En fechas tan señaladas como estas, el Blog Ausente siente la necesidad de vomitar espíritu navideño, y para ello nada mejor que unos extractos enviado spor Doña Sara Ingram a una de las listas de correo que frecuento. Como doña Sara, a quien respeto y envidio por su prosa y sabiduría, tiene su Lector Constante en pausa, le he pedido pedido permiso para copipastear una selcción de "Los muertos también hablan. Memorias de un antropólogo forense". Ella lo recomienda entusiasmada:
Lo escriben William R. Maples (el antropólogo) y MichaelBrowning (el periodista), lo edita Alba en la colección Trayectos, lo traduce Fernando Borrejo Castanedo y yo se lo recomiendo a ustedes. Si uno es fan de esas cosillas del esqueleto (y yo soy ultrafan), el libro no tiene desperdicio. El autor es un tío bastante religioso, que en algún capítulo afirma que no soporta ni la mentira ni la pereza, así que alguna vez hay que aguantarle el discurso moral, ya sabe, "yo he visto el horror, la putrefacción, la cara de la Parca sonriendo y ya no le temo a nada, salvo a Dios". En otro autor, me molestaría un poco más esa actitud, pero a un antropólogo forense se lo permito todo. Tampoco tienen desperdicio los capítulos acerca de la identificación del cráneo de Pizarro, o las de los maltratados restos de la familia real rusa. Hay,además, un capítulo sobre el curioso esqueleto del hombre elefante ,sobre la investigación de un par de crímenes difíciles de resolver,etc, etc.
Mucha gente confiere una horrible grandeza a la idea del suicidio. La mera irrevocabilidad del acto, la zambullida final que sumerge al suicida en ese reino misterioso "del que ningún viajero regresa", nos sacude el corazón con lóbrega solemnidad. En la cultura occidental, los enfoques del suicidio están rodeados de inexorables anatemas y contienen la amenaza de maldiciones perpetuas y de tormentos espirituales que electrocutan el alma. Dante relega a los suicidas al séptimo círculo de su Infierno, donde sus sombras se transforman en los árboles de un bosque oscuro cuyas ramas sangrantes son picoteadas eternamente por aves demoníacas. El dogma cristiano estricto prohíbe sepultar a los suicidas en campo santo. Los monjes que entierran a Ofelia, el amor de Hamlet en la tragedia shakesperiana, permiten a regañadientes, y sólo por "orden expresa" del rey, que su ataúd entre en el cementerio. De otro modo, "habría descansado en tierra sin bendecir hasta que hubiera sonado la última trompeta".(...)
Hay un segundo tipo de suicidio, que podríamos llamar suicidio meticuloso, en el que la persona desea parecer hermosa después de muerta, morir ordenadamente o causar el menor número de problemas posible a la policía. Recuerdo el caso de un hombre que se disparó dos veces en el estómago, pero la segunda vez se preocupó de colocar el cañón de la pistola de forma que la bala entrase exactamente por el mismo agujero que la primera. Por alguna razón no quería dos orificios de bala en el estómago. A veces, las mujeres se ponen un bonito camisón y se maquillan antes de matarse. Un caso notable, ocurrido en Ohio, fue el de una joven dedieciocho años que se pegó un tiro en la espalda, sujetando el revólver por detrás del cuerpo y apretando el gatillo con el pulgar. El cadáver presentaba un solo disparo en medio de los omóplatos, y a primera vista aquello parecía un asesinato. Pero el ángulo de las extremidades, la trayectoria de la bala y el hecho de que el suceso hubiera ocurrido en una habitación cerrada por dentro permitieron a la policía darse cuenta de que se trataba de un suicidio. Al parecer, la joven no quería desfigurarse el rostro con una herida de bala, para estar hermosa en su féretro.(...)
Pero las muertes occidentales pueden tener raíces más oscuras. En esas muertes, cierto tipo de conducta sexual aberrante alcanza un clímax inesperado.Esta práctica es muy antigua y muy peligrosa. En su perversa novela Justine (1791), el marqués de Sade describe a un noble francés que tiene la costumbre de colgarse de una cuerda por el cuello, a fin de intensificar el orgasmo durante la masturbación, reduciendo el flujo de oxígeno al cerebro. Gradualmente, durante varios meses, el noble incrementa la duración de la tortura y la tensión del lazo, hasta que finalmente se mata. Sade era un agudo y frío observador de las conductas aberrantes -incluidas las suyas propias-, por lo que la gente haría bien en tener en cuenta esta moraleja.
Por desgracia, esta grotesca práctica se sigue dando en la actualidad y constituye un conocido patrón de perversión de la conducta, el cual tiene con frecuencia desastrosos resultados. Si esta tortura "funciona", si realmente se produce una intensificación del placer sexual en un cerebro falto de oxígeno, o si sólo se trata de una representación ritual de fantasías de ajusticiamiento o de otros actos sadomasoquistas, es algo que dejo al criterio de patólogos y psiquiatras. Lo que sí sé, y lo que sabemos todos los que observamos estos casos, es que tales conductas, una vez iniciadas, van en aumento y se vuelven más peligrosas cuanto más se practican.
