Hoy he pasado buena parte del día en el Salón del Manga. Un poco agobiado por la cantidad de gente y casi por obligación, ya que se trataba de entrevistar a los visitantes para la sección de cómics del Cabaret Eléctric. Ha sido divertido, y pueden imaginar que uno de mis objetivos eran todas esas chicas en minifalda que hacen del lugar un disfrute para los sentidos. Pero mejor no seguir por ese camino e ir directo a comentar por aquí algunos tebeos orientales leídos estos días y que bien merecen ser tenidos en consideración, en especial para aquellos que recelan de las viñetas japonesas.
El Hijo del Diablo, de Hideshi Hino (La Cúpula)
Soy muy fan de Hino; le entrevisté hace ahora un par de años y no es la primera vez que comento el gozo que me produjo descubrir su obra. Es, sin duda, uno de los grandes maestros del horror contemporáneo. El Hijo del diablo muestra un dibujo muy influenciado por Tezuka, lo que implica su carácter de obra primeriza y de formación, detalle que también se percibe en la historia, con una primera parte en la que se acude a la pata de mono, al vampiro, a Frankenstein y a la licantropía de manera un poco atropellada (pero muy disfrutable por el lector). La historia, de regusto muy clásico en tono y referentes, se cierra y reabre con una segunda parte que es casi independiente y que supone el encuentro con esa constante del niño monstruo que habita el mundo subterráneo bajo las ciudades, rodeado de desecho y ratas, que de vez en cuando se da un sangriento garbeo por la superfície. Esa mezcla de ternura y gore me parece fantástica. El giro místico final, con visita al infierno de la tradición japonesa, remata un fantástico tebeo de terror y sangre.
Bokko de Hideki Mori (Ponent Mon)
También he liquidado la lectura del cuarto volumen de este monje guerrero de carácter pacifista, especializado en enseñar tácticas defensivas. Se cierra aquí el primer arco argumental que suponen los cuatro primeros números, una historia de marcada epicidad alrededor del asedio medieval (se ambienta en la China milenaria) generosa en grandes batallas, estrategias e intrigas. Yo, la verdad, es que he disfrutado de lo lindo y lo considero uno de los mejores mangas para lectores de tebeos de todo tipo que he leído este año.
Seton, el Naturalista viajero de Jiro Taniguchi (Ponent Mon)
También me entregado, con gozo, al segundo volumen de las aventuras y vivencias de Ernest Thompson Seton, hombre que mola en su faceta de explorador aventurero amigo de la naturaleza pero que tiene un punto biográfico ciertamente oscuro: fue referente principal para la creación de los Boy Scouts. Aunque cueste no tenérselo a cuenta, a cambio nos regaló El Bosque de Tallac. El primer volumen me gustó muchísimo. Narraba un enfrentamiento real entre el propio Seton y un lobo, jefe de manada, astuto y hábil que siembra el terror entre los ganaderos de la zona. El segundo volumen, El joven y el lince, da un salto al pasado, a la adolescencia de un Seton perdido en la montaña, febril y asediado por un lince muerto de hambre. Dibuja Taniguchi en estado de gracia, así que no creo que haga falta decir nada más.
Survival (Japón en Ruinas) de Takao Saito (Ponent Mon)
Saito es famoso por un clásico absoluto como Golgo 13, así que no deberían pasar por alto este manga catastrofista de los 70. Me encanta que se reediten clásicos de este tipo. Survival parte de la premisa de que el solitario supervivente (y con él el lector) desconoce qué ha producido la hecatombe. Urbanita obligado a sobrevivir en una naturaleza también desconcertada, este primer volumen tiene un tono muy de Robinson Crusoe, aunque hacia el final se plantean las suficientes incógnitas sobre qué ha pasado para que me apunte a continuar la serie con interés, al fin y al cabo tiene un ritmo trepidante y engancha cosa mala. Hay una cierta inocencia en la forma en que se resuelven algunos problemas de supervivencia (el prota es demasiado listo y tiene demasiada suerte) pero episodios como el asedio de las ratas resultan tan emocionantes que se consigue entrar en el juego sin problemas.
Jacarandá de Shiriagari Kotobuki (Dólmen)
Alucinado me he quedado con este manga de bizarrez extrema en su propuesta. El crecimiento velos de un árbol gigantesco en el centro de Tokyo provoca la destrucción total. Los amigos del destrozo urbano pueden disfrutar de lo lindo, pero es que el tono de la historia, insisto, me tiene boquiabierto. No hay personajes protagonistas, sólo destrucción. La gente se presenta y en pocas viñetas mueren quemados vivos, aplastados. 300 págnas de continua destrucción en blanco y negro que alcanzan, al final, una abstracción de trazo grueso realmente sorprendente e inaudita. Como si Pollock se pusiera a narrar en fin del mundo, o yo qué sé porque me deja sin palabras y lo aplaudo a rabiar por radical, por extraño y por fascinante.
Gallo de Pelea de Oh Se-Young (La Cúpula)
Y para acabar, un manhwa, o manga coreano, de la mano de uno de sus autores más celebres. Si la cinematografía surcoreana lleva más de un lustro sorprendiéndome como espectador, habrá que estar atentos a sus tebeos. Esta antología del que al parecer es mayor exponente de manhwa de autor tiene por lugar común la descripción de una sociedad que ha sufrido abruptos cambios en pocos años, que es el tema coreano por excelencia, ya sea con monstruos gigantes, psicópatas de campo o, en este caso, pequeñas historias costumbristas, urbanas o rurales, históricas o modernas. Aquí estamos más por el pop de derribo, pero ya saben que también defiendo mucho el medio historieta como vehículo para contar grandes historias (aquí una docena, de las cuales la mitad merecen mucho la pena).
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