Que Planeta reemprenda la edición de Lapinot es una buena noticia. Vale que el formato reducido no es el ideal para disfrutar del particular estilo de Lewis Trondheim, un estilo que a mí me seduce enormemente; esa falsa sencillez de la línea clara, en realidad plagada de detalles nada minimales y sí minuciosos me delcta. Además, son animales antropomórficos, tradición (¿pseudo?) genérica a menudo tan incomprendida y por la que siento gran debilidad (supongo que mi devoción por el Universo Pato de Carl Barks y Don Rosa influye mucho). Trondheim lleva al conejo protagonista, su novia ratita y su pandilla de amigos, entre los que destaca (y como) Richard, el atolondrado gato (que ejerce de contrapunto vital al más tranquilo y quizás apocado protagonista) a una serie de aventuras que basculan entre las aventuras de anecdotismo cotidiano (que luego puntualizo) y la no exactamente parodia genérica, sino conmutación de universos, usease y por ejemplo, transmutar a Lapinot y su panda al salvaje oeste (ejemplo no casual, ya que esta aventura en concreto nos ha sido apandada por Planeta).
Esta sexta entrega reúne dos álbumes franceses (osea, es generosa) pertenecientes al primer bloque, la odisea cotidiana y urbanita tratada desde un punto de vista no habitual, alejada de la autobiografía o el falso tono autobiográfico. Esa es una de las gracias de la serie, que la hacen una lectura tan agradable como especial. Yo, además, disfruto y encuentro matices que me sulivellan en esa aparición de secundarios propios de la sociedad borderline: el terrorismo urbano que se dedica a rodear con esprais de pintura los zurullitos perrunos, los falsos montajes alrededor del fenómeno ufo, los escritores de éxito que se retiran del mundanal ruido, el pajero millonario que perfora manzanas de edificios para poder colgar su colección filatélica en las paredes, el vecino misterioso que resulta ser un friqui de Star Wars. Hay ahí un enriquecedor universo paralelo con mucha más enjundia de la que la aparente simpleza anecdótica que impulsa las historias deja traslucir a simple vista. Y es que lo sencillo es, en realidad, difícil.
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