El destino ha querido que en un breve lapso de tiempo recorriera las páginas de dos cómics que hablan de la infancia (y el fin de esta). Cielos, qué solemne me está quedando este inicio. Se trata de la novela gráfica Buen Tiempo de Joe Matt (Ediciones La Cúpula) y de la cuarta entrega de La Ascensión del Gran Mal de David B. (Ediciones sins entido). A mí la cosa autobiográfica en tebeo acostumbra a interesarme y agradar. No me he planteado el porqué de este gusto y eso que en los últimos años se ha convertido en un género habitual en las librerías, con los riesgos de paja que eso conlleva. No es el caso de los dos álbumes de hoy, que por otro lado son bastante diferentes entre sí.
“¿Avaricioso? ¿Por qué? ¿Porque quiero cosas? ¡Eso no es ser avaricioso! ¡Eso es ser normal!”
A Joe Matt lo descubrí con el magnífico Peepshow que aquí editó (y dejó a medias) La Factoria de Ideas. Lo bueno de Joe Matt, además de un dibujo claro, de linea gruesa, bastante caricaturesco, estupendo en el detalle gestual, natural y dinámico, es la cruel autoparodia que de sí mismo hace, demoledora pero con con un gran sentido del humor (no amable). Admiro mucho a quien es capaz de reírse de sí mismo y dibujarse como un tipo patético. Quien eso hace tiene carta blanca para reírse de cualquier cosa. En Buen Tiempo el autor de Peepshow (al que a menudo encuentro un tono woodyallenesco) retrocede a su infancia, concretamente a un par de días de verano. Esos veranos aparentemente largos en el recuerdo, de principios y finales difusos en la memoria (cosa que queda muy bien resuleta) en el que dar rienda suelta a la irresponsabilidad total. Joe Matt, de nuevo, se esboza como alguien mezquino, cobarde, enórmemente tacaño y materialista, que da más importancia a acumular tebeos que a la lealtad con su mejor amigo o su familia. Una excelente novela gráfica muy bien editada por La Cúpula.
“Me pregunto qué será peor: querer dibujar una bandera nazi o ya no ser capaz de hacerlo”
La Ascensión del Gran Mal de David B es muy diferente en tono y estética. Cosa que está bien para constatar que no por ser de un mismo género las historias y la manera de contarlas deban ser iguales. Si lo comparamos con el Buen tiempo de Matt aquí no hay humor y el universo en que se mueve es del todo subjetivo e incluso onírico. Coinciden, eso sí, en la capacidad de autocrítica, aquí menos salvaje e hiriente. La ascensión del Gran Mal, seis álbumes en Francia de los que aquí llevamos cuatro, narra la infancia y adolescencia de su autor vehiculada a través de la enfermedad de su hermano mayor. Epilepsia. El Gran Mal. Locura. Debo reconocer que encuentro esta cuarta entrega un tanto más dispersa que las anteriores. Pero aún así tiene un enorme, gigantesco, interés. Desde el punto de vista de lo que explica, está esa visión ciertamente ácida de la desesperación paterna que impulsa a buscar soluciones alternativas al Gran Mal: homeopatía, mediums, new age de saldo, budismo, corrientes magnéticas, sectas. A todas las mira con descreimiento y las deja como lo que son: paparruchadas. Eso me gusta. También está el descubrimiento de la literatura de evasión por parte del autor, magníficamente evocado. Los grandes héroes. La literatura de horror. Jean Ray y sus Últimos cuentos de Cantembury. La atracción por las sociedades secretas. Este es el meollo del álbum y cómo lo ilustra David B. es, sencillamente, la hostia. A nivel de dibujo lo encuentro soberbio. Expresionista y personal a niveles casi insultantes. Con un dominio absoluto de la mancha negra puesta al servicio de la imaginación. A mi es que se me cae la baba con todas esas viñetas, y las hay para dar y regalar, en la que se plasma un brutal imaginario poblado de monstruos, batallas, armaduras, sectas, calaveras y ondas magnéticas. En ese aspecto, ya les digo, es la hostia.
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