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10.5.07
VIDAS AJENAS (XXIII)
Desde bien jovencita Prudencia Guijarro Pérez paliaba su soledad en las salas de cine. Acudía todas las tardes, primero tras la escuela y el bachillerato, después al salir de su trabajo de conserje en una delegación de Hacienda. Prudencia soñaba y vivía por el cine. Todas las películas. Todos los estrenos. Todas las reposiciones. También se convirtió en una rata de la filmoteca. Los domingos acudía a intercambiar viejos programas de mano a un mercadillo de coleccionistas y una enorme fotografía de Julie Andrews, su actriz favorita, decoraba el dormitorio del pequeño apartamento herencia de sus ya difuntos padres. Prudencia, acomodada en la butaca de los cines, con caramelos en el bolso y un pañuelo por si la película era de llorar, no le pedía nada más a la vida hasta el 23 de marzo de 1993. Aquel día, nada más despertar, ya intuyó que el mundo iba más despacio. Los habitualmente antipáticos ciudadanos que acudían a su trabajo y preguntaban por ignotos inspectores parecían rugir con inquietante parsimonia gestual. Y en la sesión de las cuatro comprendió la tragedia que la naturaleza le tenía reservada. Su ojo había mutado, evolucionado por culpa del ajetreo de la vida moderna. Para ella, el cine había perdido la magia del movimiento. Las película se habían convertido en una sucesión de 24 fotogramas por segundo, mil cuatrocientos cuarenta por minuto, ochenta y seis mil cuatrocientos por hora que ella contemplaba uno a uno. Una aturdidora sucesión de imágenes levemente diferentes entre sí. Sus ojos habían aprendido a decodificar los fotogramas y su velocidad como una gacela decodifica cualquier leve brisa entre los matos de la Sabana africana. Aquello era una tragedia. Durante unos meses siguió acudiendo al cine con la esperanza de que fuera algo pasajero pero sólo consiguió dolor de cabeza. También acudió al oftalmólogo, aunque sin explicar detalles, y sólo recibió unas palmaditas en la espalda seguidas de la exclamación “Menudo ojo lince está usted hecha”. Prudencia pensó en suicidarse, pero le pareció demasiado cinematográfico, así que sólo le quedó llorar. Aún sigue llorando a día de hoy. “No te obsesiones con lo que disfrutas porque un día se acaba” es el mensaje que, entre sollozos, desea comunicar a los internautas de habla hispana.
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