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7.12.09

ESE ASUNTO DEL TERROR GRAFICO


Buceando por ese baúl de maravillas que es la Hemeroteca de La Vanguardia di con el artículo que les corpio y pego abajo, publicado el 15 de agosto de 1973 por el escritor, periodista y humorista Tomás Salvador. Enseguida pensé en publicarlo por aquí ya que, en cierta medida, certifica el auge del terror en los 70s al convertirlo en objeto para una columna de opinión en uno de los periódicos más importantes de la época; pero leyendo luego el texto me doy cuenta de que es más que eso y resulta ser una buena lectura por la acertada visión del vilano y el heroe en la cultura pop, entr eotras cosas.

ESE ASEUNTO DEL TERROR
No nos referimos al que imponen los comandos palestinos… vigorizados con sangre japonesa, ni al pavor que nos causan las facturas, ni siquiera al erizamiento capilar ante la forma de conducir de algunos. Nos referimos concretamente al terror gráfico.
No sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero si se asoman a un kiosco de periódicos verán que no menos de siete revistas se dedican al terror: «Fantom», «Terror gráfico», «Dossier negro», «Terror macabro», «Vampus», «Cuentos góticos», «Horror», amén de otras publicaciones menos periódicas, pero igualmente cultivadoras del susto en cabeza ajena.


Y si nos metemos a examinar las carteleras cinematográficas, vemos que el género ha saltado del popular «Can Pistolas» de las Ramblas a los cines más encopetados. Considerando la enorme tirada de los «Comics» —casi todos ellos impresos en Bilbao, aunque no falten los catalanes—, se deduce de que uno de cada tres de nuestros conciudadanos se llevan cada día a la boca un vampiro, un hombre lobo, o un «zombie». Mis hijos, que ya no son unos niños, se llevan a casa cada semana un montón impresionante de tales espeluznamientos y, a ratos, cuando nadie me ve, los saboreo yo también.
¿Por qué? ¿Cuál es la razón de esta curiosa moda editorial, entendiendo que nadie editaría lo que no fuese negocio? Yo he hecho una pequeña y particular encuesta. Mis hijos dicen que son muy divertidos y que lo pasan bomba cuando un sujeto se convierte en un esqueleto a menos de zamparse dos litros de sangre ajena. Además, todos estos cuentos gráficos terminan mal. Es decir, no existe ya aquella regla moral de «El crimen no paga». A esto, confiesan: «Es que estábamos hartos de que siempre ganasen los buenos».
A veces pienso que en estas últimas palabras está la clave del asunto. Pero como acusar a la juventud de algo tan monstruoso como preferir que el mal prevalezca sobre el bien es falso, conviene matizarlo un poco. Yo no creo que los chicos, o los adultos actuales, quieran exactamente que ganen los malos. Lo que pasa es que hay «malos» de malos y «buenos» de buenos. Tenemos el ejemplo de cine americano. A nadie que se haya educado, visualmente, con el cine americano —una forma de invasión cultural que ha estado a punto de idiotizarnos— puede extrañarle esta reacción. ¡Cuántas veces, viendo esos inefables filmes donde los pieles rojas eran cazados como conejos, después de ser tan malitos, por el 7º o el 5º de Caballería, banderas desplegadas y toda la pesca, hemos deseado que los indios les dieran para el pelo a los soldaditos azules! ¡Ni manera! Y quien dice indios, dice «al peligro amarillo» o el nazi, o el ruso, o el coreano. Los yanquis han usado y abusado de su tremenda arma fílmica para ser ellos los buenos y los «otros» los malos. Va por rachas, según las conveniencias nacionales.
Nace posteriormente, un cine desmistificador. Héroes bastante bestias como James Bond, con licencia para matar. Pero, con todos los respetos, a James Bond no se le puede tomar en serio. Es, eso sí, el paradigma de algo que soñamos todos, pero que ni nuestros ánimos ni nuestras grasas nos permiten. El buen burgués, que llega trinando a casa porque le han endosado una multa a causa de un mal aparcamiento, llega a creer que la sociedad está mal constituida, que él, precisamente él, es un perseguido. Y sueña con ser James Bond que, aparte de no tener nunca problemas con la grúa, las conquista a todas y además se carga a media humanidad con armas ingeniosísimas.
Un pasó más son esas películas, esos libros, donde la policía es mostrada en toda su realidad. Hombres como cada quisque, con problemas conyugales, cansancio acumulado y dificultades con las trabas legales. Hombres que incluso en su aspecto pueril son preferibles a aquellos otros ridiculizados por un detective privado más listo que ellos (?) Y a no tardar, las publicaciones, los filmes puramente informativos, que nos van diciendo, día a día, con la cruda realidad de los hechos, que la sociedad de consumo, o sociedad del ocio, está conociendo otras formas de la delincuencia _que ni soñarse podían hace cincuenta años.
La moraleja es evidente. No es que se quiera que ganen los malos. Es que se desea, incluso es necesario, que los buenos justifiquen su victoria, y que la justifiquen no sólo al pandero de una moral nacional, sino de una ética internacional. Algo que ya nuestros romances antiguos re cogían, cuando los chicos cantaban al corro: «Vinieron los sarracenos/y los dimos para el pelo/que Dios ayuda a los buenos/cuando son más que los malos». Viene todo esto a significar que el mundo ya no está para maniqueísmos de vía estrecha, que hasta los buenos deben esforzarse, con la razón, el sufrimiento y la ley al lado, para conseguir la victoria. Una victoria que, en realidad, apenas existe, porque en la vida todo es echar parches y los problemas nunca se resuelven enteramente, sino en la medida cotidiana que permite ir aguantando.
Por otra parte, esos «zombies», tales vampiros, cuales licántropos, son, en cierto modo como los «buenos» camp. Risibles de tan exagerados. No causan miedo, porque o bien regresan de la época victoriana o llegan del futuro. Porque, eso sí, gran número de nuestros monstruitos actuales vienen de planetas desconocidos, algunas veces encarnados en mujeres de formas bellísimas, ligeras de ropa y tal. Gran parte del éxito de los «Comics» reside en las heroínas tipo «Barbarella», «Jodelle», «Lone star», tan ligeras de atuendos como de costumbres, que si bien no han circulado en España, han dejado su impronta en los dibujantes, entre los cuales tenemos los mejores del mundo, pero... que trabajan para el extranjero.
Que el mundo, la Sociedad, está bastante deschavetado, no es ningún secreto. Pero pedir a los chicos actuales que lean el repelente «Juanito» es demasiado. Prefieren, eso creo, algo que no pueden tomar en serio. Las carcajadas que suenan en algunos cines cuando el vampiro de turno hace «muuu...» y sacude su capa roja, son de antología. Con los «comics» ya se ríe uno menos, y hasta a veces se piensa algo; pero todo ello no cuaja excesivamente.
Como fuere, la cosa está así. La moda impone sus monstruos, sus hombres masa, sus «spiderman», sus frankensteinitos, sus chavalas imponentes bebiendo plasma sanguíneo. A lo mejor, dentro de diez años, volvemos a las fábulas morales, al general Custer masacrando pieles rojas, el héroe guapetón que se carga sólito —sin cargar a su vez el revólver— a veinte enemigos. A lo mejor. Yo, mientras, francamente, prefiero que los malos no sean tomados en serio a que tal cosa sucediera con los buenos.
Tomás SALVADOR

Nota: las portadas proceden de Mondo Bocado.

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