Empiezo a leer el maravilloso Frank de Jim Woodring, editado con exquisitez por Fulgencio Pimentel, y de inmediato, sin esfuerzo, me sumerjo con deleite en el insólito mundo de locura cartoon que propone. El protagonista, Frank, es un extraño híbrido animal humanizado que ni es un perro, ni es un gato y ni siquiera un conejo, es un dibujo animado antropomorfo que habita en un paisaje extraño y con sus propias reglas que enseguida haces tuyo como lector, de manera sorprendente siendo, como es, el mundo de los dibujos animados distorsionado de manera sutil y con ánimo, en ocasiones, malsano.
En el universo de Frank hay esqueletos en tinajas que invitan a fiestas de muertos, diablos-duende que fracasan en sus intentos de perversión seguramente porque no hay nada que pervertir ya, gallinas malhumoradas, hombres de mentón sobrehumano, perro guardianes de geometría arábica y cola de gato de Cheshire o un extraño hombre mitad cerdo, mitad troll que está allí para ser humillado y torturado con saña y sin remordimiento. La mayoría de objetos parten en su diseño de las curvas orientales, incluidos los habitáculos que sirven de domicilio a los personajes, habitáculos individuales que también me recuerdan, como concepto, a las casas en que viven los protagonistas de Bob Esponja.
Seguramente, una de las grandezas de Bob Esponja es ser la peúltima versión del delirio, sin duda febril, del dibujo animado antropomórfico. Pero leyendo el Frank de Jim Woodring rememoro, sobre todo, al Waldo de Kim Deitch, protagonista parcial de otro cómic soberbio: El Bulevar de los sueños rotos, aquí editado por La Cúpula. Acudo a la reseña que escribí en su momento y veo que ya expresé allí cosas que venía a escribir hoy. Iba a poner la misma cita inicial, en la que se listan a los primeros gatos de los dibujos animados, y la misma referencia al Martillo Cósmico de Robert Anton Wilson y su idea del duende mescalito como arquetipo atávico que emana de la cultura popular cuando menos te lo esperas, de Peter Pan a Mr. Spock.
Deitch se preguntaba qué fumaban los pioneros de la animación cuando crearon al Gato Felix, al gato que aparecía en los Terrytoons que adaptaban libremente a Esopo o en Oswald Rabbit creado por el gran Ub Iwerks para Disney. Este último, de hecho, nacía del éxito de las Alice Comedies que Disney realizó en la década de los 20 y en las que la niña protagonista (la actriz Virginia Davies) interactuaba con dibujos animados. Miren este Tutubo y déjen fluir la mezcla de inocencia e insania surreal que desprende.
Las Alice Comedies de Disney partían de la creación de Lewis Carroll, engranaje clave en la construcción colectiva de ese universo extraño que son los dibujos animados con animales antropomórficos (funny animals los llaman en Estados Unidos). Y tampoco hay que olvidar las historietas para prensa de los pioneros del cómic. Krazy Kat de Herriman es el ejemplo más evidente, pero no olvidemos a Winsor McCay, quien también hizo algunas de las primeras películas animadas.
No dejo de pensar que una de las más importantes aportaciones del pasado siglo XX fue, precisamente, acabar de dar forma y asentar ese extraño universo que hoy conocemos como el mundo de los dibujos animados. Estaba ahí, en la Alicia de Carrol y las ilustraciones de John Tenniel que la acompañaban, pero también antes, en viejos cuentos y fábulas y en los grabados que los representaban, y si uno escarba descubre que ya los pintaban, a su manera, los hombres primitivos en las cuevas. Sigo buscando animales antropomorfos en la cultura popular de siglos pasados y me topo con aquellos que representan hombres lobos y la intuición da paso a la certeza. En la recreación de animales humanizados hay algo demasiado complejo para ser explicado, un recoveco secreto de nuestra mente, un pasadizo de la imaginación de peligroso recorrido. Así que lo dejo aquí.
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