“Dani ha vuelto a piropearme las letras y nunca sé dónde meterme cuando lo hace”.Lo escribe Rubén Lardín en la página 211 de Imbécil y Desnudo (Ediciones Leteo, 2008), así que no sé por qué me ha distinguido con el honor de apadrinar el libro en la presentación barcelonesa en la FNAC: allí hay pocos lugares para ocultarse y tampoco quedaría bien que el autor se levantara para ponerse tras una columna mientras yo me dedico a piropearle las letras a saco, Paco.
También es cierto que esta presentación tienen la virtud de que, si se quiere, pueda ser la más corta de la historia. Muchos de los que estamos aquí leíamos Imbécil y Desnudo cuando era un blog. Y todos estamos de acuerdo en que era brillante. Muy brillante. Y que por tanto el libro que lo compila es buenísimo. Y como estamos todos de acuerdo podríamos dar por finalizado el acto e irnos a emborrachar al bar más cercano para celebrar la criatura como merece.
De todas formas, voy a extenderme un poco más porque es la primera vez que apadrino un libro en acto público, y debo aprovechar la suerte que he tenido. Cuando uno tiene colegas que escriben y publican siempre corre el riesgo de que cualquier día uno de ellos te pida que apadrines un acto de este tipo, y quizás leas al ahijado y, uf, le encuentres algún pero, pero como es un colega tengas que ejercer aparcando un poquito la honestidad en beneficio de la amistad, que no es mala cosa pero tampoco el ideal. Por eso me considero afortunado, porque Imbécil y desnudo me parece brillante, de puta madre y el texto en castellano mejor escrito que he leído desde Los príncipes valientes de Javier Pérez Andujar. Así que todos los piropos que estoy soltando y con que voy a continuar son de verdad y no hijos del amiguismo bien entendido.
Llegué al blog que hoy es libro el día que Rubén, parapetado tras la firma ID, comentó en alguna entrada del Blog Ausente. Hice clic hacia su casa y tras leer lo allí escrito sentí un impulso irrefrenable. “Escribes de puta madre, hijo de puta”. Así de faltón fue mi comentario, pero alabando. Tardó poco en eliminar la opción de los comentarios. Lo cierto es que cuando le mandé la misiva desconocía que tras ID estaba Rubén, a quien no conocía personalmente pero sí de leerle en fanzines y revistas, además de un viejo blog que había escrito con su nombre. El misterio de los intervalos del silencio creo que se llamaba.
No tardé en convertirme en adicto a las entradas de Rubén. Escribía desde las entrañas, y eso siempre me cautiva; pero es que encima las entrañas de Rubén escribían de la hostia y yo me moría de la puta envidia. Las entrañas de Rubén ponían cada cosa en su sitio, cada adjetivo con su sustantivo y cada coma donde toca y en bonito. Por momentos imaginaba a su autor deteniéndose a menudo, meditando estilo, pero enseguida me percataba que aquello no podía ser posible porque ahí estaban la frescura e inmediatez negando mi visión de la jugada. Así que se producía un cortocircuito imposible: entrañas escribiendo con estilo insuperable.
Y encima me jodía no ser yo quien redactara aforismos tan puñeteramente certeros y potentes como “la mayoría de mis inquietudes vitales están reflejadas en las canciones de los Ramones”, “la vida es más hermosa y más mediterránea con Morricone”, “esto parece el blog de un marica” o aquel memorable “creo que he convertido mi vida en una película francesa” que resumía tan bien una de las grandes virtudes de Imbécil y Desnudo: el transitar de mujeres, todas esas muchachas que, circulando por la calle o charlando en las terrazas de los bares, cruzaban ante Rubén y éste convertía imperfecciones en belleza arrebatada, como debe de ser. Por no hablar de las apariciones de una diosa de belleza sin igual llamada TH.
Imbécil y Desnudo empieza cagándose en Dios y, con tremenda coherencia, termina con una entrada titulada La mierda de Dios, y por el camino se caga en sus coetáneos con la rabia que es de menester mientras el amor por la subcultura va irrumpiendo entre sus líneas. También me gusta esa atmósfera de domingo por la tarde que se respira a menudo entre sus páginas, aunque sea sábado, y, sobre todo, los remates con que finaliza cada entrada. Gloriosos exabruptos finales que redondean las entradas con imbatible brillo y esplendor, que aquí te quedas y así van las cosas y se me ha metido algo en el ojo y estoy loco loco.
Como hay que cagarse en algo y soy hijo de los blogs, porque antes del Ausente no me conocía ni mi padre, también quiero aprovechar para cagarme el puta blogosfera. No en la nuestra, claro, sino en la otra. Y es que estoy hasta los cojones. Mucho hablar de redes sociales, de periodismo ciudadano, de publicitar sin descanso tesis 2.0 y cualquier compilación geek sobre ombligos blogoesféricos, o llorar enrabietados cuando se habla de su muerte, y cuando el mejor libro en castellano editado los últimos meses resulta ser un blog, ninguno de esos otros dice nada. Y es que no sé enteran. Y aquí no menea ni su puta madre.
También habrá quien desprecie imbécil y desnudo por tener su origen como blog, así que pensaba dignificarlo acudiendo a su pertenencia al género del dietario. Ya saben, de la escuela, aquella tipología que distinguía entre novelas, ensayos, memorias, epístolas y diarios. Pero luego me he acordado del Diario de Ana Frank y se me desmonta el argumento, así que sólo queda agradecer a Ediciones Leteo el rescate de Imbécil y Desnudo, un tesoro que su autor nos había arrebatado, dejándonos a todos imbéciles y desnudos; y felicitar por esa impresionante portada de Sequeiros y por la elección de un formato pequeñito y facilón, que se acopla a lo que hay dentro y así se puede llevar encima y leer en cualquier parte, por cualquier parte. Y se me ha metido algo en el ojo.
Nota: transcripción, más o menos fiel, del papelito que escribí y puse ante mí en la presentación de ayer en la FNAC.
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