Páginas
▼
20.12.05
QUÉ COÑO KONG: ¡MECHANIKONG!
Se me hace muy difícil hablar de King Kong se Escapa. El disfrute infantil repetido incontables veces en cines de barrio, de verano y hasta en sesiones escolares me cortocircuita el entendimiento. Y a eso añadan mi aún intacta fascinación por el cine de entretenimiento sin prejuicios de décadas pasadas. El estreno del remake de Peter Jackson me parece una esplendida oportunidad para reivindicarla como se merece, y aunque la tenía en mente desde hace ya unas semanas, el impacto que me produjo The Mighty Peking Man me impulsó a una reseña veloz del filme de la Shaw Brothers, cometiendo una injusticia para con el de la Toho. Pero aquí estoy, sacando tiempo de donde no hay por una causa justa, casi una misión divina: demostrar que King Kong se escapa es una obra maestra, una de las muchas de Inoshiro Honda.
Los japoneses ya se habían acercado al mítico gorila creado por Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack en King Kong contra Godzilla. Y el éxito internacional que acompañó tamaño enfrentamiento hacía bastante lógico una nueva visita a los territorios del rey Kong, en régimen de coproducción con los Estados Unidos, aunque la participación de éstos se limitara a aportar un par de actores de segunda fila, algo de dinero y garantizar la distribución internacional del filme.
De todos los remakes, secuelas y explotaciones de King Kong, ésta es la que tiene más personalidad propia. Es obvio que mantiene algunas de las constantes: la expedición a una isla perdida poblada por monstruos, la relación platónico-zoofílica entre la chica y el mono, el trasvase de la bestia a un habitat tan salvaje como la civilización occidental y el final en lo alto de un rascacielos (en esta ocasión la Torre de Tokio). Todo eso está en la película de Honda, claro, pero además le añade elementos la mar de pintorescos que impulsan el sentido de la maravilla a niveles estratosféricos, casi cósmicos: un delirante villano pulp, un tono de película de espias pop y, sobre todo, por encima de todo, esa maravilla que es el Mekanikong, auténtica estrella casi sin quererlo.
La película, ya de entrada, va directa al grano. Es puro entretenimiento (visualmente hermoso, ojo) y no necesita coartadas que justifiquen la fantasía. Sólo hay que ver la primera escena en el submarino de la ONU que protagoniza parte de la acción. Susan, la teniente Susan Watson, oficial de enfermería, entra en la sala donde los dos comandantes al mando de una misión petrolífera pasan su tiempo libre. “No sé como pueden divertirles los gorilas, a mí me aburren” exclama la muchacha. “He dedicado muchos años a investigar sobre Kong. De los datos obtenidos se deduce que un antropoide gigantesco vivía en una isla de esta zona y puede que aún esté allí” responde uno de ellos mientras el otro continúa ensimismado en una ilustración del gran mono por ellos realizada. Fíjense ustedes cómo se entra en materia y se justifica científicamente (dentro de los parámetros de lo pulp). Por no hablar del hecho de que un submarino atómico esté comandado por dos pajeros que pasan los ratos muertos hablando de gorilas gigantes. Hermoso.
De manera inmediata, la siguiente escena ya nos sitúa en el otro foco argumental. El Polo Norte. Lugar en el que el pérfido Dr. Who (sin nada que ver con su tocayo británico) muestra a una bella agente oriental de un país sin determinar (Madame Piraña, nada menos) la máquina que utilizará para desenterrar el elemento X (un potente mineral atómico). Ni más ni menos que el Mekanikong, un enorme robot con forma de gorila inspirado en los planos robados (elípticamente) a los dos comandantes del submarino. Fíjense ustedes que maravilla: en sólo cinco minutos de película está ya todo definido: un malo muy malo, una espía exótica, bombas atómicas, robots gigantes, buenos muy buenos, una enfermera a la que no le gustan los gorilas, un submarino, el polo norte y los indicios de la existencia de King Kong. De nuevo, insisto: hermoso.
