“Me han dicho que te interesan las conspiraciones, chico. Esta es la verdadera conspiración: ni dioses antiguos ni alienígenas ni códigos secretos en los billetes de dólar. (La verdadera conspiración) ni siquiera es un secreto, es algo que la gente normal y corriente hace cada día para ganarse la vida. NEGOCIOS.”Me he divertido mucho con la tercera entrega de The Boys de Garth Ennis y Darick Robertson. Disfruté de la primera, pero la segunda me dejó algo psé, así que me alegro mucho porque soy de los que se lo pasan de puta madre con Ennis en plena forma, y en The Boys 3 (que recopila los números 15 a 22 USA y que aquí publica Norma) no sólo es así sino que casi funciona como catálogo de los temas recurrentes del guionista irlandés.
Tenemos humor escatológico y guarro, pasado de vueltas, contundente e incorrecto (el percance del protagonista con la menstruación de su pareja es un ejemplo claro, por no hablar del sexo anal con roedores); chulería; y holliganismo; ánimo de mofa hacia el villano de turno (aquí encarnado por El Patriota); historias de amor rosa (pese a su tamiz paródico); gore y representación explícita de la violencia; presencia de deficientes mentales que se orinan encima; crisis religiosas (católicas) en la que más que al ateísmo se llega a la conclusión de que Dios es un hijo de puta; lenguaje soez; una pasión por el género bélico muy cercana a la que Tarantino nos regalará con sus bastardos (es decir, una aproximación a la visón machote pOp de la Segunda Guerra Mundial) y que aquí se muestra en el repaso a la industria militar del siglo XX a través de la historia de la corporación Vought American. Todo elementos que el lector habitual de Ennis reconocerá de inmediato.
Además de todo eso, Ennis deja caer en este entretenido tebeo un par de detalles que me han gustado mucho. Uno es de metalenguaje del cómic book, con un personaje que ese personaje émulo de Stan Lee que narra como la industria del tebeo de superhéroes ha servido para dotar de imagen de marca a la industria militar.
Otro es la idea del superheroe resucitado como zombi con rasgos de subnormalidad profunda. Y finalmente, una visión del 11-S poco habitual de la que hablaré en un par de días por razones obvias. Por cierto, sería injusto no mentar a Darick Robertson, dibujante que se siente muy cómodo con este tipo de historias, como ya demostró con la imprescindible Transmetropolitan de Warren Ellis.
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