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1.9.08

EL MOTORISTA INFERNAL Y SUS COLEGAS

Cuando hace unas semanas descargaba de Datajunkie la primera aventura (de las dos que tuvo) de Hell-Rider, no esperaba encontrarme con una de las muestras más gozosas de beismo tebeíl setentero.




El impulso para bajármelo y darle un primer vistazo rápido (más importante, por no habitual, lo segundo que lo primero) era doble. Por un lado, se trataba de un tebeo de la Skywald no editado en España. La mayoría de historietas de la editorial norteamericana especializada en magazines de horror en blanco y negro aparecieron aquí en las páginas de Dossier Negro. De hecho, como dato curioso, algunas de las historietas que quedaron inéditas en origen tras un precipitado cierre editorial sí se publicaron en castellano (como es el caso del último episodio de La Saga de las Víctimas, ilustrado por un gallego a reivindicar: Suso Peña).

La Skywald, fundada por Sol Brodsky y Herschell Waldman (el nombre editorial es un acrónimo de ambos), supuso una interesante variación respecto a las coetáneas historietas de la Warren: no buscaban tanto un final de impacto sino una atmósfera propia del serial gótico, revisitado por el empeño del editor Al Hewetson. En muchos casos, las historietas de la Skywald (con cabeceras como Psycho o Nightmare como punta de lanza) tenían personaje protagonista. En los primeros años de la Warren eso era imposible: sus personajes casi nunca sobrevivían a la última viñeta.

De hecho, la mayor beneficiada por las ganas de hacer tebeos de horror diferentes fue la Marvel, que tomó como modelo a Skywald para lanzar su célebre línea de horrores semiheroicos setenteros en blanco y negro. De hecho, la culpa fue de Sol Brodsky, que abandonó su editorial para encargarse de ello en la mal llamada Casa de las Ideas, llevándose de la mano a guionistas como Gary Freidrich. Mento a Freidrich porque fue el guionista de Hell-Rider. Y llegamos así al segundo impulso que tuve para leer el tebeo recién descargado: El Motorista Fantasma, creado un año más tarde por el mismo Freidrich (en Marvel Spotlight #5, agosto de 1972). Es decir: hasta cierto punto la idea del motero de cráneo en llamas no es más que una evolución directa del efímero Hell-Rider de la Skywald, y tenía una enorme curiosidad por comprovar hasta que punto se parecían uno y otro; en realidad, las diferencias entre ambos son notables todo y compartir misma semilla: Hell-Rider resulta en comparación más contundente, explícito y adulto, detalles que en Ghost Rider se encuentran implícitos metafóricamente al ser un tebeo con satanismo aprovado por el Comic Code.


Lo que no esperaba, al hincar el diente en el contenido, era verme atrapado de inmediato por un sorprendente y agitado cóctel de rodillazos en los cojones, moteros pendencieros, traseros femeninos, flashbacks de Vietnam, drogas que te covierten en superhéroes, tráfico de heroína, chutes en primer plano, puñetazos que parten dientes, mística garrula de las dos ruedas, prostitución, lesbianismo, detalles de blaxploitation de baja intensidad, encapuchados nazis, secuaces con uniforme (disfraz) de gato, villanos con garra reráctil que evolucionan de lo perverso a lo ridículo, cantantes de soul, maltrato de mujeres, fetichismo de bota de cuero, confusiones de maletas a lo Óscar, concepto de la amistad viril como relación forjada a hostias entre machotes... Todo este repertorio, que según como se mire puede poner los pelos de punta, está tratado con la alegría y el desparpajo propios de la serie bé y el deseo primigenio de fabricar un tebeo de superhéroes para adultos fechado en agosto de 1971 (el dato temporal es importante pues revela el carácter casi seminal del tebeo) con intenciones y tratamiento muy diferentes a los que se darían una década más tarde. Ilustrado por Ross Andru y Mike Esposito, Hell-Rider supone un ejemplo de la subversión vía pop de derribo que tanto me gusta reivindicar y que me obliga, de puro gozo, a despiezar el tebeo con detalle y vestido con mi mejor traje de analista de la subcultura.

Como buen tebeo de acción trepidante, se inicia con una splash page a doble página. No la reproduzco porque viene a ser lo mismo que la portada del tebeo (que tienen al principio), pero sin jamonas ni encapuchados de fondo. De hecho, es lo mismo con una notable diferencia: la moto atraviesa una pared, entrando en una habitación, mientras sus lanzallamas pegan fuego a un par de tipos disfrazados de gatos. A partir de aquí que la cosa continúe con un par de páginas de mamporros y patadas en la boca (golpe reiterativo según pasan las páginas) no hace sino animar el asunto.

Desgraciadamente, el valeroso héroe anónimo (que dice buscar a una chica) recibe un rodillazo en los cojones que le deja fundido. Aunque ahora no lo sabemos, resulta que esta es la primera aparición de Hell-Rider en público. El hecho de que acabe recibiendo una patada en los huevos puede parecer ridículo, pero es señal de que este es un tebeo diferente.

