Tras la espera, le dijeron que la Sra. Fernández aguardaba en la habitación contigua. Que ya podía pasar. Guillermo con la lógica inquietud, pero expectante. Conchita le esperaba de pié. Notó congoja y una cierta taticardia mientras ella le escrutaba sin decir palabra, con su cuerpo inmóvil. Inmóvil pero acechante. Finalmente le mandó desnudarse y Guillermo lo hizo con más verguenza que sensualidad, aunque la humillación le excitó levemente. Morcillona. Nunca lo hubiera dicho. Conchita ni se inmutó. Más que eso, su rostro mostraba la confianza de la rutina. Todo seguía su curso. Le ordenó que caminara desnudo por la sala. Que se pusiera a cuatro patas en el sofá y la observara mientras se quitaba el vestido. No era una visión hermosa ni excitante y aún así... joder... parece mentira pero sí. Comenzaba a estar a punto. Muy a punto. Allí a cuatro patas. También a punto de llorar. Ay Guillermo si Susana te viera ahora. Susana, palida, sonrosada y con pequitas en su escaso pecho. Ay Guillermo, pensando en Susana mientras Conchita se sentaba a su lado y soltaba un suave cachete a una de sus nalgas. plás. Alargó el laxo brazo y acercó una caja de cartón. Guillermó miró el contenido de reojo y tembló. "Voy a convertir tu cuerpo en una catedral de Fulcanelli". Guillermo asintió con la cabeza. Nunca más volvió a asentir pero tampoco negaría nada a partir de entonces. Los monosilábicos le fueron extirpados. Y los polisilábicos... Bueno, mejor le preguntais a Susana. O a Conchita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario