El espectáculo de los muertos vivientes arrastrando los pies en películas como La Legión de los Hombres sin Alma (White Zombie, Victor Halperin, 1932) era en muchos aspectos una visión pesadillesca de las colas de hambrientos. «Tiempos inusuales exigen películas inusuales», afirmaba un anuncio de La Legión de los Hombres sin Alma, una atmosférica película rodada a toda prisa que también reutilizó algunos decorados de Drácula y recicló a Lugosi en el papel vampírico de un doctor brujo haitiano llamado Morder Legendre. Quizá Boris Karloff ya hubiera eclipsado a Lugosi tanto en salario como en presencia en Hollywood, pero Bela Lugosi siempre sería Drácula, el primer monstruo, el miedo que precedió al miedo, ese sombrío precursor de la Depresión que ahora atenazaba todas las gargantas. Millones de personas ya sabían que habían perdido el control de sus vidas; los hilos económicos se movían impulsados por fuerzas invisibles aterradoras. Si dichas fuerzas tuvieran un rostro, es probable que fuera el del amo de zombis, Bela Lugosi, apoderándose hipnóticamente de la voluntad de uno. Los zombis eran particularmente apropiados para el momento económico, pues, tal y como bromeó la crítica de San Francisco Catherine Hill, «no les importa echar horas extras». Y como para reforzar la noción de que los zombis estaban ya entre nosotros, indicó que los encargados del cine habían colocado varios extras disfrazados de muertos vivientes por todo el vestíbulo junto a las macetas de palmeras. «Para mi genuino horror», recordó Hill, «descubrí a una señora zombi en el reservado. ¿Alguna vez ha intentado llamar por teléfono con un zombi justo a su espalda? Es demasiado terrible, la verdad».Extracto de Monster Show, de David J. Skal (Intempestivas,Valdemar, 2008).
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