A finales de verano, Dani enviaba un enlace que me llenó de gozo: el Top 20 de experimentos bizarros, un listado que sirve de promo al libro Elephants on Acid, sin duda una segura compra futura allende los mares. La ciencia y la Paja es uno de los temas más querido por aquí desde el principio de los tiempos ausentes ya que acostumbra a demostrar que la ficción pop de derribo nunca supera la realidad, aunque se pueda tener la percepción contraria. Vamos, que el Dr. Phibes es pura sublimación de la realidad... a la baja. Dicho lo cual, les dejo con los 20 experimentos más bizarros de la histora a la espera de sus reflexiones al respecto. Recuerden que pueden ampliar la información acudiendo al enlace original o escarbando por la red.
1. Los Elefantes lisérgicos
En 1962 un grupo de investigadores de Oklahoma suministró LSD a Tusko, el elefante del zoo de la ciudad, para satisfacer la gran duda que mueve todo experimento: ¿qué pasará? Se esperaba el ataque de ira elefantil que todos conocemos de las películas de Tarzán, pero Tusko se estiró en el suelo y la palmó. La conclusión del experimento fue, por tanto, sencilla: los elefantes son extraordinariamente sensibles al ácido lisérgico. Posteriores investigacioness revelaron que la afirmación final ni era correcta ni generalizable.
2. El Test de obediencia de Milgram
En 1960, psicólogos de la Universidad de Yale bajo la dirección del Dr. Stanley Milgram quisieron probar los límites de la obediencia humana. Se simuló una prueba en la que los verdadero conejillos de indias desconocían serlo; se les pedía que fueran subiendo el nivel de electrocución de otra persona, a la que creían verdadero voluntario (y en realidad un actor), ante las respuestas incorrectas de éste. Llegados a un punto, se les hacía creer que la siguiente descarga sería letal, pero que debía llevarla a cabo para el buen resultado del experimento. 2/3 de los voluntarios aceptaban y, con reparos, apretaban el botón en un experimento que sin duda fue referenciado en el episodio Hogar, agridulce Hogar de Los Simpson.
3. El perro con dos cabezas de Demikhov
En 1954 el cirujano soviético Vladimir Demikhov implantó la cabeza de un perro en otro, consiguiendo un perro con dos cabezas. Aplausos enlatados. Demikhov repitió el experimento en una veintena de ocasiones: ninguna de sus criaturas sobrevivió más de un mes.
4. Implantación de heterosexualidad en varón homosexual
En 1970 Robert Heath, de la Universidad de Tulane, aplicó la localización septal del centro del placer en el cerebro humano al cambio del comportamiento sexual. Para ello, se dedicó a estimular electrónicamente el centro de placer de un homosexual, el paciente B-19, llegando al máximo estímulo ante la presencia y la interacción triqui triqui con una joven prostituta. Parece ser que tras la experiencia, B-19 regresó a sus antiguas prácticas, vinculadas a la prostitución homosexual, pero consta en acta que algún escarceo posterior tuvo con mujeres casadas. Heath lo consideró un pequeño éxito parcial de su experimento. Más que cambiar su sexualidad, se la había ampliado. Tiene todo el sentido del mundo: somos resistentes a cambiar nuestros hábitos placenteros pero podemos incrementarlos sin problemas.
5. Las Cabezas de perro vivientes
A este experimento ya hice referencia al hablar del Nexus de Baron y Rude. En 1928 el científico soviético Sergei Brukhonenko mostró ante la prensa el autojector, un aparato que permitía que una cabeza de perro separada de su tronco permaneciera con vida (es un decir), y reaccionara ante estímulos como la comida, durante un corto periodo de tiempo (unas pocas horas).
