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13.7.08

ARGAMASA Y LADRILLO


Josep Coll i Coll (1923-1984) puso fin a su vida al viernes trece de julio. Descanse en paz uno de los grandes autores de la historieta española. Posiblemente muchos de los lectores de la revista no conozcan la obra de este genial autor que durante cuatro lustros recreó, semana tras semana, a la legión de fieles consumidores del "TBO", la decana de las revistas de historieta en España.
Coll era un albañil que dibujaba historietas porque llevaba dentro lo del dibujo. A pesar de ello, hacia mediados de los sesenta, abandonó la profesión porque no le permitía mantener decentemente a su familia y volvió a la argamasa y los ladrillos. Como otros muchos probó suerte en el mercado extranjero, pero sus obras no interesaban a los editores de allende los Pirineos o el Atlántico. Solo recientemente se reincorporó a las filas del cómic, alcanzando un cierto reconocimiento de crítica y público.
Este reencuentro con el cómic lo había dejado "estupefacto" y como afirmaba en una entrevista realizada por Joan Navarro para TV3 pocos días antes de su suicidio, toda la situación de reconocimiento, premios, etc, «me da miedo. A ver si me voy a caer por tierra... que me hayan de recoger con grúa». Este veterano de la historieta no entendía que los originales se pagaran a los precios que se pagan, que el tuviera derecho a guardarlos en propiedad. Respecto al tema de los derechos de autor apuntaba en la misma entrevista que no lo tenía demasiado claro, que lo estaba estudiando y añadía «puede ser que cuando lo haya averiguado ya se habrá hecho oscuro». Parece que Coll barruntaba la posibilidad de un fatal desenlace.
Fragmento del obituario del genial Josep Coll, escrito por Antoni Remesar y publicado en el número 23 de la revista Rambla en 1984. El 13 de julio no es, precisamente, una fecha feliz para el cómic español. Y es muy triste que, casi 25 años después, siga sin exitir una buena antología de sus historietas. En mi infancia, el TBO era un tebeo que llegaba a mis manos no sé muy bien cómo, pero ya entonces me daba cuenta que el autor de los señores alargados a los que les pasaban cosas divertidas era un genio. Redescubrí el texto de Antoni Remesar hace unas semanas, repasando Ramblas, y, tras transcribir el fragmento, googleo para añadir algunos enlaces a la entrada y descubro que ya se subió, íntegro, en El Rincón de Taula. En Entrecomics subieron una entrevista publicada en Cairo, en 13 Rue Bruguera hay un buen texto sobre su obra, aquí tienen otra reseña biográfica y, para acabar, la escueta y cruda nota publicada en El País de 15 de julio.

Actualización. Marvin (¡muchas gracias!) ha transcrito, en los comentarios, una anecdota relacionada con Coll y publicada en La bestia anda suelta, el libro-entrevista de Marcos Ordoñez al director Alex de la Iglesia:
Marcos Ordoñez: De todas las historias de grandísimos dibujantes de la época que jamás fueron tomados en serio, la más trágica es la de Coll.
Alex de la Iglesia: Terrorífica. Nunca se creyó que le estaban "recuperando". Estaba convencido de que, después de tantos años en el dique seco, todas las alabanzas que le llegaban formaban parte de una conspiración. Le entró una paranoia salvaje; creía que todo era una broma siniestra; que se reían de él, y que al cabo de cuatro días volvería a la miseria. La presión fue tan grande que acabó suicidándose.
Marcos Ordoñez: ¿Tú sabes cómo conocí a Coll? Cuando yo estudiaba tercero de bachillerato estaba loco por los tebeos. Tú fuiste a ver a Ibáñez, pero yo creo que te gano en piradura, porque a los once años me presenté en el estudio de Martz Schmidt, que tuve la paciencia de rastrear en la guía de teléfonos, con la peregrina idea de hacerle una entrevista. Curiosamente no me envió a la mierda, e incluso me regaló un dibujo de "El profesor Tragacanto". Lo de Coll fue todavía más raro. Repasando las listas de alumnos ví que había un Coll en la clase de al lado. Coll es un apellido muy común en Cataluña, debe de haber cientos, pero para mí solo podía haber Un Coll, el dibujante. Y acerté, porque aquel chaval era su hijo y vivían muy cerca de mi casa. Cuando me dijo que su padre trabajaba de albañil para ganarse la vida no me lo creía. ¡El gran Coll, trabajando de albañil! Y él tampoco podía creerse que alguien se acordase de sus dibujos y le pidiera un autógrafo a través de su hijo. Dos días después llegó el hijo con el autógrafo: un dibujo original, coloreado a mano con acuarela, que guardo como oro en paño. ¡Y eso para un chaval al que ni siquiera había visto!

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