Páginas

4.5.05

UN COREANO CON UN MARTILLO EN UN PASILLO



Hace un par de noches regresé a Oldboy. Tenía muchas ganas de verla de nuevo. El principal motivo es porque es uno de esos pocos filmes alguna de cuyas imágenes quedan grabadas en la memoria y vuelven a ella una y otra vez. Uno está, no sé, cortando salchichón y de golpe se queda ensimismado recordando el intenso travelling en plano secuencia del pasillo, con el tipo sacudiendo (y siendo sacudido) a (por) sus secuestradores con un martillo en la mano y un cuchillo clavado en la espalda. Así que cuando pasa eso, recordar tanto una película según pasan los meses, el flujo del placer cerebral te pide repetir, como los niños capaces de tragarse cuarenta veces la misma película, pero en breve.



El otro motivo que me instaba a recuperarla era por el marco en que la ví por primera vez, el Festival de Sitges. Esto de los festivales muy sano no es y la percepción de un filme no es la misma. La cosa más estúpida programada en medio de dos truños pretendidamente sesudos transmuta en fresca maravilla. Y películas que requieren un cierto poso posterior son engullidas por las prisas. “Los títulos de crédito levanta y corre que en el pueblo echan la otra en cinco minutos”. Con semejante panorama, ese querer engullir cine que es como engullo yo las cosas, así a lo brut(t)o, con gula y sin saborear, los posos se sepultan en lodos. Es por eso que me viene muy bien el Blog Ausente, porque me obligo a reflexionar algo al menos cinco minutos. Aunque luego escriba los textos engulliendolos también.

Así que regresé a Oldboy con muchas ganas y volvió a gustarme mucho. Incluso más. Resiste muy bien la reposición. Es cierto que es una película exagerada y manierista que se retuerce cosa mala tanto en lo visual como en lo argumental. Hay excesos, por lo que parte del placer debe ponerlo el espectador, que deberá, si quiere (es cosa suya y muy libre es de cagarse en todo), perdonar y/o arrebatarse. Yo, la verdad, me he dejado llevar de nuevo por una banda sonora impresionante, un actor protagonista que avasalla en las carnes de un personaje muy bien trazado y un montón de imágenes para el recuerdo: el pasillo antes citado, la hormiga sentada en el vagón de metro, el tentáculo vivo agitándose en la boca del desmayado protagonista, el flashback que resuelve parte del misterio (el porqué) que es como un cuadro de Escher en el que se suben y bajan muchas escaleras sin sentido, el cuerpo que sale disparado en silencio hacia el cristal del rascacielos y la posterior fragmentación de éste, la tensión de encontrar una hembra en un (claustrofóbico) ascensor, la linea que traza un imaginario recorrido entre el martillo y el cráneo del vigia. Muchas imágenes para el recuerdo, la verdad. Incluso la maleta en lo alto de un asilvestrado rascacielos que tanto molesta al amigo Spaulding, aunque no deja de tener cierta explicación hiperbólica sobre el encierro y la liberación. Hay algún otro momento que quizá sea más enervante o confuso en lo que pretende. Volveré a ello al final.



Y luego está la historia. Una confrontación de venganzas que, de hecho, forma parte de una trilogía sobre el tema formada por películas independientes. La anterior guarda cola al lado del reproductor, la posterior está en plena gestación. Desconozco qué tal está el manga del que parte la historia. El otro día pasé rápido las hojas con curiosidad en una librería. Pero eso es todo lo que sé. Bueno, leí que a partir de un punto toman caminos diferentes. Y si usted no ha visto la película es un buen momento para dejar de leer este post dado que voy hablar del final y esas cosas que merecen aviso y respeto.

Hablo de confrontación de venganzas porque hay dos en la película. La del hombre encerrado quince años y despojado de su familia sin saber porqué es una. La otra es desmedida, irracional, retorcida. Un simple hecho del pasado, imperceptible y hasta normal, olvidable, nímio para su autor pero, como todo acto, con consecuencias. Y a partir de aquí una venganza desproporcionada. Manierista. Retorcida y salvaje. Aunque al final hay cierta piedad en su ejecutor, que tiene suficiente con tener a su hombre objeto humillado, vencido, descolocado, automutilado. Y esa terrible, atípica, conclusión en que se acude a la hipnosis para olvidar que se está cometiendo incesto; y poder ser feliz; muy feliz. No deja de ser curioso que siendo ésta una película de gran violencia explícita (extraer dientes a lo brut(t)o con el reverso de un martillo lo es) a uno le quedan en la memoria otras violencias más cerebrales.



Para ir acabando, comentaba a tenor de la maleta de Spaulding, que había otras escenas a las que me costaba encontrar su lógica interna. Y siempre teniendo en cuenta que estamos ante un filme muy intenso, pero que también se autorecrea en el virtuosismo visual. Una la he solucionado un poco con la revisión, la del protagonista sujetando al suicida del rascacielos por la corbata. Secuencia inicial que se convierte en un extraño flashback hasta el momento de la liberación. Es cierto que visualmente es igual que la del hermano sujetando a su suicida hermana en la presa, no deja de ser rebuscado pero algún vínculo hay. Y la nimiedad es un elemento importante en esta contundente película. La otra escena que, ahora sí, encuentro demasiado, no sé, confusa o sobrante, es el hecho de que el millonario y vengativo demiurgo acabe matando a su akitanado guardaespaldas, y más cuando éste ya ha sido herido en la oreja. Confunde un poco en un momento en que el filme corre el riesgo de amontonar finales, una sensación que tuve más marcadamente en el primer pase. El domingo por la noche, no tanto. Y es que no tenía prisas. El epílogo me entró mucho mejor.

1 comentario: