Hace un par de semanas les subía un bellísimo Flash Mundial sobre el cáliz de cobalto y uranio donado a la Catedral de Hiroshima. Como es habitual en esa sección, les cedía a ustedes los comentarios, que enseguida perfilaron maravillosas conclusiones, que van desde el recochineo intrínseco que supone tamaño regalo para una ciudad destruida por la bomba atómica hasta la metafísica idea del cuerpo de cristo radioactivo. Como es habitual, la sabia Elena, seguramente mi lectora más atenta (todo un lujo para este Blog Ausente), reclamaba nuestra atención sobre la existencia de vajillas vintage enriquecidas con uranio y conocidas como vaseline and uranium glassware. La verdad es que me resulta arrebatadora la idea de la radioactividad como elemento decorativo. Y no me negarán, a tenor de la foto que preside este post, que la idea de tener una vajilla verde fosforito presidiendo la sala de estar y con la que entregarse a té con pastas a las cinco de la tarde resulta plena de modernidad ultralounge, y no digamos ya la posibilidad de servir cócteles humeantes mientras escuchamos música hawaiiana en honor de las islas Biquini. Leo que fue una de las primeras aplicaciones del uranio, que es peligroso exponerse a la radiación de las vajillas de uranio construidas antes de la década de los 50 y que a día de hoy se siguen fabricando, aunque resultan caros objetos decorativos no aptos para cualquier bolsillo (en ebay se subasta alguna de vez en cuando, por cierto). La advertencia de que si uno se dedica a coleccionarlos se recomienda que sean guardados tras una estantería debídamente protegida contra la radioactividad me resulta de lo más inspiradora. La web del museo enlazada (y que ya lo fue con anterioridad) propone, entre otras muchas cosas, un repaso a todo tipo de útiles radioactivos.
Así, uno puede descubrir la existencia de mosaicos de cerámica para las paredes del baño (bella anécdota la del trabajador que utiliza el aseo del presidente de la Universidad de Georgia con el contador geiger encendido), prótesis dentales (no es el único ejemplo de uso dental: con algunos caramelos antiplaca y pastas dentríficas pasa lo mismo), las vajillas de cerámica Fiesta (Warhol las coleccionaba), camafeos de bisutería del siglo XIX (exponerse a ellos más de diez horas semanales no es aconsejable), la sal baja en sodio (el sustitutivo es radioactivo, así que creo que empezaré a utilizarla en mis recetas), las nueces brasileñas, antidiarréicos (cagará duro, cagará verde), las piedrecillas para el aseo excremental de los gatos (al fin y al cabo tienen nueve vidas), los dispensadores de cinta adhesiva para oficinas (ese extraño peso a veces no es plomo: propongo que se machaquen con uno de ellos los testículos) y el que me parece más romántico de todos: los detectores de humo: resulta hermoso imaginar que la lucha contra el tabaco supone trabajar bajo pequeños focos de radioactividad gamma. Definitivamente: Todos Somos Bruce Banner.
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