6. El híbrido mono-humano soviético
En 1927 el biólogo soviético Ilya Ivanov viajó a África con la intención de fecundar chimpancés hembras con esperma humano. Tras repetidos fracasos, que atribuyó a las condiciones de trabajo, regresó a la URSS con Tarzán, un orangután, y localizó voluntarias humanas dispuestas a la inseminación. Tarzán murió antes de conseguir resultados e Ivanov acabó desterrado en el gulag siberiano. Don C. Rancio ya nos puso sobre aviso al respecto: al parecer el experimento estaba apoyado por el kremlin estalinista en su deseo de crear super-guerreros híbridos. Quizá Putin nos sorprenda un día de estos.
7. El Experimento de la Prisión de Standford
Sin duda, el más conocido de la lista. Philip Zimbardo, continuando el experimento de la obediencia de Milgram, consideraba que la estructura de poder era una de las causas de la violencia intrínseca al sistema penitenciario. Dividió al grupo de voluntarios en dos grupos, guardas y prisioneros, y se simulo la prisión. El experimento se le fue de las manos, por su propia fascinación ante lo que sucedía; en sólo seis días los vigilantes habían desarrollado humillantes métodos de sumisión. De hecho, se revelaron ante la suspensión del experimento. En 2001 la aceptable película alemana El Experimento se inspiró libremente en el suceso. A la postre, el experimento de Standford justifica como humanos sucesos como los de Abu Graib.
8. La Expresión facial del decapitador de ratones
En 1924 el psicólogo Carney Landis quisó vincular determinadas expresiones faciales estandarizadas a sensaciones como el disgusto o el shock nervioso. Carney iba fotografiando a los voluntarios, pintados con líneas que realzaban sus facciones, según les enseñaba pornografía o les hacía oler amoníaco. El momento cumbre llegaba cuando les pedía decapitar un ratón. Al igual que con Milgram, 2/3 aceptaron continuar, aunque Landis no se percató de que la obediencia ciega era más interesante que el estudio de expresiones faciales.
9. El gourmet de la fiebre amarilla
Sin duda, impresionante. A principios del siglo XIX el Dr. Stubbins Ffirth estaba convencido de que la reducción de casos de fiebre amarilla en invierno indicaba que no era tan contagiosa como se creía, así que se propuso demostrarlo científicamente ¿Cómo? Pues el tipo, ni corto ni perezoso, inició su experimento practicando pequeñas incisiones en su brazo para luego impregnarlo del célebre vómito negro característico de la enfermedad. No contento con ello, y viendo al no enfermar el éxito de su teoría, procedió a beber vómitos, orines y sangre de infectados en una imparable espiral escatológica. Todo por la ciencia. Hoy se sabe que la fiebre amarilla sí es contagiosa, aunque habitualmente se transmite a través de picaduras de mosquito al entrar directamente en el flujo sanguíneo. Así que el Dr. Ffirth más que un genio de la medicina fue un tipo afortunado... y un guarro de cojones.
10. Los beneficios del lavado de cerebro
En la década de los 50s el Dr. Ewen Cameron llevó a cabo su milagroso tratamiento para la esquizofrenia mediante la escucha de mensajes grabados en loop permanente mientras se duerme; concretamente su mensaje era el siguiente: “La gente te quiere. La gente te necesita. Confía en tí mismo”. Horas y horas. Al parecer funcionaba, o eso decían sus pacientes, generando la muy usaca industria de las cintas de autoayuda que tanto hizo, temporalmente, por la oratoria de Homer Simpson.
No contento con ello, el Dr. Cameron comenzó a experimentar con una nueva frase: “Si ves un papel en el suelo, lo pisas”. Y sí, sus pacientes lo pisaban, cosa que llamó poderosamente la atención de la CIA. Cameron pasó a formar parte del secreto proyecto MK-ultra de control mental, aunque su relación con la agencia gubernamental acabaría años más tarde por escasez de resultados. O eso dijeron, que ya sabemos que lo subliminal le tira mucho a las agencias gubernamentales. Cameron, por cierto, se dedicó posteriormente a la investigación de los poderes paranormales.