Los rituales de estrangulamiento tienden a repetirse, una y otra vez, durante largos períodos de tiempo. Lo sabemos porque la viga o tubo que se usa para amarrar el extremo de la cuerda suele tener un surco como consecuencia del desgaste. Habitualmente, la víctima ata una cuerda a una viga de madera, o a una tubería del sótano, o a la rama de un árbol. Luego se ciñe al cuello el otro extremo de la cuerda, generalmente colocando en medio una toalla u objeto similar para evitar quemaduras o irritaciones. A veces también se ata las manos con un nudo corredizo fácil de deshacer.Con frecuencia, la víctima lleva puestas medias de mujer y otras prendas femeninas, y junto a ella, en el suelo, suele encontrarse material pornográfico. Quienes se permiten estas peligrosas diversiones están jugando con la muerte. Creen que pueden parar cuando lo deseen, pero de lo que no se dan cuenta es de que la reducción del flujo de oxígeno que llega al cerebro puede producir la pérdida de conciencia en cualquier momento, sin previo aviso. Nadie le envía al de la soga un telegrama diciendo: "Tu cerebro está a punto de desconectarse". Y entonces se desmayan, inertes, y la opresión se intensifica. El ahogo, la asfixia sin recobrar la conciencia se produce en cuestión de segundos. La víctima aparece muerta en circunstancias que serían extremadamente embarazosas para él si aún estuviera vivo para verse. Antiguamente, cuando estas conductas anormales no estaban bien documentadas, muchos de estos casos eran tratados como homicidios y suicidios en lugar de accidentes.
Pero el crimen sigue su curso: los asesinos han aprendido ese oscuro aspecto de la conducta humana y ahora intentan simular falsas escenas de asfixia autoerótica para despistar a los investigadores. En tales casos, la presencia o ausencia del surco en la viga puede ser de importancia decisiva. Los investigadores también toman nota de que casi todos los que practican la asfixia autoerótica son hombres blancos. Nadie sabe por qué, pero se trata de un hecho estadístico. Estas muertes no son poco habituales. En mi estado, Florida, se da probablemente una media de una al mes. De vez en cuando vemos casos realmente extraños. Algunos hombres, temerosos de jugarse literalmente el cuello, se ponen cadenas alrededor de la cintura para cortar la respiración. Este método de estrangulamiento también resulta efectivo para privar al cerebro de oxígeno. Las víctimas se elevan con tornos de cadena y luego aparecen muertos colgando de ellos. A cierto desdichado le gustaba que su Volkswagen Escarabajo lo arrastrase lentamente con una cadena enrollada alrededor de la cintura. Por desgracia, la cadena se enganchó en una rueda y el coche terminó aplastándolo como un animal gigante.
Otro pobre desgraciado, para quien el placer y el dolor estaban muy próximos, se ponía el transformador de un tren eléctrico en el pene, sujetándolo con unas pinzas, y se aplicaba débiles descargas en los genitales. Por desgracia, en una ocasión -la última-, el transformador provocó un cortocircuito y el hombre recibió una descarga de 110 voltios, quedando instantánea e ignominiosamente electrocutado. Este caso, cuando fue presentado en una de nuestras reuniones, result óinteresante porque los padres del fallecido escondieron el transformador antes de que llegase la policía. Estaban comprensiblemente horrorizados y entristecidos por las circunstancias en que había muerto su hijo, de modo que hicieron todo lo posible por ocultar los pormenores de su muerte. Pero las pinzas eléctricas dejan marcas muy características y muy fáciles de identificar en una autopsia. Tras unas pocas y discretas preguntas por parte de los investigadores, la infeliz pareja se derrumbó y contó la triste verdad de lo sucedido. La muerte fue considerada accidental. (...)
En la historia abundan los suicidios heroicos: Catón el Joven cayendo sobre su espada en Útica, en el norte de África, en el año 46a.C., después de haber perdido la última batalla para salvar la democracia romana y habiendo pasado toda la noche inmerso en la lectura del Fedón, el diálogo de Platón sobre la inmortalidad delalma; el muchacho que "permaneció en la cubierta en llamas" del buque insignia francés L'Orient, en la batalla de Abukir, y prefirió morir antes que abandonar el cuerpo del almirante, su padre; el monje budista Thich Quang Duc, que se inmoló con gasolina en Saigón en 1963 para protestar contra el corrupto régimen de Vietnam del Sur...
