pinkerton, aquí editado por Ginger Ape, que además estaba entre los destacados. Y lo cierto es que fue entrar el libro en la Mansión Ausente y lanzarme a leerlo. Desatendí algunas cosas porque no puedo evitar ser lector arrebatado y me duró tres días, aunque podrían haber sido menos porque es de esas novelas que se leen en un plis plás, casi sin darte cuenta; y lo de significarlo como novela es un poco así, porque lo es y, al mismo tiempo, no lo es.
Mi interés, además de la mítica del Missisipí salvaje, estaba en el nombre de su autor. Nada menos que Allan Pinkerton. Cualquier aficionado al western recordará la figura de los Hombres de Pinkerton, agentes de una agencia de detectives privados que se paseaban con traje y bigote por el Salvaje Oeste. La vida de Pinkerton y su empresa es ciertamente fascinante, aunque mucho más jugosa que su entrada en la Wikipedia es la que se incluye como apéndice en Los forajidos del Missisipí, acompañada de la de sus dos hijos, William y Robert (y que, de hecho, se pueden leer en el blog de Ginger Ape). Detective casi sin quererlo, se convirtió en jefe de los servicios de información y contraespionaje de Lincoln durante la Guerra de Secesión norteamericana. Luego, al mando de su empresa de detectives (la Pinkerton National Detective Agency), y casi siempre al servicio de la industria del ferrocarril, dio caza a la banda de Jesse James, a los Dalton, a Butch Cassady y Sundace Kid o a uno de los primeros psicópatas que marcan el inicio de la modernidad: el doctor H.H. Holmes (bien conocido en esta casa). Y no deja de ser curioso ese último apellido, porque Allan Pinkerton acabó siendo inspiración para la figura de Sherlock Holmes, y una de las aventuras de éste, El valle del miedo, tomaba como referente el caso de los Molly Maguires, la organización secreta de mineros desarticulada por sus Pinkerton yhombres. Hasta su muerte fue propia de una leyenda.
Los detectives de Pinkerton citados en La Vanguardia del 7 de septiembre de 1890
De hecho, la agencia de Pinkerton, ya al mando de sus hijos, se especializó también en fuerza de seguridad privada contratada para luchar contra huelguistas y piquetes (la modernización, ay, tiene estas cosas) y le labró una mala fama que quizá ya tenía, al fin y al cabo la cultura popular estadounidense convirtió en leyendas a algunos de los forajidos que Pinkerton perseguía (Jesse James, Butch Cassady y Sundace Kid). Es esa mala imagen la que explica esta novela cuya existencia desconocía y que forma parte de una serie en la que Allan Pinkerton relataba con detalle alguno de sus casos más famosos. Eran novelas populares, probablemente escritas por encargo y de escasa floritura, pero que leídas hoy muestran no sólo el encanto y seducción que a este tipo de relato da el paso del tiempo sino también la extraña condición, no buscada, de híbrido, de eslabón perdido entre el viejo folletín del siglo XIX y la novela del siglo siguiente, que tan menudo busca escapar de esa misma condición.
Pinkerton e hijos, Sociedad Limitada
Publicado en 1879, Los forajidos del Missisipí es, de hecho, no ficción y, si me apuran, incluso encaja mal como no ficción novelada. Hay una historia policial, sí, pero va tan directa al grano y se muestra tan objetiva que en realidad se aproxima mucho a la prensa de sucesos. Además, está narrada con la voz de Pinkerton, uno de los protagonistas de la historia, así que ahí también es testimonio de primera mano de alguien que conocía bien a las bandas de delincuentes de aquella época. El texto está lleno de comentarios y consejos sobre el trabajo de detective que Allan Pinkerton utiliza para barrer hacia casa, es decir, su empresa, y afirmar que estas cosas han de estar en manos de profesionales y que los mayores problemas siempre están provocados por los voluntarios locales o por los ayudantes no especializados que las empresas de ferrocarril contratan a bajo precio para ahorrarse algunos dólares en la factura de la agencia.
Además de lectura muy entretenida, Los forajidos del Missisipí me ha resultado de lo más sugerente. Así de entrada, su voluntad y condición sería la de literatura popular, un pulp primitivo adscrito como género al western; pero ahí metido resulta una pieza raruna porque no es una aventura de evasión y cowboys sino un documento no diré que fiel a los hechos pero sí que se ciñe a ellos sin florituras, de manera fría, directa y casi desapasionada, como un médico forense. Incluye descripciones de la sociedad de la época, como el impagable esbozo de las clases más bajas (y salvajes) que habitan los márgenes del Missisipí, basura blanca y redneck (uno de los pocos momentos en que se deja llevar por el estilo y un cierto humor); el pasaje en que relata un lichamiento popular (que describe de manera ambigua por comprensiva) o el mismo dibujo de la banda de forajidos, que pese a su violencia son muy de andar por casa, nada mitificados. Y es ahí, en ese momento, en que me doy cuenta que esta obra más que un western es un antecedente directo de la serie negra, del hardboiled, del thriller de bajos fondos. No es una observación aventurada, al fin y al cabo Dashiell Hammett antes que escritor fue agente de Pinkerton.
Ginger Ape, a quien debemos la recuperación y hallazgo, es una de las nuevas editoriales pequeñas que tanto nos alegran la vida en estos días. La edición, con papel gustoso al tacto y tipografía de la que a mis años agradezco, muestra un mimo considerable y es muy generosa en el detalle complementario. Además del apéndice biográfico incluye deliciosas ilustraciones originales, fotografías, recortes de prensa y, atención, la historieta biográfica First American Detective procedente del número 54 (noviembre de 1946) de True Comics, uno de mis queridos tebeos precode.
No hay comentarios:
Publicar un comentario