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6.5.11

TIEMPO DE OCIO, TIEMPO DE DERRIBO

tiempo de asueto

“Las horas de asueto determinan la moralidad de la nación.”
Joseph R. Fulk, delegado de educación de Nebraska (1908 aprox).

Sin duda, una frase visionara que mucho explica y es rica en matices. El término “moralidad de una nación” resulta tremebundo, sí, y verlo vinculado a las actividades que desarrollamos cuando no estamos trabajando es clarividente. Además, en el siglo que va desde la formulación de la frase hasta hoy ese tiempo de ocio, gracias a conquistas sociales, ha aumentado considerablemente en las sociedades postindustriales. Por tanto, esas horas de asueto resultan aún más determinantes. El satanista Anton Lavey dijo algo parecido desde una perspectiva más conspiranoica: dando por supuesto que a través de la televisión se controla mentalmente a la población, a mayor tiempo de ocio, mayor consumo televisivo y, por tanto, mayor control. En realidad el mensaje es el mismo pero otro el punto de vista.

Se deduce de esta frase visionaria que controlar el ocio es una forma de poder importante, clave. A lo largo del siglo pasadazo, especialmente con las dos guerras mundiales, se encumbrará la propaganda disfrazada de diversión popular. Es un ejemplo.

Si afirmamos que el objeto en qué invertimos nuestro tiempo libre resulta determinante para esa moral colectiva, también afirmamos, de manera implícita, que el tiempo no ocioso no es determinante. El trabajo, pues, ni enriquece ni dignifica, al menos de forma importante. Tampoco la educación reglada. O quizá se trate de que esas son zonas contraladas y el ocio, si no va bien encaminado, es descontrol. Una fuerza del caos. El ocio se convierte así en una puerta abierta por donde puede entrar cualquier cosa no deseada en términos grupales. Entretenimientos que configuran diferencias y diferentes. Los hachazos que propina la corrección política van por ese camino, deshabilitando tránsitos paralelos y requiebros peligrosos para la moral unívoca que nos hará miembros de una nación modélica e ideal.

La frase supone una llamada de atención que hemos visto repetirse a lo largo de los años. Joseph R. Fulk la formuló como aviso de los peligros del cine como medio de entretenimiento de masas. Las películas pervertían la moral del pueblo, una moral preconfigurada e impuesta que se ponía en riesgo. Ese mismo aviso se va a repetir con los tebeos, la televisión, los videojuegos o internet, entre otros. Los primeros sucumbieron temporalmente, como le pasó al cine. La televisión, en muchos aspectos, se ha usado para conformar morales colectivas. Un ejemplo: tres décadas de Mama Chicho forjan una sociedad que da soporte democrático a Berlusconi.

La frase también ofrece esperanzas, o al menos me sirve para reforzar esas ideas que frecuento por aquí de que lo pulp, lo pop o la subcultura abisal producen, a menudo de manera inconsciente, mensajes subversivos e ideas agitadas. La frase, en fin, me sirve para explicar de una vez qué derriba el pOp de derribo: la moralidad de una nación.


Un neoyorquino celebra la muerte de Bin Laden jaleando a las masas de Times Square disfrazado de Capitán América. Una muestra de ocio y derribo destinada a forjar la moralidad patriótica.

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