El famoso patólogo forense británico sir Bernard Spilsbury se quitó la vida después de meditarlo mucho. Como había sufrido varios infartos y además era plenamente consciente de que su agudeza mental había menguado y de que pronto iba a dejar de ser útil desde el punto de vista profesional, Spilsbury hizo algo muy significativo. Solicitó sólo cien informes de autopsias, en lugar de los quinientos habituales. Día tras día, los muertos pasaban por su despacho, y cada caso iba marcando el tiempo que se había asignado. Cuando hubo rellenado el centésimo formulario, Spilsbury fue a cenar a su club,regresó a su laboratorio y se asfixió metiendo la cabeza en un horno.(...)Cuando trabajaba en el hospital de Austin fui testigo de un caso realmente extraordinario: un abogado se había suicidado disparándose cinco veces en la cabeza con un 38 especial, en su despacho, mientras su frenética secretaria aporreaba la puerta de la habitación, que estaba cerrada con llave; no recayó ninguna sospecha de complicidad sobre ella. El abogado había actuado enteramente por su cuenta. Cuando la policía entró en el despacho y le quitó la pistola de la mano, el hombre seguía vivo y aún podía seguirlos con la mirada. (...) La investigación reveló que el desdichado jurista se había metido el cañón de la pistola en la boca y había disparado cinco veces. Dos balas salieron por un lado de la cara, otras dos por la parte superior del cráneo y la quinta quedó alojada en el cerebro.
La mayoría de los suicidios son bastante más premeditados que muchos embarazos. Casi todos los suicidas que he visto se caracterizan por una tremenda determinación y persistencia. En tales casos, lavoluntad de morir puede ser tan fuerte -incluso mucho más fuerte- que la voluntad de vivir. Algunos suicidas están dispuestos a sufrir tormentos infernales a fin de acabar con la pena que los aflige. Hay un caso en la literatura científica en el que un hombre logró cortarse en dos por la cintura con una sierra circular. Un casto terrible, publicado en la literatura de nuestra disciplina, es el de un hombre que metió un gran cuchillo en el viejo radiador de una iglesia y luego embistió repetidamente contra él, golpeando la punta con su cabeza, hasta que por fin la hoja le atravesó el cráneo. Otros casos documentados son los de personas que se mataron elevando el remolque hidráulico de un vehículo pesado o haciendo descender el contenedor deun camión de la basura sobre el cuello y la cabeza, como lentas y pesadas guillotinas. En estos casos, la fuerza de la maquinaria no corta el cuello en dos, sino que lo aplasta hasta dejarlo como un tallarín. También hay casos de personas que se mataron con sierras de arco o se dejaron morder por serpientes venenosas.(...)
Otro suicidio interesante y meticulosamente planeado ocurrió en Gainesville hace pocos años. Un profesor de la Universidad de Florida se pegó al brazo con cinta aislante un abrelatas y otro objeto metálico, ató a ellos los extremos pelados de un cable eléctrico,conectó el cable a un temporizador y programó éste para las cuatro dela mañana. Entonces se tomó una gran dosis de somníferos, los regó con whisky y se fue tranquilamente a la cama. Durmió profundamente y no despertó jamás. El temporizador, de precisión electrónica, completó su circuito a las cuatro en punto y lo electrocutó tal como había planeado.
Conozco el caso notable de un joven que se mató completamente sin querer cuando iba vestido de vampiro para una fiesta de Halloween. Llevaba una camiseta manchada con sangre falsa, y debajo de la camiseta había colocado el fondo de una caja de madera blanda de pino para embalar manzanas. Como toque final, para aumentar el morbo, decidió aparecer en la fiesta con una estaca "hincada" en el corazón. La estaca iba a ir clavada en la madera de pino que llevaba debajo dela camiseta. Por desgracia, las cosas no salieron como había planeado. El joven decidió usar un cuchillo puntiagudo en lugar de una estaca, hundiendo el cuchillo en la madera con un martillo. Evidentemente, pensaba que la tabla de madera lo protegería de cualquier daño. No fue así. La tabla se astilló fácilmente con los martillazos, y la hoja del cuchillo se hundió en el corazón del joven. Sus últimas palabras,mientras salía tambaleándose de su habitación, fueron de asombro e incredulidad: "¡Lo hice de verdad!". Luego se cayó de bruces, ya muerto.(...)
Mike Helprin, durante mucho tiempo decano de los forenses de Nueva York, solía contar la historia de un joven irlandés al que unos testigos habían visto en el extremo de un andén del metro. De repente, se tiró en silencio delante de un tren que llegaba a la estación. Apareció muerto bajo las ruedas, terriblemente destrozado. Pero su familia era católica y no estaba dispuesta a aceptar la conclusión inicial de suicidio. Estaban seguros de que su hijo no tenía motivo alguno para suicidarse, y al final resultó que tenían razón. Helprin volvió a examinar el cadáver y observó diminutas quemaduras en el pulgar izquierdo, en el índice y en la punta del pene. Pudo tranquilizar a la familia asegurándoles que su hijo había muerto por accidente. El joven estaba orinando sobre las vías del metro, y el chorro alcanzó accidentalmente el tercer raíl. El arco de orina, rico en sales que favorecen la conducción, se convirtió enseguida en un arco de electricidad letal. El muchacho murió probablemente antes de golpearse contra las vías.
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