Con esas cartas sobre la mesa no les sorprenderá a ustedes que el submarino tenga una avería y los dos comandantes más la enfermera se acerquen a la cercana Isla de Mondo, que aparezca una especie de tiranosaurus a la japonesa (Gorosaurus), que King Kong despierte con los gritos de la chica y acuda al rescate, que incluso se pelée con una serpiente acuática y que su existencia sea revelada en una reunión de las Naciones Unidas. Del mismo modo que las radiaciones del brillante elemento X impidan al mekanikong cumplir su tarea, que el Dr. Who opte por secuestrar a King Kong con la idea de hipnotizarlo y enviarlo a las minas, que la espía ordene secuestrar a los tres protas por si acaso el mono se resiste y que la cosa acabe con la huida del Polo Norte por parte de Kong, perseguido por el Mekanikong, hasta llegar a Tokyo donde se lían a hostias y acaban subidos en la mentada Torre de Tokio con la teniente Susan como rehén (al fin y al cabo es el punto débil del gorila). Esta es más o menos la historia explicada rápido, pero no es lo que más me interesa comentar por aquí. Yo quiero hablarles de los monstruos, de los personajes, de los efectos... Y del MekaniKong, claro.
Así que vayamos por partes. Y en un kaiju la parte importante son los monstruos. El King Kong que nos presentan no es para tirar cohétes. A qué engañarles. Superior, eso sí, a su antecesor godzillesco, la cara de tonto sigue presente. También entiende el inglés casi a la perfección. De todas formas es justo resaltar que el actor disfrazado de gorila imita muy bien los andares simiescos, así como el par de escenas en que le vemos correr (por las minas del elemento X primero, y en el puerto de Tokyo al final) y que resultan muy convincentes respecto a la grandiosidad y poder del monstruo; y pese a su reiterada cara de bobo (cuando despierta, cuando conoce a Susan, cuando lo hipnotizan). Kong es el protagonista, sí. El gancho, pero claro, la presencia del Mekanikong le desluce el protagonismo.
Y es que el simiesco robot es como Cary Grant: un roba escenas. La visión de este monstruo a mí me produce un placer estético inconmensurable, en serio. Creo que es uno de los grandes diseños de la Toho. Por un lado resulta hasta tierno pero por otro es que es malo, con todo el encanto que eso conlleva. Con su cinturón con bombas, con sus ojos de deslumbrante luz, con su comportamiento robótico, con el casco hipnotizador. Que sí, coño, que es una delicia de diseño. Y si no se lo creen lean lo que decía Wilbur Mencer hace unos meses y se acaban de convencer.
Kong y su robótico émulo no son los únicos monstruos de la función. Por un lado tenemos a Gorosaurus, una especie de tiranosaurio que posteriormente fue recuperado para la saga de Godzilla en Destroy all Monsters, además de que su presentación en King Kong se escapa ha sido utilizada en varias películas más cuando se presenta como habitante de la Monster Island. La pelea entre Kong y Gorosaurus es bastante potente y culmina con un momento muy violento para el tierno infante: el gorila le rompe la mandíbula mientras el reptil suelta espuma por la boca. El cuarto monstruo es una anónima serpiente marina.
Ya que estoy con los monstruos, vayamos con los malos. Y concretamente el pérfido Dr. Who, todo un ejemplo de villano de opereta. Primero, por su aspecto, con esa hermosa capa de draculín con la que suele aparecer. El Dr. Who es un genuino arquetipo que bebe, por un lado, de la galería de villanos bondianos jefes de una poderosa organización secreta, como de los malos de los tebeos que tanto gustan de explicar sus planes en voz alta, para que todos se enteren. Y siempre dándose por ganador engreído y demasiado confiado en sí mismo cuando, en realidad, su destino está irrevocablemente unido al fracaso. Fracasa con su idea de utilizar al Mekanikong como minero, fracasa hipnotizando a Kong, fracasa con las medidas de seguridad que ha montado para evitar la fuga del gorila. Y, al final, cuando la misteriosa nación que le financia le retira su apoyo, suelta a su robot gigante en medio de Tokyo con el único propósito de exterminar al gorila, en un ataque de venganza ególatra que no lleva a ningún sitio. Bueno, sí, lleva al fracaso final. Por cierto, la relación del villano con los dos comandantes de submarino es pura elipsis. Primero, el robo de los planos (que sucede ants de lo contado en la película) y luego cuando éstos descubren que alguien se ha llevado a King Kong de la isla. No se lo piensan ni un momento y exclaman casi al unisino: “esto tiene pinta de estar planeado por nuestro viejo amigo, el Judas internacional conocido como Dr. Who”. Ah! Qué hermosas son las frases de la serie Bé sin prejuicios.
