La aparición de un ensayo sobre cómics escrito en catalán es un hecho ciertamente extraordinario. Que encima se lleve uno de los Premis Octubre y que su autor sea un periodista de reconocido prestigio profesional (director del diario Avui durante casi una década, entre otras cosas) nos acerca al terreno de lo sobrenatural. Lo cierto es que Franco contra Flash Gordon de Vicent Sanchis (Edicions 3 i 4, 2009) es una lectura muy interesante.
Revelador y ameno estudio sobre la censura franquista aplicada a las publicaciones infantiles y juveniles (que es, de hecho, su subtítulo pese a incluir también un capítulo dedicado a la censura durante la Restauración y la Segunda República), toma como eje de su análisis las diferentes ediciones españolas del Flash Gordon de Alex Raymond que, al compararlas con la edición original, sirven para ir desgranando las diferentes etapas censoras de nuestra historia reciente. La decisión de acudir a Flash Gordon, que no es un tebeo español, se explica por la afición del ensayista al personaje (es un reconocido coleccionista de originales de esa etapa dorada del cómic norteamericano) pero también para eliminar el efecto de la autocensura, es decir, esa zona sombria en la que lo censurado se queda en el cerebro del dibujante español de la época y nunca llega al papel.
Una de las virtudes de Franco contra Flash Gordon es su carácter sistemático y generalista. Cada uno de los capítulos se centra en una etapa histórica perfectamente distinguible del resto (la inmediata posguerra, la irrupción de la Orden ministerial de 1955, la ley Fraga de 1966) y tiene una estructura espiral que pese a ser algo cansina y reiterativa es clarificadora e instructiva. Cada etapa se inicia con un marco histórico y político general, avanza con la censura de toda la prensa en general, profundiza en el ámbito de las publicaciones infantiles y finalmente entra al detalle concreto de cómo afecta a las ediciones del famoso personaje de Alex Raymond. Este recorrido tan sistemático convierte el libro en lectura muy recomendable no sólo para estudiosos del cómic, sino también para quien quiera sobrevolar de manera generalista y ordenada la censura franquista. A mí, por ejemplo, me ha sido muy util para conocer la legislación concreta sobre el tema, las leyes de 1955 y 1966.
También son de alabar las tareas de investigación, que podemos dividir en dos bloques. El primero centrado en la visita al Archivo General de la Administración de España, situado en Alcalá de Henares, para localizar las fichas allí conservadas del acta previa y anotada de los censores para cada uno de los números de Flash Gordon. El segundo es una meticulosa comparativa de cada una de las ediciones españolas con el original norteamericano, que se completa además con un jugoso apartado gráfico lleno de ejemplos muy bien reproducidos (algunas de las láminas son desplegables y dan al libro un punto de objeto cuidado, cosa que siempre es de agradecer).
Comparativa entre el original (arriba, en b/n) y la edición española de 1944. Como ven, el editor de la época franquista se reconvierte en modisto para cubrir las sensuales carnes de la reina Desira.
Esta comparativa es lo más divertido del libro. La sensualidad de las mujeres de Alex Raymond es la principal víctima de la censura, y todas ellas ven como sus expuestas carnes se visten y ocultan para los lectores españoles. Pero también detalles concretos, hoy hilarantes por penosos: Pequit, la amante de Gundar, se convirtió aquí en su hermana (propiciando lecturas incestuosas como ya pasó con nuestra versión fílmica de Mogambo). O el tremebundo caso de la princesa Aura, esposa que Barin, que enamorada de Flash en el original abandona temporalmente a su marido para embarcarse en una misión de rescate del rubiales piloto terrestre. Como esto de dejar al marido resultaba muy duro (el matrimonio es sacrosanto y el adulterio una lacra moral, ya saben), en la edición española Aura se queda con Barin y los editores resuelven el tema ¡borrándola de todas las viñetas de la aventura!
La obsesión censora por la sensualidad y la moral es tal que permitió que se les pasara por alto lo más obvio, en la que es, sin duda, la anécdota más jugosa, aquella en la que Flash Gordon proclama la República de Mongo y la caída del tirano Ming. Por dos veces, nadie se percató del evidente paralelismo político.
El único pero que puede ponerse, más allá de la citada redundancia en su estructura (que por otro lado tiene el beneficio de dejarlo todo claro y asentado en el lector) es que uno se queda con ganas de más, con ganas de traspasar la figura de Flash Gordon y adentrarse en la historia censora de otros personajes y en casos como el del español El Guerrero del Antifaz de Manuel Gago, que en el libro sólo se apuntan. Por cierto, tuve la oportunidad de entrevistar en directo a Vicent Sanchis para hablar del libro. Pueden escucharlo aquí.
<span>Y los textos, oiga, no hay más que comparar las dos versiones del primer ejemplo.</span>
ResponderEliminarJoder tapar así á la Reina Desira cón lo buenorra qué estaba .
ResponderEliminarLos censores franquistas como la perra del hortelano ni jodián ni dejabán joder qué asco de Fachas y ahora no dejan al juéz Baltasar Garzón ivestigar los crimenes del franquismo y quierén volver a mandar en España en forma de Partido Poular.
ResponderEliminar<span>Impresionante que se escriba y se edite un libro de estas características e impresionantes también todos los ejemplos que citas, particularmente el de la princesa Aura (que en realidad viene a ser como el invento ese del Garfield sin Garfield; si es que en el fondo en este país siempre hemos sido unos adelantados). Habrá que hacerse con él, sin duda. Gracias por recomendarlo.</span>
ResponderEliminarLógico todo. Había que evitar a toda costa que los niños de la postguerra acabaran tísicos de tanto machacársela con las hembras del tío Alex.
ResponderEliminar<span>Las tias de Flash Gordon estabán buenisimas y yo llevo 4 meses sín follar lo mismo me tengo qué ir de putas pues estoy desesperado .</span>
ResponderEliminar<span>El emperador Ming siempre tuvo mas glamour qué el generalisimo Franco.</span>
ResponderEliminar<span>Franco nunca tuvo ningún glamour simplemente era un Generalote cón voz de pito .</span>
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