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1.8.08
SOY DRÁCULA
Horror of Dracula, primera incursión de la Hammer en el mito de Drácula, cumple cincuenta años. El éxito llevó a una jugosa saga explotativa que deparó grandes títulos del cine de terror y también decadentes y jugosas entregas de derribo pop que es mi deber reivindicar. Repasando viejos Vampus topé con una entrevista a Christopher Lee extraída de una revista dedicada al ocultismo: Le Grand-Albert. He decidido publicarla aquí sobre todo porque el actor hace ya décadas que no quiere saber nada del príncipe vampiro que encarnó en siete ocasiones. La fobia hacia el personaje que le hizo famoso en el mundo entero es extrema: no firma autógrafos en fotos donde aparezca ataviado de Drácula, no da su beneplácito a los textos que profundizan en esa etapa de su carrera (y pobre de tí que le pongas en esa guisa en portada), no acude a festivales y homenajes sin el compromiso firme de que no se van a ver esas películas y abandona ruedas de prensa y entrevistas si alguien le menta al transilvano. Es por eso que una entrevista, de principios de los 70, centrada precisamente en su encarnación del personaje es, hoy, una rareza.
— Siempre he sido consciente del magnetismo, de la fuerza oculta de Drácula, en los quince años que llevo encarnándolo — dice Christopher Lee — Es el menos perecedero de los mitos. ¿Por qué? Porque, al contrario de otros muchos mitos que se descubren vacíos si uno trata de profundizar en ellos, el Rey de los Vampiros sigue siendo misterioso. Lo que en él se sugiere de humano es tan potente como lo que se sugiere de metafísico o demoníaco. El espanto, que en Drácula adquiere una consistencia física, sigue siendo para nosotros lo bastante insondable como para que nos sensibilice respecto a lo oculto. Es esta ambivalencia: hombre-demonio, lo que mantiene todavía la potencia del personaje de Bram Stoker, discípulo de Poe, aún en tiempos de ordenadores.
Luego, Christopher Lee añade, sonriendo, con un brillo humorístico en sus ojos:
—Y, ¿ha pensado alguna vez en que Drácula no envejece, que es el mas joven de los mitos? En nuestra época, su faceta atemporal es uno de sus atributos principales.
Mientras pronunciaba estas palabras, me podía dar cuenta de que, al igual que el inquietante personaje de Stoker, Christopher Lee no parece afectado por el paso del tiempo. Este inglés tiene más de cincuenta años, se expresa perfectamente en seis idiomas y conserva la elegancia de un caballero que practica todos los deportes. Por otra parte, su refinado trato no deja de recordar al del Príncipe de las Tinieblas que sabe interpretar tan bien, y que era compartido por el primer Dracula: Bela Lugosi. Tras más de un centenar largo de películas, Lee, que habita en una mansión principesca en Chelsea («¿qué menos se merece el Rey de los Vampiros?», me dice), se ha visto consagrado como el mejor intérprete británico de personajes terroríficos, ya que también ha sido Fu-Manchú, la Momia y el monstruo de Frankenstein, además de otros personajes de menor importancia. Por otra parte, Lee se ha convertido en el símbolo de una floreciente industria cinematográfica, primero con la Hammer, creadora del renacer de los mitos del terror cinematográfico, y recientemente con su propia productora.
Viéndolo perpetrar sangrientos crímenes en la pantalla, muchos espectadores deben de haberse preguntado: ¿Quién es Christopher Lee? ¿Qué se oculta tras ese rostro impasible? Hoy el mismo Lee nos responde:
— Antes de personificar a Drácula, ¿se había dado cuenta de que algunas potencias ocultas, benéficas o maléficas, pueden regir nuestro destino?
— Si. Sobre todo durante la guerra, en la que fui piloto de la RAF durante cinco años. No puede uno salir con vida de una aventura como esa sin creer en alguna protección misteriosa del destino.
— ¿Cómo llegó a encarnar a Drácula?
— Gracias a un primer paso por Frankenstein. El director Terence Fisher quería un actor que diese una sensación de horror, de insólito, solo con su mímica, con su forma de caminar. Me ejercité en mostrarme impasible y logré, un día, mantenerme durante ocho horas totalmente inmóvil, con los ojos abiertos de par en par. Después, aprendí a caminar como un autómata y llegué a hacerlo por la calle, asustando a los peatones.
— ¿Y qué tal es su trabajo en los estudios?
— A menudo me dicen: « ¡lo que se debe divertir haciendo de Drácula, chupándo la sangre a chicas bonitas, en castillos de cartón piedra! » Eso me molesta mucho. Los personajes de terror, y Drácula en especial, son muy difíciles de representar porque se salen de lo común. Y Terence Fisher, como antes hizo Murnau, realizador del clásico Nosferatu, exige una gran seriedad en el plató. En los momentos más intensos de la acción todo el mundo debe responder. El plató se convierte en una realidad onírica. No se puede actuar en broma. Sin embargo, un día la atmósfera estaba tan tensa en el estudio, en el rodaje de una de tantas cintas de Drácula, que entoné un aria de ópera (también soy cantante) en la oreja de mi compañero Peter Cushing. Se quedó helado y luego estalló en carcajadas. Uno de los pocos momentos en los que me he tomado a broma un rodaje.
— ¿Resulta habitual entre sus colegas esa identificación con los personajes que interpretan?
