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4.2.11

EL RARO BAUTIZO DEL PARALELO BARCELONÉS


El Paralelo ha tenido por padrino a un astrónomo y por padres a unos taberneros. Pequeña historia científica y casera, indicadora de que todo esté escrito en las estrellas. El padrino se llamaba don José Comas y Solá, director del Observatorio Astronómico del Tibidabo. El nombre del padre, no lo recordamos. El de la madre, si. Se llamaba Ramona y era cocinera. Cocinera de Comas y Solá, moza guapa y emprendedora, novia formal del dependiente de una tienda de vinos de la barriada del Pueblo Seco. En las conversaciones del noviazgo, más prácticas que sentimentales, de pareja que piensa en el hogar permanente y en los hijos venideros más que en los besos efímeros, pensaron en adquirir, por traspaso, una taberna situada en la calle del Marqués del Duero, cercana a la del Rosal, por la que pedían quinientas pesetas y en la que él, competente en vinos y ella en guisos podrían hallar un buen negocio. Ni él, ni ella, tenían más ahorros que los precisos para compra de ropa de boda y gastos matrimoniales; pero Comas y Solá, que recibía las confidencias de la cocinera, les ofreció las quinientas pesetas, imponiendo como única condición que aquella taberna, en lo sucesivo, se llamaría «El Paralelo».

—¿«El Paralelo»? — preguntaron, atónitos, los novios.

Comas y Solá, benévolo, les explicó el significado de aquel nombre, que ellos juzgaban excesivamente estrafalario para una taberna popular, demostrándoles que un mostrador con vasos de vino y copas de anís podía ser un tributo a la ciencia, aun cuando llegase retrasado y sólo él, Comas y Solá, supiera el secreto:

—En 1792, un geómetra, llamado Mechain, vino a Barcelona — les dijo —, para la medición del arco del meridiano desde Dunkerque a nuestra ciudad. Con Mechain, llegaron otros sabios, el físico Delambre, los astrónomos y geodestas españoles, Clavijo y Peñalver, y con ellos, Arezula, el enciclopedista catalano-aragonés, adepto muy estimado de Lavoisier, y en fin, sus amigos Chaptal, de Montpellier, y Reboul, de Toulouse. Al término de aquellos trabajos, se estableció el círculo paralelo al ecuador, número 41 grados, 44 segundos, que pasa por la calle del Marqués del Duero. Perdonadme esta explicación, que juzgaba necesaria. Quiero decir que, geográficamente, vuestro barrio es el Paralelo. ¿Por qué, pues, no recoger y adoptar ese nombre para vuestra taberna?

Los novios se miraron interrogadores. ¿Qué importaba el nombre? La cuestión estaba en la taberna, los brazos de él y la cocina de la Ramona. ¿No daba el dinero el señor Comas y Solá? Pues tenía derecho a bautizarla. Y así fue, y un día apareció, en ella, un rótulo flamante que decía: «El Paralelo», nombre que fué cundiendo por el barrio, pasada la extrañeza primera.

—Nos encontraremos en el Paralelo.
—Almorzaremos en el Paralelo.
—La Ramona, del Paralelo, hace un conejo con ali-oli (ajiaceite) sabrosísimo.

Paralelo, por aquí; Paralelo, por allá. Y cuando circularon por la Avenida del Marqués del Duero, los tranvías de caballos, de Sans al Puerto, se oía a los viajeros:

—¡Cochero! Párese ante la taberna.
—¿Cuál?
—La del Paralelo.

Al llegar frente a la taberna de la Ramona, el cochero frenaba las mulas. Ocurriendo esto con frecuencia, el Paralelo se fue transformando en parada y en aquellos doscientos metros, la Avenida perdió su nombre oficial, para no ser más que el «Paralelo», y ya para siempre.

Esto no lo narra ningún libro, ni ninguna crónica. Tal vez sea la primera vez que se escribe. Nos lo contó aquel gran barcelonés que se llamó José María Pascual, redactor de la vieja «Publicidad», íntimo de Comas y Solá, en cuya casa presenció el noviazgo de la cocinera Ramona y el bautizo de su taberna. Debiera buscarse el lugar donde estuvo abierta la taberna patronímica y poner en ella la lápida natalicia del Paralelo, con los nombres de Comas y Solá y de aquellos taberneros que, además del vino, bautizaron un barrio. Después de Amilcar Barca, padre de la ciudad, nadie tuvo más fuerza nominativa en Barcelona que el astrónomo del Tibidabo y su cocinera.
Extracto de Biografía del Paralelo: 1894-1934 de Luis Cabañas (Ed. Memphis, Barcelona, 1945). Me encanta la historia que cuenta, con esa mezcla de científicos decimonónicos a la búsqueda del Paralelo y de sabiduría popular que no permite que las calles lleven otros nombres oficiales.

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