The Wicker Man es ejemplo paradigmático de lo que es un filme de culto. Desconocido para la gran mayoría, difícil de ver y venerado de manera arrebatada por unos pocos. Extraño, atípico y, además, doblemente de culto pues toda él gira alrededor del, perdonen, culto a los dioses paganos (por tanto, culto en su sentido religioso).
La cosa va de un sargento de la policía católico fundamentalisma (el televisivo Edward Woodward) que acude a una remota isla escocesa para investigar la desaparición de una adolescente. Una vez allí no tardará en percatarse de que las gentes del lugar, jubilosas y cantarinas, no creen en Dios sino en dioses (el del mar, el dios Sol, la Diosa de la cosecha), practican extrañas ceremonias y follan como descosidos. La sospecha de un sacrificio humano es cada vez más fuerte.
(Bueno, ya me he sacado la sinopsis de encima, que es una cosa que me da mucha rabia porque es como redactar la parte de atrás de las carátulas y saber que no las va a leer nadie inteligente.)
Por lo dicho respecto al argumento queda patente que la cosa va de investigación policial. Sí. También es una película que a menudo se vincula al cine de terror británico (ojo, es un producto independiente, nada de Hammers ni Amicus) sobre todo por su final de cuento de terror de la EC y cierto aire a lo Insmouth (por lo de la comunidad rural rara y autoexcluida). O por supuesto la imborrable imagen del Hombre de Mimbre que le da título, una especie de gigantesco tótem fálico que hace las funciones de altar reciclable y centra la mayor parte del final.
Bueno. Es una película policiaca con puntos de terror. Aún hay más: ¡Es un musical! Los tipos del pueblo viven contentos como jipis cantando durante buena parte del metraje. Le cantan al policía nada más llegar, cuando éste visita La Taberna del Hombre Verde, y ya siguen cantando con irritante frecuencia hasta el feliz y malsano cántico final. Esto de las tonadillas me daba mucho miedo al recuperarla. Conseguí la banda sonora hace algunos meses y andaba con la mosca tras la oreja. De un tal Paul Giovanni, intenta arrejuntar el folklore celta, la dentera propia de John Dever (o la Baez) y la psicodelia de la época. Extraño mejunje que se atraganta sin la película de fondo. Y es que no sé a ustedes, pero a mí lo folklórico siempre me ha tirado para atrás porque soy muy urbanita. Pero claro, una cosa son los mentados cantautores o las sardanas y otra, por ejemplo, una tradición por la cual las lugareñas danzan en pelotas. En definitiva, que no conviene desdeñar lo folk de primeras porque quizá detrás exista una añeja tradición pagana y más bizarra de lo que parece. En la película se utilizan muy bien elementos típicos de la zona (las máscaras de animales) o la figura del polichinela para generar inquietud al espectador. Lo folklórico como elemento terrorífico, pero de verdad.
Por si no fuera poco, la película también recurre al exploit sexual. En este aspecto destaca sobremanera el bailoteo que se pega una jamona tan considerable como Britt Ekland, como Dios la trajo al mundo, meneando el pandero y dando golpes al tabique y a la puerta de la habitación donde el descansa el policía (ojo, parece ser que hay dobles cuerpos y tal porque la sueca estaba embarazada). También destaca un nutrido grupo de jovencitas generosas y desnudas que rotan alrededor de menhires y dólmenes y saltan sobre una hoguera para maximizar su fecundidad. “Es peligroso saltar desnudos sobre el fuego” exclama el Sargento. “Más peligroso es saltar vestidos” le responden. En las puertas de la taberna se copula sin pudor, al aire libre, en una escena que me recordó aquel episodio de Futurama en que el Doctor Zoilberg acude a su planeta natal para llevar a cabo los rituales de apareamiento que le son propios.
El choque entre cristianismo y politeísmo arcano también es una baza importante. Pese al final, son muchos los que defienden la película por decantarse del lado de lo pagano. La gente es feliz, rinden culto al polichinela, el loco o tonto rey por un día y, atención, Ingrid Pritt da clases prácticas a las púberes del pueblo sobre las diferentes variantes del símbolo fálico. También se comen ranas para quitar el mal de garganta, cuelgan cordones umbilicales de los árboles y se encomiendan a la eyaculación de las serpientes.
Luego está, claro, la siempre agradecida presencia de Christopher Lee, el Lord de la localidad que también es el sumo sacerdote o druida. El actor, pese a salir primero con una horrorosa peluca 100% bujarra y luego con otra lacia, como muy Cher con largas melenas, dice que es una de sus mejores interpretaciones. Yo no sabría decirlo, dado que la he visto doblada como se doblan las pelis de culto: mal, y la copia es la estándar, con menos metraje. El productor era un tipo listo: cortó diálogos y dejó los desnudos. Al director, pobre, se lo tragó la noche de los tiempos. Ah! También sale Lindsay Kemp.
La película merece verse, la verdad, por su extraña bizarrez y por ser tan atípica, de una rareza sin igual. Y porque está muy bien, qué coño. Por si sienten mayor curiosidad o tiene ganas de refrescar la memoria les dejo con algunos enlaces:
- La ficha de la IMDB;
- Una excelente web sobre el filme, con su galería de fotos y escenas eliminadas del metraje comercial;
- Un fanzine aperiódico entereamente dedicado al filme;
- Una de las varias que hay sobre las localizaciones escocesas
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