11. El transplante de cabezas de simio
Seguramente inspirado por el perro de dos cabezas de Demikhov, en 1970 Robert White intercambió quirúrgicamente la cabeza de un mono, es decir, se la quitó a uno y la transplantó al cuerpo de otro. El mono, por cierto, se puso como una moto nada más despertar, arrebatado por la ira y la violencia. Murió al día siguiente. Ante las críticas recibidas, White comentó que la gente debería hacerse a la idea de que un día, en el futuro, el transplante de cabezas será posible. Los seguidores de Futurama lo tenemos bastante claro, tanto como los de Frankenstein por lo que respecta a la ira del transplantado redivivo.
12. El Toro de Lidia por Control Remoto
Orgullo español he sentido al descubrir que uno de los experimentos bizarros tiene hondas raíces celtibéricas, aunque se desarrollara en Córdoba bajo la supervisión de la Universidad de Yale. Concretamente en verano de 1963 y en la plaza de toros de la ciudad andaluza. Allí, el Profesor José Delgado se plantó ante un toro bravo y, cuando este se disponía a embestirle, toqueteó los mandos de su Estimoceiver y el animal se detuvo.
Delgado fue un pionero de la estimulación electrónica del cerebro. El toro tenía un (suponemos enorme) chip implantado en su cerebro, sensible al envío de señales de radio, mediante el cual se le podía provocar reacciones básicas (amor, rabia) así como afectar su movimiento por control remoto. Sin duda, inspiró al Aborrecedor marvelita, aquel supervillano (en realidad, Hitler) que cabreaba las masas y causó algún problema a los 4 Fantásticos. También Dylan Dog acudió al tema en su número 176. José Delgado siguió experimentando con chimpancés, ayudado por su esposa Carolina, hasta su regreso a España en 1973, de donde había marchado tras la Guerra Civil.
13. El Niño y el mono
En 1931 el psicólogo Winthrop Kellogg quiso criar un chimpancé como si fuera un bebé humano. De hecho, lo crió de manera idéntica a su recién nacido retoño, como hermanos sin diferencias de especie. El objetivo de educar a la vez a mono y niño, a Gua y Donald, era comprobar si el comportamiento humano y la inteligencia eran fruto de la educación. De hecho, le interesaba especialmente la comunicación oral. Desafortunadamente, Gua nunca desarrollo el habla, pero su presencia afectó el desarrollo oral del niño, que enseguida se comunicaba mediante los mismos sonidos que el mono, es decir, el proceso era inverso al deseado. Así que el profesor Kellogg abortó el experimento tras casi un año de convivencia infantil.
14. El Sabor de tus uñas es muy amargo
Con anterioridad a las casetes del Dr. Cameron, el Profesor Lawrence Leshan ya practicó el mensaje subliminal con un grupo de jóvenes crónicos mordedores de uñas. Primero con un fonógrafo y luego, ante la rotura de éste, a viva voz, aprovechaba el sueño de los muchachos, en una misma habitación, repitiéndoles toda la noche el mismo mensaje: “El sabor de tus uñas es muy amargo, El sabor de tus uñas es muy amargo”. Según sus datos, un 40 % de los pacientes se alejaron del feo vicio, aunque al parecer se trata de un experimento, bautizado como hipnopedia, bastante rebatido con posterioridad. Aún así, su carácter paupérrimo me fascina bastante, con esa imagen del doctor largando el mantra uñil noche tras noche. Quizá hubiera sido bueno analizar los efectos que en él produjo.
