Apreciados lectores: les toca a ustedes el comentario de texto; no hace falta que escriban nada en los comments, que esto no es el cole (aunque yo lo agradezco). Símplemente les pido que lean y guarden lo leído en sus cerebros durante el resto de sus vidas. Es la clave. El meollo. La madre del Cordero. Ah! y trescientas gracias espartanas a don Raúl Sensato, que me ha ahorrado un montón de tiempo llevándome directamente a un lugar que visité no hace tanto pero hace demasiado. Les dejo con Tom Wolfe y su Ponche de Ácido Lisérgico (1968).
"El tipo le acusa de averiarle el motor y Kesey acaba ante un tribunal de menores, donde intenta explicar al juez cómo es un sábado por la noche en el drive-in de Gregg's: la Vida, aquella sensibilidad, La Vida, el mundo de los drive-in de los quinceañeros norteamericanos de finales de los cuarenta y principios de los cincuenta era precisamente la esencia de la vida..., pero ¿cómo explicar todo esto a quienquiera que sea?
¡Pues claro que sí! Aquella sensibilidad... Allí fuera, de noche, libre, con el motor en marcha y la adrenalina fluyendo en su interior, al volante de su coche por las glorias de neón de la nueva noche norteamericana... Era el mismo paraíso el pertenecer a la primera ola de los chicos más extraordinarios de la historia del mundo: apenas quince o dieciséis o diecisiete años, vestidos haute couture con camisas Oxford de color rosa, pantalones de última moda, cinturones serpentinos, zapatos de cordones..., con potencias de 6 cilindros en línea o de 8 en V bajo los pies y todo el encanto del neón arriba, que de alguna forma casaba bien con las proezas tecnológicas de los aviones a reacción, la TV, los submarinos atómicos, los ultrasonidos... ¡Y los barrios residenciales de la Norteamerica de la posguerra: glorioso mundo! Y al diablo con los intelectuales de lengua de víbora que denigraban la civilización pragmática norteamericana... Ellos no podían saber lo que era aquello, porque de otro modo habrían cultivado ellos también... aquella sensibilidad, ¡el ser auténticos supermachos!, el integrar la primera generación mundial de pequeños diablillos: sentirse inmunes, más allá de la calamidad. Sus padres recordaban el penoso orden habitual -Guerra y Depresión Económica-, pero los supermuchachos conocían tan sólo la oleada emocional de la gran recompensa, cuando nada era ya "habitual" o conocido. ¡La Vida! ¡Un lugar glorioso, una edad gloriosa, puedes creerme! Un verdadero renacimiento de neón. Y los mitos de estos supermachos no eran Hércules, Orfeo, Ulises y Eneas, sino Superman, el Capitán Marvel, Batman, la Antorcha Humana, Namor, el Capitán América, Plastic Man, Flash... ¡Cómo no! ¿En Perry Lane qué pensaban -lo tomarían como algo pintoresco- cuando él decía que estos superhéroes de los cómics eran los honrados mitos norteamericanos? Se trataba ya de un mundo de fantasía, aquel mundo electropastel de mamá-papá-hermanito-hermanita en su barrio residencial. Ahí van, en el coche familar, un sedán blanco Pontiac Bonneville, ¡El Coche de la familia!, una criatura de fantasía, enorme y descabellada, terriblemente potente -327 caballos-, como veintisiete seductoras noches de lujo lúbrico de berlina, ya estás ahí, en Fantasilandia, así que por qué no dejas ese confortable puerto, esa acolchada cama de tu punto muerto y te liberas..., te lanzas hacia adelante y dices "¡Shazam!", convirtiendo las cosas en lo que ya anhelaban ser: una potencia de 327.000 caballos, una superautopista larga y aérea y rugiente en dirección a... la Ciudad límite, y a las fantasías últimas, presentes y futuras... Billy Batson dijo "¡Shazam!" y se convirtió en el Capitán Marvel. Jay Garrick inhaló un gas experimental en el laboratorio y...
...y empezó a viajar y a pensar a la velocidad de la luz como... Flash..., la fantasía del momento. Sí."
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