16.3.13

ROMPE-PRIMAVERAS POR SIEMPRE, ZORRAS


Spring breakers fue la película sorpresa del último Festival de cine fantástico de Sitges. La señora absenta me acompañó a la sesión y ahí estábamos los dos, contemplando en sus primeros minutos ese festival de cuerpos en bikini dándose a la fiesta en la playa y desvelando que entre los universitarios norteamericanos, las erasmus borrachas y nuestros canis de suburbio no hay demasiadas diferencias cuando se sueltan las hormonas.

En el calendario escolar norteamericano y en otros países (pero no el nuestro, de ahí la necesaria explicación) hay hueco para unas vacaciones de primavera que se conocen como Spring break. Desde los 80s se ha impuesto entre los jóvenes universitarios la escapada a las playas de Florida para practicar eso que hacen todos los jóvenes: botellón y sexo a ritmo sincopado. De eso va Spring breakers, aunque de break a breaker hay una sutil (y bella) diferencia. La película de Harmony Korine propone seguir a un grupo de esas jovencitas en su escapada primaveral y mostrar sus coqueteos con el desfase que les es propio y que en el fondo la sociedad y el mercado esperan de ellas, con el añadido de que esas adolescentes barely legal son niñas Disney, esas mismas niñas que atormentan a quienes somos padres de familia porque vemos con horror las sitcoms que emite Disney Channel cada tarde.


Pero retomemos el hilo de mi historia. Allí estábamos la señora ausenta y yo en una sala donde había más jovencitas de lo normal ya que, atención, se había presentado el club de fans de Selena Gómez en pleno. A la media hora de película, ya cuando habíamos visto a Pumares abandonar el pase, mi mujer se acercó a mi oído y me susurró que vaya rollo. Yo levanté un poco los hombros y le dije que no tanto y que a ver cómo iba la cosa. Y la cosa fue bien porque al rato estábamos ambos bastante embelesados por la propuesta y sus vaivenes entre lo irritante y lo hipnótico.


Al aparecer los títulos de crédito que indicaban el fin de la película se oyeron silbidos y alguien bramó un “¡Vaya mierda de película!” muy celebrado por una parte del público. Yo estaba en desacuerdo porque la hipnosis había vencido a la irritación y porque Spring breakers guarda en su interior algunas de las imágenes más arrebatadas del pOp reciente, especialmente esas chicas con bikinis rosas, máscaras rosas y armas de fuego convertidas en sicarias del gangsta de turno. Creo que mandé algún tuit inmediato lleno de entusiasmo (muy retuiteado por las fans de Selena, por cierto) y al día siguiente la película seguía ahí, internalizada y exultante.




Han pasado varios meses y ahora se estrena comercialmente, aunque supongo que durará poco en salas, pese al hipster, porque serán muchos quienes dirán que es una mierda. Lo cierto es que es muy difícil colocarse ante ella sin posicionarse en uno de los dos extremos, entre el exabrupto y el entusiasmo. Y mientras los primeros lo tendrán claro, los segundos la aplaudiremos pese a no tener claro si se trata de una operación de puro postureo y explotación moral o de genuina voluntad transgresora y ganas de subvertir el entertaiment con adolescentes wasp que coquetean con el lado oscuro. Al "mirad lo que hacen vuestras hijas cuando están solas" (visualizadas en estilizado modo MTV) hay que enfrentar la idea de pervertir el icono de la niña Disney televisiva, aunque sea revestida en lo que se espera de ella en un par de años (o incluso como futura sublimación de la chica de reformatorio). La adolescente del Disney Channel está ahí como pesadilla del peor pop de consumo, y su influencia es palpable en todas las niñas que aguardan a la puerta del colegio, lo veo cada mañana. Y en estos tiempos ramplones esa transgresión es hermosa, por mucho que nos quede la duda de si es sincera o pura impostura arty, si es una sátira o está vacía por dentro. En realidad da un poco igual porque aunque Selena se raje a media película hay una celebración casi ritual de la adolescente en bikini, de la abducción del emprendedor mafioso y de mofa en la cultura popular tal y como la entiende Britney Spears. En definitiva: hay gozo y disfrute al que entregarse y al que jalear.


Me pilla esta crónica a media lectura de Rastros de Carmín de Greil Marcus, libro que traza (entre otras cosas) caminos entre dadá, situacionismo y punk. Muy atrevido sería poner Sprin breakers en esa senda, aunque si nos ponemos punkis la película de Korine está más cerca de Malcolm McClaren que de Johnny Rotten. Aún así no puedo concluir estas letras sin uno de los párrafos que he subrayado estos días:
La cultura pop es un producto –un espectáculo, un show, una canalización de deseos suprimidos en forma de mercado- y a la vez es un impulso, una producción de deseos suprimidos que una vez liberados pueden crear su propia melodía. (…) Al producir lo popular, la sociedad burguesa produce su opuesto (la chusma), y en su mayor parte se las arregla para convertir ese opuesto en una imagen que se elimina o se presenta en los momentos oportunos. Y aún así la imagen misma es enemiga de la mayor parte de cosas en las que cree la burguesía, y su efecto no puede calcularse tan exactamente como la clase dominante desearía. Existe siempre la oportunidad de que lo pop sea utilizado para exigir fugazmente lo que el censor tanto teme.

5 comentarios:

capdemut dijo...

Una interesante reflexión sobre algo ante lo que no me pararía jamás a reflexionar por mi mismo. Se agradece que lo hagas por los demás y además de una forma tan clara. Eso si, echo en falta algunas fotos más.

Radar dijo...

Es usted único para extraer oro de donde parece solo haber deshechos. Además me ha recordado que aunque extremadamente diluida, la cultura de las películas con coartadas aleccionadoras sigue ahí. Me lanzo a la piscina guiado únicamente en la sinopsis conocida y las imágenes, pero ¿no es una historia presuntamente para avisar de los peligros de la diversión sin freno (las protagonistas esposadas o encañonadas) aunque lo que más tirará a muchos de los espectadores es la líbido (lolitas en bikini) aunque muy diluida con respecto a lo que se veía en los 60-70? El crimen no vale la pena, y en el camino mucha carne prieta.


Hoy estoy disperso, porque enlazo con la película que estuve viendo ayer, In Time. Apreciable, mejor de lo que leí en las críticas pero así y todo luchando inútilmente contra la alargada sombra de GATTACA. Sin embargo saco a colación esta nueva versión de Bonnie y Clyde por precisamente ese final en que se glorifica a los delincuentes, que escapan impunes porque la sociedad en que viven es aborrecible. Ahora mismo no recuerdo ninguna película donde se defienda tan claramente ese mensaje, mientras que en los 70 era moneda corriente que el protagonista fuera un marginado al que se le permitiese escapar impune. ¿Estaremos viendo un nuevo ciclo?

Anónimo dijo...

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Llevo un par de días viendo los carteles publicitarios y lamentando no tener la capacidad artística para hacer un cartel alternativo que simulara una portada de "Teen-Age Dope Slaves", que es a lo que me recuerda intentsamente la premisa de la película.

Anónimo dijo...

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