Hell-Rider despierta prisionero, encerrado en un calabozo, así que es el momento idóneo para el clásico flashback con el origen. Verán ustedes, nuestro hombre se llama Brick Reese y era un niño de familia muy adinerada que decidió irse de casa para buscar su destino. En 1971 eso significa recorrer los EEUU en moto. En un bar de carretera conocerá a la pandilla de moteros autobautizada como The Wild Bunch. Tras liarse a hostias, forjarán una amistad viril llena de sexo y violencia.

Pero todo lo bueno se acaba. Brick es movilizado y enviado a Vietnam, donde resulta herido de gravedad.


Brick despierta en un hospital y recibe la triste noticia de que su maltrecho cuerpo no resistirá una vida normal (y menos la que llevaba).

Afortunadamente, en todo hospital militar pulp que se precie habita un mad doctor dispuesto a utilizar a los heridos como conejillos de indias.
El vínculo entre drogas y superpoderes me apasiona. La escena que se desarrolla ante nosotros es hija directa del suero del supersoldado del Capitán América. Pero esto son los 70s y nunca una viñeta había mostrado, hasta ahora, la mística junkie del pico en la vena con la consecución de poderes sobrehumanos.

Brick es ahora un machote superfuerte.


Contento con el nuevo rumbo de su vida se pilla una Harley.

Y se mete de lleno en una vida de sexo y lujuria que un buen día le lleva a una fiesta más caliente de lo habitual.
Allí descubre el voyeurismo, y oculto tras la puerta asiste a la conversación de una jamona con un encapuchado rodeado de hombres vestidos de gato.

El encapuchado busca (desesperadamente) unas botas de cuero que al parecer estuvieron en posesión de la muchacha. Por otro lado, el encapuchado es un tullido que a sustituido su mano por una garra que utiliza para asustar y maltratar a la chica. El enmascarado se llama, claro, The Claw.


Como la chica se resiste, los malos le inyectan heroína. No deja de ser curioso que páginas después de haber visto como el heroe consigue ser superhéroe vía jeringuilla, ahora veamos el lado contrario del asunto.

El héroe voyeur ve interrumpido el espectáculo con clásico mamporro en la nuca. Al despertar decide rescatar a la chica, y el primer paso es tunear la chopper con gadgets. Es entonces cuando incluye sus famosos lanzallamas, atraviesa una pared, le patean la entrepierna y le meten en el calabozo. Fin del primer acto.

Segundo acto: The Butterfly, la mariposa. Una heroina negra. Un detalle blaxploitation y black (super) power bastante primerizo. Vamos, que el tebeo está en la cresta de la ola.

Marian Michaels es una cantante de soul que triunfa en Las Vegas.

Tras la función, regresa al camerino y descubre que el encapuchado, The Claw, se ha colado en el interior y la espera.

El encapuchado sigue empeñado en localizar las botas de cuero.


La cantante, que por algo es una mujer de acción, consigue escapar, pero los malos registran la habitación y... tachán... las célebres botas aparecen en el armario.

Pero Marian Michaels no puede dejar el asunto así. Se viste de Mariposa y se lanza en persecución del helicóptero de los malos.

Se lía a hostias, humilla al villano y le birla su preciado tesoro.

Tras eso, parte en busca de sus amigos moteros, que resultan ser los viejos amigos de Brick, la pandilla Wild Bunch. Marian les hace entrega de las botas, pues considera que con ellos estarán más seguras. Fin del segundo acto.

Tercer acto. El Grupo Salvaje, cinco moteros pendencieros.

Recuerden: ellos tienen ahora las botas. Lo que no se esperan es que la garra del encapuchado malo no sólo se utiliza para arañar a las chicas, también es retráctil.

Interludio: Marian Michaels, la mariposa, tiene un rollo lésbico. Así de entrada, en un primer momento, puede parecer un interludio gratuito. No se engañen: en 1971 el sexo lésbico interracial es de todo menos gratuito. De hecho, se trata probablemente de la primera escena de este tipo colada en un tebeo superheroico.

Volvemos a los moteros, que se lanzan en persecución del encapuchado para recuperar las botas.

Páginas y páginas de hostias. La acción se desdobla: una parte de los moteros recupera las botas de la discordia. La otra cae presa de los hombres gato, que entonan ¡Hail America!. Sí: el encapuchado es un líder nazi.

Tercer y último acto. Hellrider escapa (creo, a estas alturas no recuerdo cómo) e irrumpe en la habitación a lo burro (le gusta entrar así, qué le vamos a hacer) y se enfrenta a los hombres gato. Al fondo, una imagen clásica del pop de derribo: la chica encadenada.

Chica encadenada a la que quieren inyectar droga. Nuestro héroe lo impide.

Mientras tanto, los moteros que han huido se encuentran con "Mariposa" Marian y su rollo bollo. Y por fin descubrimos el secreto de las botas: heroina pura.

Añadan mogollón de páginas de hostias y persecusiones, que ya me estoy cansando y el tebeo está en descarga directa, qué coño. En las últimas viñetas Hellrider irrumpe por la ventana (sí, es una tradición), le parte la espina dorsal al encapuchado con la rueda y descubre un nuevo gadget de su máquina motera: los reverse rockets para el frenado instantáneo.

En definitiva: un tebeo gozoso cuya lectura me ha hecho feliz.

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