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2.1.08

¡QUE ME ASPEN!


Descubrí a Popeye en la edición de Buru Lan de mediados de los 70 y ya entonces quedé prendado de aquellas aventuras que tan poco tenían que ver con sus dibujos animados. Allí no habían espinacas y sí un universo absolutamente original e inigualable, plagado de brujas marinas, monarcas enajenados y tipos peculiares. Y eso sin mencionar al extraño Jeep o a Pilón, que tanto me recordaba a mi tío, aunque éste en vez de hamburguesas buscaba chupitos de anís. Era un mundo imposible donde el humor de garrotazo era sólo una parte de un extraño concepto de la aventura que me cautivaba tanto como un inigualable grafismo que luego reencontré en Makoki o el primer Crumb. Más tarde descubrí que el Popeye de Buru Lan no era de Segar sino de su yerno y ayudante Bud Sagendorf, y quizás también de Bela Zaboly, primer encargado de continuar Thimble Theatre, la tira de prensa que cobijaba tamaño universo y que nunca perdió su título en favor de Popeye, siendo así fiel a su espíritu absolutamente coral. Porque el Popeye original, el dibujado e impreso, el de Segar, no es el a menudo minúsculo universo de tres personajes (Olivia, Brutus y el marinero tuerto), un alimento (las espinacas) y un único concepto (el puñetazo) con el que Fleischer hizo maravillas animadas. El Popeye original es un mundo riquísimo y nada infantil, plagado como pocos de personajes estrafalarios y donde la imaginación gráfica y argumental no tiene límites.



El Popeye de Segar nos fue negado a los lectores españoles, y eso explica su no presencia en la lista de tebeos favoritos que estos días han sido propuestos en Con C de Arte. Los tres librillos que Eseuve sacó en los 90 fueron nada, un miserable bocado que me abrió un apetito jamás saciado. La injusticia puede ser corregida gracias a la antología que Planeta acaba de iniciar con un primer volumen de seis. Adapta correctamente la celebrada recuperación a cargo de Fantagraphics y yo sólo puedo decirles que su lectura ha supuesto uno de mis más intensos éxtasis como lector de tebeos. Y lo mejor es que es sólo el principio y la cosa no hace sino mejorar. El tomo de Popeye me ha acompañado estos días por toda la casa, y sí, no es una lectura físicamente cómoda dado su (necesario) tamaño, aunque el formato se aligera gracias a su contenido.

Popeye nació cuando Thimble Theatre llevaba ya diez años en marcha. Su irrupción, en mitad de una aventura, es la explosión definitiva del inigualable mundo creado por Segar. Como les digo, no hay espinacas, sino una gallina que da buena suerte cuando se le rasca la cabeza. Una gallina que despierta codicias sin fin en un lugar donde la codicia es impulso vital. Eso vuelve humano un universo que muchos definen como absurdo, aunque yo no acabo de ver en ello la mejor definición, seguramente porque es imposible de definir.

Popeye frotará la gallina y, así, sobrevivirá a una docena de disparos a bocajarro, pero sólo eso. Su mítica fuerza le viene de su condición de marino pendenciero adicto a la violencia. Y aunque tiene buen corazón, también sucumbe a la tentación de la mentira, a la negación de todo orden y a atribuirse méritos que no son suyos, y lo hace mientras va soltando puñetazos que para él todo lo solucionan. El puñetazo, en el Popeye de Segar, es mucho más que un acto de violencia, es poesía en movimiento, es la línea cinética que todo lo define, es génesis de estrellas, es la quintaesencia de la historieta. Pero, al mismo tiempo, Popeye no son sólo puñetazos. Pese a la inmediatez que define esa acción concreta, Thimble Theatre es un dechado de sutilidad, inteligencia e imaginación.



La edición integral del Popeye de Segar divide el álbum en dos partes obligadas: las tiras diarias en blanco y negro y las planchas dominicales a color. Cada formato tenía su propia continuidad y de ahí las dos partes. Las planchas dominicales son más grandes pero su temática más doméstica: el noviazgo con Olivia y la carrera de Popeye como boxeador son los dos argumentos exclusivos de las incluidas en el primer tomo. Se acompañan, en el tercio inferior, de otra genialidad de Segar, Sappo, un señor bajito que busca liberarse de la opresión de su oronda señora, siempre armada con una barra de amasar que convirtió en icono de la experiencia matrimonial. “Para qué quieres un marido si no puedes darle de vez en cuando con el rodillo”.



Pero donde el Popeye de Segar alcanza todo su esplendor es en la tira diaria, sin duda sorprendente en su tono de aventura seriada que siempre mira hacia delante. Popeye, es, de hecho, multigenérico y lo recogido en este primer tomo es buena muestra: humor splastick con gallinas, ramalazos de humor negro, dobles sentidos (la "pizca de longitud" que busca Olivia), crónica social (la crisis del 29 todo lo impregna, pero también hay detalles referidos a los cambios en la moda femenina, por ejemplo), aventuras marítimas con islas misteriosas, ciencia ficción pulp con rayos de la muerte, misterios científicos tratados con seriedad filosófica, y hasta un imposible whodunit policial con un único sospechoso (que encima es mayordomo). Hay algo tan mágico y tan especial en ese señor barbudo que se asoma por una ventana y predice la muerte de su víctima que me deja absolutamente prendado del Thimble Theatre de Popeye, una obra maestra con casi ochenta años que no es ya que haya envejecido poco, es que no ha envejecido nada. Pero nada de nada. Es fresco, es absorbente, es un continuo no parar de genialidades, de detalles, de sorpresas. Es único, imprescindible y necesario. Y me quedo corto.

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