15. El Cadáver Humano Electrificado
En 1790 Luigi Galvani descubrió el efecto de la electricidad en una rana muerta. Su discípulo, Giovanni Aldini, fue un poco más lejos. En 1803 aplicó electricidad al cadáver del asesino George Forster, bien fresquito tras la ejecución por sus crímenes. Ante los asombrados espectadores, aplicó calambres a las orejas y boca del ajusticiado y éste se convulsionó, abriendo el ojo izquierdo y mirando a Aldini. La aplicación de electricidad en el recto provocó que al cuerpo muerto le entrara el baile de San Vito. La experiencia propició que durante esa época se intentara reavivar totalmente algunos cadáveres más. Una muestra de Steampunk en pos de la vida eterna abocado al fracaso, pero que sin duda alcanzó la pop culture, vía Mary Shelley, muy pocos años más tarde.
16. Visión Gatuna
En 1999 el equipo de investigadores de Berkeley dirigido por el Dr. Yang Dan insertó electrodos en los ojos de un gato y los conectó a un ordenador. Básicamente, con el gato sedado, se trataba de que estos electrodos convirtieran la señal nerviosa de la vista en datos que podían reconvertirse en imágenes en la pantalla del ordenador. La visión gatuna era un hecho. Algún día, la telerrealidad no necesitará cámaras, sino un par de cables bioconectados, USB mediante, al globo ocular. La revolución audiovisual es imparable.
17. El mínimo estímulo sexual de un pavo
Otro experimento bizarramente asombroso por su proceder metodológico es el que Martin Schein y Edgar Hale, de la universidad de Pennsylvania, llevaron a cabo en la década de los 60s. Intrigados por la constante excitación sexual de los pavos macho, quisieron averiguar cuál era el mínimo estímulo ante el cual la evidenciaban. El procedimiento seguido era terriblemente sencillo: se cogía una pava, se le cortaba una extremidad y se colocaba ante un macho. Este reaccionaba sexualmente, así que se repetía la operación amputando una segunda extremidad. El resultado del experimento fue que el mínimo estímulo sexual que necesita un pavo para ponerse cachondo es la cabeza de una hembra clavada en un palo. Esperemos que a nadie se le ocurra repetir el experimento con humanos.
18. ¿Te quieres acostar conmigo?
Todo un mito universitario, y un experimento quizá no necesario si extrapolamos conclusiones tras un visionado serio de un clásico del tamaño de Desmadre a la Americana. En 1978 el campus de la universidad de Florida se llenó de bellas y bellos estudiantes que acosaban a los transeúntes con una propuesta soñada por muchos: "¿Te quieres acostar conmigo esta noche?" No hubo sorpresas: el 75 % de los varones acosados contestaron afirmativamente (y con felicidad radiante); en cambio, ninguna de las chicas preguntadas aceptó la propuesta de los jóvenes machos (e incluso tendían a responder airadamente). El Profesor Russell, cabeza del experimento, había demostrado lo obvio, que es cosa que conviene hacer de vez en cuando.
19. Electrocuta la mascota
El experimento de obediencia de Milgram convulsionó la comunidad científica. Charles Sheridan y Richard King, por ejemplo, pensaban que el sorprendente resultado podía deberse a que los engañados hombres conejillo adictos a la obediencia ciega se percataban de que el falso voluntario era un actor que simulaba el dolor. Así que para confirmar el experimento psicológico era necesario que el dolor no fuese una simulación. Para ello nada mejor que un dulce y tierno perrito al que electrocutar. 20 de los 26 voluntarios llevaron obedientes los voltios al máximo; los 6 voluntarios que se negaron a continuar eran varones; ninguna de las 13 féminas se negó, de lo que deduzco que toda jamona lleva una dominatrix en su interior, aunque llore al electrocutar yorkshires con lacito rosa.
20. Latidos de pánico.
En 1938, John Deering, condenado por asesinato a la pena de muerte vía fusilamiento, aceptó voluntariament someterse a un experimento sin precedentes. Un electrocardiograma registraría sus latidos antes de morir. Pese a su aparente calma exterior, el criminal alcanzó primero los 120 latidos por minuto cuando se le ponía la capucha y los 180 instantes antes de recibir el impacto de bala. Acudiendo a la popular frase hecha: la procesión va por dentro.
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