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4.1.07

APOCALIPSIS EN LA ALMOHADA


Esta noche he vuelto ha soñar con el fin del mundo. O casi. Y como siempre lo presenciaba desde la casa de mi abuelo materno. Es el contexto desde donde se produce siempre este sueño. El punto de partida repetitivo sobre el que mi inconsciente aplica variaciones. Desde la sala de estar (con sus sillones orejeros) he presenciado numerosos tsunamis y terremotos que arrasaban Barcelona. La casa de mi abuelo era un lugar privilegiado, vestigio de los lejanos tiempos en los que mi familia tuvo dinero. Una casa enorme, gigantesca, con decenas de habitaciones. Mi sueño como acaparador de subcultura. Su venta me duele más que la muerte de buena parte de mis familiares. Desde aquel octavo piso de la calle Mallorca esquina Enrique Granados podía contemplarse casi toda la Ciudad Condal. De Montjuich al Tibiadabo. El lugar ideal para contemplar el espectáculo del fin de traumático de Todo. En esta ocasión era una tremenda tormenta. Como tal se avisaba en televisión. La ciudad iba a ser destruida entre rayos, truenos, granizo de quilo y agua, mucha agua. Así que allí estaba, junto a absencito y algunos amigos que no logro identificar, de rostros borrosos. Doña absenta también chillaba aunque era una presencia esquiva. Al parecer también habría carencia de alimentos. El espectáculo de destrucción era confuso y casi diría que la sala se convertía en la platea de una sala de cine. Oscura, sin que se proyectara nada pero con mucho ruido. El ruido de la destrucción total. Quizás estuviéramos debajo del sofá. No sé. La cuestión es que regresábamos a la sala de estar de vista privilegiada cuando el apocalipsis ya había pasado. Sobre el tejado del edificio de enfrente había un par de conejos gigantes. Mi primer pensamiento al verlos es que iban a ser un problema no previsto y que, sin duda, atacarían nuestra reserva de alimentos. Entonces veíamos llegar un autogiro, que aterrizaba en la terraza, en aquella enorme y circular terraza de casa de mi abuelo desde donde escupí a tantos automóviles y transeuntes. La sensación ante ese autogiro y su tripulante era de peligro inminente, así que un grupo de mis borrosos y anónimos amigos se dispersaba por el interior de la casa. Yo, de golpe, sentía una tremenda preocupación por absencito. Lo cogía y corría a esconderme en el interior de un armario. La oscuridad de un armario como primaria protección para mi descendencia. Y entonces me he despertado.

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