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13.9.05

el yuyu del pez cantante

En la Mansión Ausente nos hemos tragado, como si nada y de manera inusualmente rápida, la tercera temporada de Los Soprano. Don Spaulding tiene la gentileza de írnoslas dejando y nosotros cada vez las vemos más rápido. El tiempo, aquí, es oro, y aunque parte de la eucaristía diaría con nocturnidad es culpa del formato (que dure 50 minutos cada episodio lo hace más factible que un largometraje) la otra parte corresponde a la calidad de la serie, que de momento se va superando temporada tras temporada.

En esta que hemos finiquitado hace un par de días, dejándonos un ocioso vacío, la cosa se liquida con unas cuantas puertas abiertas al futuro. Ese FBI cada vez más deseperado; esa, intuyo, guerra de bandas futura entre New York y New Jersey; ese Ralphie repugnante por el que no daba un duro al inicio de la temporada; los celos de Paulie. Todo eso de cara al futuro. Los que hayan visto la Cuarta Temporada sabrán si voy por el buen camino o no (y no me digan nada, no me interesa saberlo).

Y si eso es el posible futuro, en (mi) presente recién finiquitado quedan un buen puñado de episodios y momentos memorables, como aquel en que Paulie y el sobrino deben dar caza a un boina verde ruso en un bosque nevado (episodio dirigido por Steve Buscemi, por cierto); los avatares de la lámpara con micrófono del FBI, el paralelismo entre el joven Jackie Aprile y el aún adolescente hijo de Tony, cuyos genes mafiosos empiezan a dar saltos. Y luego está el yuyu con los peces cantarines, momento surrealista vinculado al pasado de la serie y que me tiene enamorado. WoW. (¿Obispo Spaulding? ¿me lee? ¿la cuarta...?)

ACTUALIZACIÓN AL CABO DE LAS HORAS: Cielos, me he olvidado de mentar el robo de la pierna ortopédica y quiero que conste en acta tamaña muestra de humor negro.


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