Dos hombres viajaban en el mismo compartimento del tren. No se conocen. Da la casualidad de que viajan juntos. Uno de ellos tiene en su regazo una caja de cartón con agujeros en la tapa. Despues de un rato pensando en lo que puede haber en la caja de su compañero de viaje, el otro hombre no puede contener su curiosidad.
Dice: “Perdone, pero no he podido evitar fijarme en su caja. ¿Es que lleva alguna especie de animal?”
El otro hombre, aunque obviamente sorprendido por la impertinente intrusión de un extraño, sonrió educadamente al responder: “Tiene toda la razón. Ciertamente hay un animal en esta caja, y más aún, debo añadir que el animal en cuestión es una mangosta.”
El primer hombre que había preguntado se quedó atónito ante la revelación. Agitado por la sorpresa, busca explicación a la provocativa confidencia de su compañero de viaje.
“¿Una mangosta? Señor, debo confesarle que esperaba que fuese un gato, o un conejo, pero no una criatura tan exótica y excepcional. El animal que menciona excita tanto mi curiosidad que debo rogarle, señor, que me cuente más. ¿A dónde se dirige con ese espécimen, si puedo preguntárselo?”
El otro hombre, el que sostenía la caja sobre sus rodillas, suspiró al replicar. “Bueno”, dijo, “es un asunto personal, ya que concierne a una tragedia familiar. Sin embargo, como sé que puedo confiar en su discreción, no me importa compartir mi relato desgraciado con usted.”
“Verá”, continúa el hombre, “esta lamentable historia habla de mi hermano mayor. Siempre ha sido lo que supongo que se llamaría la oveja negra de mi familia. Durante muchos años se ha dado a los más vulgares y comunes de los vicios, de los cuales el peor es su afición por las bebidas alcohólicas. Su alcoholismo ha llegado al punto de los últimos estertores del delirium tremens. Ahora mi hermano ve serpientes por todas partes, y ese es el motivo de que le lleve la mangosta, para que se deshaga de ellas.”
“Perdone”, interrumpe el otro hombre, confuso, “pero esas serpientes que ve su hermano... ¿No son imaginarias?”
“Cierto”, replica su compañero de viaje, “pero esta...” y señala elocuentemente la caja agujereada que tiene en su regazo... “es una mangosta imaginaria”.
Fábula que gustaba de explicar Aleister Crowley. La he extraído del número doce de la Promethea de Alan Moore. Me gusta la idea de que este blog también es una caja con agujeros.
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