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20.5.09
PA HABERNOS MATAO
Me acerco al primero de los taxis de la parada y espero a su conductor, que aparece mascullando de mala gana hacia un compañero de oficio no sé qué referente a una factura. Le doy la dirección de destino y lleva la mano al aparato de radio.
−Vamos a ver si el Montilla lo ha arreglado todo.
Se escucha la voz de César Vidal hablando del aborto.
−Ya estamos con el tema otra vez ¡Mira que son pesados! −comenta el taxista y yo me alegro por un momento pensando que sí, que la Caverna está estos días muy pesada con el tema.
Pero los tiros no van por ahí.
−¡Es que es una vergüenza! ¡Una cría de 16 años no puede comprar tabaco, no puede beber alcohol y en cambio la dejan abortar! ¡Qué vergüenza! ¡O se es mayor de edad para todo o se es menor de edad para todo!
−Bueno, en Estados Unidos hay estados donde las menores se pueden casar sin permiso de sus padres.
Maldición, he abierto la boca; nunca aprenderé. Me sale natural porque precisamente escribí algo al respecto esta misma mañana aunque la cosa iba de tebeos románticos, e interiormente reconozco que no tengo muy claro si ese tipo de normas siguen vigentes en la América Profunda. Tampoco me da tiempo a meditar demasiado: mi interlocutor suelta una de las manos del volante y la eleva en el aire mientras se gira para mirarme a la cara.
−¡Los que hablan de Estados Unidos no tienen ni puta idea de nada! Mira, Estados Unidos es muy grande, más grande que Europa. ¡Hay estados que ellos solos son más grandes que Europa! Estados Unidos es muy grande y la gente no tiene ni puta idea de lo que pasa por allí. Pero ni puta idea.
Me doy cuenta de que el taxista sigue con la cabeza girada, mirándo hacia mí y no a la calle por donde circula, y doy razón a su afirmación con un tímido y milagroso asentimiento que disipa la tensión unos instantes, pero prosigue con su diatriba.
−Es que esto de las ministras es una vergüenza. Quieren controlar nuestra vida. Poner normas que entran en nuestra vida privada, nos obligan. ¡Y la gente tan tranquila!
−Ajá.
−Son todos unos politicuchos, porque yo los llamo así, politicuchos, y unos jetas.
−Ajá
−¡La Mayol!
El grito me sobresalta. Por un momento no identifico a quién se refiere hasta que caigo en la teniente de alcalde de Inicitiva en el Ayuntamiento de Barcelona, también pareja de Saura, el conseller de interior.
−¡La Mayol! −continúa−, ¿le ha visto la jeta a esa tía? De amargada y de mala leche. ¿Y no tiene tres propiedades la tipa?... pues que regale un par a los okupas si tanto los quiere. ¿Sabes lo que pasa? Que el Saura es un poco así... maricón; usted ya me entiende, y a la Mayol le falta un buen polvo. Si yo me pusiera, ya vería que tersa se le ponía la piel. Suave Suave. Es que ya no hay buenos políticos, y ni siquiera son gestores. Son una mierda. ¿Has visto los cambios de gobierno del ZP? Quito a la ministra de aquí y la pongo allí. Y luego no tienen ni puta idea de nada, porque no es lo mismo Sanidad que Educación. En Sanidad tiene que estar un médico y en Justicia un abogado. Gente que sepa. Pero ahora con el ZP te quito de aquí y te pongo allá.
−Bueno, eso ha pasado siempre.
−¡No! Esto es de ahora.
−Hombre, Rajoy fue ministro de educación, de cultura, de interior y de alguna cosa más que ya no me acuerdo.
La cago de nuevo. El taxista se gira totalmente sin prestar atención al tráfico. Veo sus ojos centellear directamente hacia mí. Diría que incluso son perceptibles unos pequeños rayos refulgentes y galvánicos que emanan de su mirada centelleante. Puedo escuchar el fiu fiu.
−Mire, le voy a decir una cosa. Yo estoy en contra de las autonomías. ¿Qué es eso de pagar 17 gobiernos? Yo no quiero ser como los Estados Unidos; además, allí se lo montan mejor, que cada estado tiene un gobernador y cuatro funcionarios. ¡Cuatro y no un millón!
¿Pero no había dicho que los que hablan de Estados Unidos no tienen ni puta idea? Mejor me callo y recupero la única estrategia válida. Asiento con la cabeza, que es lo que pide a gritos. El hombre se relaja algo y por fin vuelve a poner la vista hacia delante.
−¡Y luego está el otro! El Carod. ¡Para qué cojones queremos una embajada catalana en París! ¿Para enseñar catalán a los gabachos? No. ¡Para vivir del cuento! Y todo eso lo pagamos nosotros. Tu te vas a Segovia y tienes una carretera de puta madre gratis, y aquí a apoquinar. Y el litro de gasolina tiene un suplemento de tres centimos para la sanidad. ¡Tres céntimos por litro! ¿Sabe lo que es eso? ¡Un pastón que me toca apoquinar para que estos se den la vidorra!
Cada vez que se gira, que es constantemente, asiento, digo que sí,que ajá, ejé y lo que se tercie. Todo con tal de que ponga su vista en lo que tiene delante.
−Y la culpa es nuestra, que lo permitimos. Tendríamos que ir todos a por ellos. Pero claro, luego viene el ZP con los 400 euros y la gente traga como borregos. Sabe, hay tres cosas que son el chocolate del loro, para borregos. Una es el Estatut, que está por encima de la Constitución y eso no es posible. La sagunda es el matrimonio de los gays, que ya dirá usted como nos ayuda a llegar a fin de mes que se casen los maricones. Y la otra... la otra son los papeles de Salamanca. ¿Para qué quiere la gente una carta del abuelo?
−Hombre, hay algunas que como fondo documental pueden valer bastante.
−¡Eso no vale una mierda! No me joda. ¿No ve que son papeles viejos que no sirven para nada?
Afortunadamente llegamos a destino. Mientras estoy pagando los ojos del taxista se detienen en un paquistaní que sujeta un pack de cervazas en la esquina.
−¡Y mira ese! ¿Tú crees que hay derecho? ¿Y la guardia urbana donde está, eh, dónde está? Pues por ahí, tocando los cojones en vez de pillar a este y llevarlo a la cárcel.
−Hombre, es que no es un delito, sino una falta.
−Mire. Yo esto lo arreglaba rápido. Al calabozo a pan y cuchillo 24 horas, y si lo vuelven a pillar, 48. ¿Que otra vez? Pues 76. Y así hasta que ya verías que pronto se les quitaban las ganas del cuento este de las latitas.
Dice la frase al mismo tiempo que me devuelve el cambio, así que le deseo buenas noches y salgo del taxi pensando en el hábeas corpus. Mientras, a mi espalda escucho al paquistaní.
−¡Eh! Servesa, servesa.
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