Dirigida visualmente férrea por el enorme artesano de la fotografía fílmica Jack Cardiff en 1968, el contundente título español estaba muy alejado del evocador Dark of The Sun original (aunque en algunos lugares también consta como The Mercenaries). Protagonizan dos machotes de tomo y lomo absolutamente reivindicables, Rod Taylor y Jim Brown, ambos en el mejor momento de su carrera como action heros populares y de su tiempo. Les acompañan la francesa Ivette Mimieux (hembra rescatada en mitad de la matanza que lógicamente quedará prendada de la ruda hombría de Rod Taylor), el británico Kenneth Moore (como matasanos alcohólico contratado para la misión por una caja de güisqui) y un soberbio Peter Carnsten.
Últimos días del Congo belga. La revuelta de los simbas ha sumido la colonia en el caos y la violencia. Los dos protagonistas son mercenarios al servicio del ejército belga en el Congo a los que se encarga una misión suicida: internarse en tren trescientos quilómetros, en plena zona de guerra, para rescatar a un grupo de sesenta colonos que han quedado aislados. En realidad, ese rescate es pura fachada mediática, ya que realmente deben recuperar valiosos diamantes que servirán para seguir financiando la Guerra Civil. Aunque en el Congo todo se sabe y no hay secretos. Se llevarán consigo una veintena de soldados del ejército congolés comandados por un oficial de tendencias filonazis que luce orgulloso una cruz gamada en su uniforme. Y a partir de aquí, un festival sin tregua de tiros, explosiones, contratiempos, matanzas y violencia a la antigua usanza, en el que el oficial nazi se va desvelando como un auténtico hijo de puta mucho más peligroso que los rebeldes simbas (que violan, descuartizan, toturan, destruyen e incluso devoran).
En 1968 el cine de aventuras estaba en pleno porceso de cambio. La violencia contundente irrumpe con especial virulencia. La pureza del héroe se diluye mientras se incrementa su ambiguedad moral. Y en ese aspecto ésta esta película febril y sudorosa resulta muy especial. Rod Taylor es un mercenario que trabaja por dinero mientras su amigo negro, Jim Brown, está en el Congo porque es su país. Y el choque moral pondrá a prueba su amistad viril mientras el viaje se convierte en una visita al corazón de las tinieblas. Porque hay mucho de la obra de Conrad aquí. Rod Taylor descubrirá su lado más instintuivo, animal y salvaje. Y tampoco hay que olvidar la figura del médico alcohólico, que también realizará un tránsito similar, aunque en sentido inverso. Pero no se me asusten, que esto es pulp fílmico trepidante y todo el conflicto moral se desarrolla de manera subterránea entre disparos de ametralladora.
La película, curiosamente, se plantea en un escenario por entonces de sangrienta actualidad. El gobierno colonial se describe como corrupto, dominado por los intereses económicos. El oficial del ejército es un nazi que hace buenos a los mercenarios y los rebeldes son un ejército de salvajes adictos a la masacre y el caos. La descripción del conflicto que plantea es, como ven, pesimista y real. Hay una frase que me parece demoledora y que además revela que la industria armamentística lleva décadas de ventaja a la cacareada aldea global del siglo XXI. Ante el cadáver de uno de los personajes, se plantea la posibilidad de hacer una excepción y llevarse el cadáver. Rod Taylor lo tiene claro, agarra el arma que sostiene el difunto y esclama:
"El rifle es chino, pagado con rublos rusos. El acero con el que se ha fabricado es de la Alemania del Este y se compró con francos franceses. Ha viajado hasta aquí en una línea aerea africana subsidiaria de una empresa estadounidense. Deja su cuerpo aquí. No está lejos de casa."
Pero, por mucha subtrama de conflicto moral y de pesimismo político, la película en ningún momento pierde su cara de aventura trepidante, tensa y violenta ni oculta su condición de cine parcialmente de derribo. Hay peleas con sierras mecánicas, cabezas colocadas en raíles del tren, asesinato cruel de infantes, matanzas indiscriminadas, civiles como carne de cañón y hasta la violación anal de un joven oficial a cargo de un nutrido grupo de simbas.
Y también apela al bajo instinto. El oficial nazi alcanza altas cimas de hijoputez pulp. Es el tipo de villano que se torna despreciable para el espectador. Y cuando Rod Taylor ya no puede más, cuando decide acabar con el asunto (el verdadero climax de la aventura), cuando se produce el enfrentamiento definitivo, cuando la venganza y la ira se adueñan de Rod Taylor, arrastra al público consigo. Cada sopapo del héroe es jaleado al otro lado de la pantalla, y da igual el grado de salvajismo que se alcance. Rod Taylor eres tú y haz interiorizado su violencia. Bajo instinto en su máxima expresión. Por cierto, comentario spoiler: estoy convencido de que, aunque oculto por la elipsis, Taylor arranca el corazón del villano y se lo come.
Conduce el sargento kataki, congoleño tontín, obediente y estereotipado que se rearma como secundario de importancia moral.
En definitiva, un peliculón como la copa de un pino que les recomiendo con fervor.
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