El otro villano es una de esas féminas fatales que, de nuevo, beben directamente del cine de agentes secretos más pop. Madame Piraña (encarnada por la hermosa Mie Hama), espía y agente secreta de un país desconocido. “Con el elemento X su país será el mayor poseedor de armas atómicas del mundo” le espeta, casi grita, el Dr. Who para luego continuar “Yo no sé nada con respecto a su país y además tampoco quiero saberlo pero me llena de satisfacción saber que el mundo será conquistado por un pequeño país sin civilizar. Bwhahaha!”. El hecho de que sea pequeño descarta a China, por lo que personalmente me decanto por el Vietnam de Ho Chi Min o por Corea del Norte. La agente secreto lucirá hermosos vestidos sixties, incluso un precioso traje de comunista maoista a la moda de la época, utilizará gadgets como el lápiz de labios radio y al final cometerá un grave error: querrá cautivar con sus encantos al comandante Nelson (Rhodes Reason, un clon de Sean Connery) y acabará rendida a sus pies y tomando decisiones que para nada favorecen su “pequeño país sin civilizar”.
La otra chica de la función es, claro, la teniente Susan. La chica que gusta a Kong, para entendernos. Reconozco que de pequeño me parecía muy hermosa, despertando mis primeros instintos sexuales (cosa que me emparejaría con el gorila). Linda Miller, la actriz que la encarna, debutó aquí y luego participaría (haciendo de enfermera) en Batalla más allá de las estrellas , otra coproducción entre nipones y usacas, para desaparecer luego de la historia del cine, una pena. Honda es el culpable de esta tierna fascinación: viste a la muchacha como si de una colegiala nipona fuera (uniforme ajustado, faldita corta, gorrito, botitas) y luego la coloca en apuros: que si un tiranosaurio, que si el Dr. Who quiere desfigurar su cara acercándola a una pared ultracongelada, que si ahora es el Mekanikong el que la secuestra... Ya saben, la grácil muchachita puesta en peligro es un clásico a la hora de alterar las hormonas del espectador fetichista masculino, aunque sea menor de edad.
Y respecto a las hormonas de King Kong... bueno, la rueda de prensa en la ONU es muy explícita. Ante la pregunta “Kong se mostró dócil con la teniente Watson ¿Tienen idea de por qué?” ella se ruboriza e incomoda mientras el comandante Nelson rápidamente lo deja todo diáfano: “Creo que es bastante fácil de comprender... en fin, por ridículo que les parezca esto, señores, Kong es un animal macho y la señorita Watson... Ya lo ven ustedes, señores. Ja Ja Ja”. Las hormonas del gorila no son las únicas alteradas, también las de Akira Takarada, el galán por excelencia de la Toho y del kaiju. Hay aquí una cosa muy curiosa respecto a las relaciones amorosas étnicas que también se producía en Los monstruos invaden la Tierra. El japonés se enrolla a la occidental y todo es perfecto, en cambio, el protagonista occidental se lía con la oriental, de entrada simpatizante activa del Mal, y el destino no puede ser otro que la muerte de la chica. Estoy convencido que no es una casualidad sino algo voluntario, una sibilina o subconsciente advertencia para con las bellezas orientales. La raza caucasiana no es para vosotras, pequeñas.
Y eso es todo. Mi opinión creo que ha quedado bastante clara. King Kong se escapa es una maravilla pop rodada en plena etapa dorada de los creadores del kaiju japonés. Un Honda preciosista en el uso del escope y el color, un Akira Ifukube componiendo estupendas bandas sonoras (aquí perfecto tanto en la melodía de tono triste y romántico que acompaña a la teniente Susan en su relación con el gorila como en la épica orquestación de las escenas de acción) o un Eiji Tsuburaya construyendo elaboradas maquetas y encargándose de los efectos especiales. Muestren atención a los numerosos vehículos que aparacen en el filme: submarinos, helicópteros, coches y hovercraft voladores parecen sacados de los mejores momentos de los Thunderbirds de Gerry Anderson. Y tengan presente una cosa, por mucho disfraz de monstruo y mucho tanque de juguete, en esos años, tras Harryhausen, Tsuburaya era el gran técnico de los monstruos gigantes y sus técnicas habían revolucionado los efectos especiales de la serie Bé. Y no es una boutade. Comparen con el bajo presupuesto yanqui de la época (con sus insectos aumentados con lentes) y comprobarán que no hay color. Ah! Como es tradicional, habrá B-Art. Pues claro que sí.
Sin duda King Kong es una película ideal para cuando los
ResponderEliminarchicos comienzan a inquietarse. Como el último verano hacíamos un viejo de
muchos kilómetros con mi familia a bordo del Polo
Classic que manejo decidí comprar un DVD portátil y les puse esta película
a los chicos y ha sido un éxito. El viaje ha pasado muy rapido