— Desde luego existe en todos los actores de valía. Sobre todo las actrices jóvenes, que en general son excelentes, reaccionan de un modo muy eficaz ante la atmósfera "draculiana" que las inspira y llega a aterrorizar de verdad, al menos durante el rodaje. En cuanto a Cushing y Vincent Price, mis principales rivales en la pantalla (a pesar de que son amigos míos en la vida real), trabajan con una gran seriedad. Por lo que se refiere al legendario Bela Lugosi... ya sabrá lo que le pasó: por haber hecho tantas veces de Drácula en la pantalla acabó por creerse el mismo Rey de los Vampiros. Vivía en un extraño mundo de ritos y drogas, relacionado con lo sobrenatural y víctima, de algún modo, de la maldición de Drácula.
— Sí, incluso se ha llegado a decir que Lugosi quiso ser enterrado envuelto en la capa con la que interpretó al legendario conde. Pero, ¿Sufre usted de la maldición de Drácula?
— Digamos que noto su potencia y que le tengo respeto. Es cierto que Lugosi enloqueció, pero le puedo asegurar también que, por su parte, Boris Karloff, a quien conocí muy bien y que ha sido el más famoso intérprete de monstruos de la pantalla, fue el perfecto tipo de caballero inglés.
—Pasemos a otra tema: ¿le resulta difícil ser Drácula en lo físico, en lo que se refiere a sus rasgos?
— Mucho. Pero aun más en el plano mental, por curioso que esto parezca, ya que Drácula es una transición entre lo oculto y lo material. Se trata de lograr que resulte creíble. Un Drácula verdadero sugiere que transporta con él toda la potencia de las Tinieblas. Y se halla en un estado de catalepsia activa, lo cual debe de ser sugerido por su mirada, por su expresión. Además está el maquillaje: a menudo los cristales de contacto rojos que llevo en los ojos me hacen daño, y me molestan los largos colmillos, la repugnante espuma que se me forma en las comisuras de los labios. Por otra parte, al encarnar a Drácula me he debido chapotear en un lago helado, en pleno invierno, y estuve a punto de ahogarme; en otra ocasión casi me destrocé los músculos dorsales a base de llevar en brazos a una de mis bellas víctimas durante interminables horas. En mis representaciones de toda una serie de monstruos me han estrangulado, golpeado, amoratado, quemado, herido, vuelto a herir... estuvieron a punto de cortarme un dedo de verdad y hubo que darme varios puntos de sutura!
— ¿Así pues, es difícil ser monstruo?
— Mucho. Pero lo más difícil fue cuando tuve que personificar a la Momia en La Maldición de la Momia; estaba totalmente envuelto con vendas, cubierto de barro y yeso, y con sólo unos pequeños agujeros en los ojos y en las orejas, estos últimos para oír las indicaciones de Terence Fisher. Así vendado y repulsivamente pegajoso he sufrido mucho más que como Drácula, el monstruo de Frankenstein o Fu-Manchú. A menudo me he visto obligado a permanecer durante horas en un rincón del rodaje, rígido, solo logrando mantenerme tranquilo dejando que la propia fuerza magnética de mi personaje se apoderase de mí.
— ¿Cree que, por ejemplo, Drácula forma parte de ese gusto visceral por el miedo que el hombre siempre ha testimoniado?
— Creo que si. El hombre tiene siempre necesidad de fábulas monstruosas para demostrarse a sí mismo que es mejor que aquello que le cuentan. Es en este sentido en el que yo interpreto al Rey de los Vampiros, sabiendo lo que el público espera de él. Y, además, creo que en Gran Bretaña es donde Drácula goza de toda su fuerza, a pesar de que la gente corra a ver sus películas en todo el mundo.
— Para concluir, ¿Cree que Drácula es un mito nefasto o que, por el contrario, resulta saludable para las masas?
— Le responderé que, en tanto que mito, Drácula se iguala a la poesía en lo que de violentamente atractivo tiene ésta. Y ya se sabe que existe una regla: uno no puede juzgar a la poesía ni decir si es cuerda o demente. Drácula se beneficia también de esta indulgencia tácita. A él se le reconoce un derecho fabuloso, mágico: el de aterrorizarnos impunemente. Su comportamiento, que es muy discutible, es siempre castigado, la mayor parte de veces con una estaca en el pecho. No importa que el Genio del Mal regrese siempre. En cada ocasión será vencido en el momento adecuado para tranquilizar a las buenas conciencias. Y, aunque tenga el encanto de los "ángeles caídos", de los seres de ultratumba, siempre se puede sentir repugnancia y pavor ante sus actos. Indica las fronteras que no podemos franquear, a riesgo de sufrir una maldición. Por otra parte, ¿ha encontrado usted a muchas personas que, en su vida cotidiana, deseasen parecerse a los monstruos que los cautivan en la pantalla? ¿Hombres o mujeres que quisieran ser como Drácula?
— Pues no, a ninguno. Y, sin embargo, tendrá que estar de acuerdo conmigo en que el vampirismo ha existido, y que aun sigue existiendo. La Historia de la Criminología y algunos hechos recientes nos lo confirman. ¿Cuál sería la actitud de Christopher Lee ante un verdadero vampiro?
Christopher Lee estalla en una carcajada.
— ¡Ah! Trataría de comportarme con él o ella con tanto tacto y comprensión como el famoso Conde transilvano mostraba hacia sus congéneres.
Fue un beneficio mutuo: gracias a Drácula Christopher Lee dejó de ser un secundario y gracias a Christopher Lee un nuevo Drácula salió al mundo, pero la Hammer quiso aprovechar demasiado el filón, y no es extraño que el actor acabara por no querer saber nada del personaje. En cualquier caso, la edad dorada de al Hammer ahí queda.
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