Vuelvo a estar más o menos enganchado a Gran Hermano (GH) . Como todos los años y desde el primero. El programa que, para muchos, es el estandarte de la televisión basura. Y eso es mucho decir. De hecho, mi enganche para con este tipo de los llamados "reality show" es única y exclusiva para la casa de Guadalix, su Ontiveros y sus seres ratoniles. El resto no me interasa lo más mínimo. Hay un leit motiv en el resto. Y de entre ellos Operación Triunfo me parece lo peor de lo peor. Tampoco me interesa toda la parafernalia externa al concurso. Todos esos programas del corazón que llenas las mañanas, las tardes, las noches y las madrugadas de telecinco. A mí solo me interesa el concurso y el interior de la casa.
En Gran Hermano el casting lo es todo. Y son muchas las cosas que me fascinan del programa, al menos en su versión española. Me fascina ese guión que se autogenera a sí mismo a partir del casting. Con cuatro personalidades irreconciliables y otras tantas impredecibles se autogenera un culebrón instantáneo, que va cociendo lentamente, con brotes de aspavientos y el sembrado de un odio entre humanos que me magnatiza. La posterior división en grupos aún más. O ese odio que brota con naturalidad entre las hembras y que se repite año tras año (vieron hoy a Raquel Abad: sólo nominó mujeres), Y también me fascina la capacidad de manipulación de las imagenes y su montaje. Tienen cientos de horas grabadas diariamente (multiplen 24 por las cámaras y los grupos) y realizan un montaje de 25 minutos que condensa la realidad. Y la vuelven, claro, irreal. En el fondo, la magia de la realidad y lo audiovisual. Los telediarios hacen lo mismo y nadie se queja. Gran Hermano es subjetivo. En el montaje, en lo que ven sus seguidores y en lo que conciben sus concursantes. Y todo eso me fascina, insisto.
Este año, una vez más, han reunido un montón de seres que uno duda de que existan en la realidad cuando, ciertamente, son lo más real del mundo. Dénse una vuelta por el baile de infraegos de la blogosfera y veran miles de candidatos. Ojo, no estoy hablando de mi querida burroesfera, que eso es otra cosa sabia y llena de sabios. Ahí tienen a Raquel L., un hermético especímen con déficit emocional evidente. Un borderline profundo (Tono). Un ente pintarrajeado que representa lo peor del ser humano (la cosa esa, ya saben). Un Arturo Fernandez Cínico, que es lo más grave que le puede pasar a un engreido azafato aereonáutico. En fin, una colección de cafres. Este año destaca la dominación que un ente másculino, ese que acabo de citar, el tal Pepe experto en la autoescucha, ejerce sobre bastantes de su compañeros (Dayron, Tono, el golfista malagueño). Hay mucho de homosexualidad latente en toda esa dominación del lider macho sobre sus obedientes secuaces. De hecho, han acabado haciendo martir a la insoportable pija.
Puestos a mojarse, si este post no es ya una mojada total, este año me quedo con Jesús (mi favorito por cabal y por frío), la alelada de su novia (hay algo en ese alelamiento de Saray que me perturba), Sarita, que pese a ser insoportable intuyo que tiene unas tetas perfectas (y ya saben que dos tetas salvan cualquier cosa) y al gay mexicano, de quien espero se ponga la máscara de Mil Máscaras de un momento a otro.
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