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5.4.07
VIDAS AJENAS (XXII)
Manolo Fuster Murillo siempre fue anodino y mediocre. Por eso estudió derecho. Como abogado, se convirtió en un picapleitos zafio que perseguía clientes a las puertas de los hospitales públicos, siendo muy apreciado por algunos clientes gracias a su habilidad para escarbar en cubos de basura ajenos. Pero Manolo no era feliz. Las mujeres nunca reparaban en su presencia, por lo que acabó contrayendo matrimonio por necesidad y sin amor. La afortunada, si podemos decirlo así, fue Teresa Nadal Grano, amargada y esquiva profesora de aritmética carente de toda feminidad. Ambos se habían conocido en la pequeña congregación juvenil cristiana a la que acudían casi todos los días. De hecho, su emparejamiento estaba predestinado al ser ellos dos los únicos asistentes regulares a los seminarios y reuniones programados. Un fin de semana de ejercicios espirituales se prometieron el uno al otro con pesar y desgana. Una vez casados siempre hicieron el amor a oscuras. Manolo lloraba tras el rutinario instante de sexo, que con precisión matemática, se desarrollaba de manera escueta y monótona, carente de placer y ternura, todos los primeros viernes de mes. Teresa ni lloraba ni nada, siempre pétrea en su amargura. La vida de Manolo seguía anodina y mediocre hasta que un día descubrió el maravilloso mundo de los blogs. Fascinado con ese nuevo medio de comunicación no tardó demasiado en estrenar "Opiniones de Manolo Fuster", un blog destinado a comentar pequeños detalles de política centroamericana, una de las pocas cosas que le despertaba cierto interés. Pasado año y medio había formado una pequeña comunidad de siete lectores regulares que aplaudían sus confusos y arrítmicos textos carentes de signos de puntuación. También descubrió que en internet podía adoptar un seudónimo e insultar a diestro y siniestro. Un reciente estudio al que he tenido acceso revela que el 80% de los foros hispanos tienen al menos un mensaje de Manolo llamando "perro faldero" a alguien, normalmente en mayúsculas. Tras los insultos, inflado de autoestima, si Teresa dormía o se encontraba lejos del hogar conyugal, Manolo se masturbaba. Esos breves instantes de amor propio fueron lo más cerca que estuvo nunca de la felicidad. Pero despertaron la ira divina. El 2 de enero Manolo se disponía a afeitarse cuando descubrió, aterrado, que del grifo manaba sangre. El 4 de febrero una fortiana lluvia de ranas inundó su pequeña terraza. El 6 de marzo hubo de rapar su pelo al cero al descubrirlo infestado de piojos. El 8 de abril millares de moscas rollizas, verdes y brillantes por el consumo de descomposición orgánica invadieron su despacho. El 10 de mayo moría Bobby, su querido perro mileches, así como el jilguero de Teresa. El 12 de junio la úlcera y todo tipo de sarpullidos y llagas tomaron su cuerpo como habitáculo. El 14 de julio una monumental tormenta cae sobre su casa y un rayo revienta todos los aparatos eléctricos. Manolo se queda sin tele, sin internet y con importantes quemaduras en el rostro. El 16 de agosto su modesto huerto se consume víctima de una plaga de langostas. El 18 de septiembre, la compañía de la luz le corta el suministro por impago. El 20 de octubre muere Ángel, su único y promogénito hijo, apalizado por una banda de Latin Kings centroamericanos que se habían hecho amos del parque infantil cercano a su domicilio. El 23 de noviembre Manolo se arroja a la vía del tren pero no muere al instante, como era su deseo, sino tres meses más tarde. "Hacedme caso, cerrar vuestras bitácoras ahora que podeis, antes de que la ira de Dios caiga sobre vosotros y vuestras familias" es la advertencia que, instantes antes de morir, me pidió que comunicara a todos los bloggers de habla hispana.
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