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26.11.06
RURAL
Hace poco más de un mes leía La Mala Gente de Étienne Davodeau. La novela gráfica había recibido un premio en el Anguleme de 2004 y eso siempre hace algo de tilín, aunque lo cierto es que hay que desconfiar cuando el producto es francés: sabido es que tienen cierta tendencia al regodeo autopremiante. Y este es el caso. No me pareció que hubiera para tanto. Lo cierto es que, precisamente, su interés me resulta muy, demasiado, local, es decir, la historia de un pueblo y de los padres del autor, sus vínculos estrechos con el movimiento católico obrero y como encajan estos hechos individuales o muy locales con la historia de francia desde la liberación a la llegada de la izquierda al poder me parecieron... eso... muy franceses. Sin duda hay una terrible distancia para que el lector español se identifique y viva la historia desde dentro de las viñetas. Ojo, no estoy diciendo que sea un mal tebeo. Davodeau explica muy bien lo que quiere explicar (eso no lo hace todo el mundo) y se lee con agilidad, y el concepto tan bien explicado en la portada, del pueblo rural alejado de la metrópoli que se debate entre dos universos públicos, la fábrica y la iglesia, tiene su interés. Incluso debo añadir que me dio por pensar en que alguna vez debería recopilar las vidas de mi abuelo materno y mi abuela paterna porque de ahí saldría una buena historia, una buen guión para una novela gráfica ("Sería un éxito en Francia" me dijo el otro día un amigo dibujante cuando le expliqué por encima las vidas de ambos).
Más me ha gustado Caída de Bici, como la anterior también editada (con excelencia) por Ponent Mon, aunque en esta ocasión el formato es el de álbum europeo de toda la vida y en color. Hay que reconocerlo, Davodeau tiene una gran virtud: captura la esencia de lo rural más allá de los (estupendos) dibujos, esa atmósfera de calicha pueblerina los sobrepasa, flota. Aquí no hay apunte biográfico sino la historia de una familia (matrimonio, hijos, tíos) que regresan al pueblo a acondicionar la casa de la abuela para su venta. Los niños, como elementos de caos que son, generan un efecto dominó que sacará a flote los ya clásicos secretos de familia. Acabo de comentar la idea de la atmósfera rural. No es la única que brilla en el tebeo. Su autor controla muy bien la narración y, de hecho, durante toda la lectura sentí una ominosa sensación de tragedia oprimiendo el futuro inmediato de los personajes. No sé si fue cosa mía o es buscado, tampoco sé muy bien o puedo explicar cómo se consigue eso, pero para mí estaba ahí. Quizá tenga que ver con ese recuerdo del pueblo como lugar de tardes solitarias y recovecos peligrosos que descubrir para un niño urbanita que como yo disfrutaba de ese extraño halo de aventura cuando acudía a visitar a mis (únicos) primos u otros familiares de la Cataluña interior. Edificios de piedra, calles solitarias, puertas abiertas, ancianas mirando por la ventana, masías abandonadas, ominosidad rural.
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