Una de las imágenes clásicas del retrofuturismo pulp es la del paisaje urbano donde un idílico progreso tecnológico redunda en ordenada utopía.
En paralelo, otro tipo de ilustración pOp se ha ido desarrollado de manera más subterránea en las páginas del clásico panfleto Atalaya de los Testigos de Jehova.
Ambos tipos de imagen transmiten armonía espiritual sin igual, aunque una destaque la naturaleza y la figura humana y la otra el progreso tecnológico bien encauzado.
Curiosamente, la unión visual y concetual entre estos dos modelos de ilustración no es solo posible, sino que se ha producido ya. ¿Donde? En un lugar inesperado: el de la promoción inmobiliaria especulativa.
La imagen que tienen arriba forma parte del pack promocional de la llamada Operación Charmartin, un pelotazo urbanístico moderno, pero español, hoy en peligro por los cambios salidos de las últimas elecciones municipales.
El reflejo metálico del progreso tecnológico y el verdor propio de los paraísos evangélicos aunados en pos del ladrillo y el dinero fácil. Futurismo de verdad. Ballard resucitado.
Solo me queda una duda: ¿Dónde están los monorraíles de alta velocidad? ¿Cómo acuden al trabajo los millones de oficinistas de los rascacielos? ¿Paseando por el parque? ¿Subidos a esas águilas de Gandalf que surcan los cielos? ¿Acaso en transpote subterráneo de tipo pneumático? ¡Ey! ¡Eso estaría bien! ¡Puede haber pasta ahí! ¡Rápido, compremos el subsuelo ahora que está barato!
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9.6.15
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IMAGINACIÓN ILIMITADA: SUEÑOS, FOLLETINES Y DAVID B.
He disfrutado más allá de lo razonable con la primera entrega de Los sucesos de la noche de David B., que Norma acaba de editar, y los motivos de mi entusiasmo no se deben únicamente al placer de su lectura. Vaya por delante que soy un incondicional del trabajo de David B., pero por la forma en que por aquí se ha ido publicando no he construido en mi cabeza un buen mapa cronológico de su obra. Es por eso que lo empiezo creyendo que se trata de un título reciente y de entrada leo como guiños autoreferenciales cosas que no lo son, porque pronto trazos de dibujo que remiten a Tardi —su mayor influencia inicial— abren una duda que no para de crecer hasta que detengo la lectura y me levanto en busca de respuesta. Va a ser la primera de varias consultas e indagaciones que lejos de interrumpir multiplican mi goce lector.
Descubro así que esta edición de Los Sucesos de la noche consta de dos volúmenes. Este primero, en el que estoy enfrascado, recopila tres tebeos publicados entre 1999 y 2002 mientras que el segundo sí se compone de material reciente. La historia narrada es una fascinante intriga onírica protagonizada por el propio autor a partir del descubrimiento de un misterioso folletín también titulado Los sucesos de la noche. A partir de ahí, recorriendo peculiares librerías donde se apilan millares de viejos libros, descubrirá que su editor es un oficial napoleónico que lleva décadas huyendo de la muerte, refugiado entre las páginas de libros polvorientos mientras rinde culto a una deidad babilónica cuyo símbolo es la letra N. El relato parte de un sueño real del autor y no faltan leyendas orientales, la representación de grandes batallas —napoleónicas o mesopotámicas— o malhechores de los bajos fondos parisinos. Todo ello elementos recurrentes en los cómics de David B.
Obviamente, lo primero que me engancha, y cómo, es esa idea del misterioso folletín de publicación irregular —de 1829 a la actualidad—. Yo también he soñado con tebeos —y libros, películas o discos— que no existen e imaginado un extraño paraíso de papeles polvorientos en secretas trastiendas librescas. El impacto es mayor porque el verano pasado, como parte de mi intenso estudio sobre la influencia de la 1ª Guerra Mundial en el género fantástico —pueden leerlo en Presencia Humana #5 y aviso que es de lo mejor que he escrito— releí otra obra de David B., La lectura de las ruinas, donde también aparecía ese misterioso folletín. De hecho, recuerdo buscar por Google su posible existencia real, sin fruto alguno. También me he levantado para consultar Los complots nocturnos, otra novela gráfica donde David B. convierte en historieta algunos de sus sueños, y pasando páginas veo que algunos de ellos también están llenos de librerías secretas rebosantes de maravillosas lecturas imaginarias.
En Los sucesos de la noche también reconozco la presencia del Profeta velado (que aparece en Los buscadores de tesoros y en una de las historias de El jardín armado) y del Capitán Escarlata, protagonista del álbum homónimo con dibujos de Guibert. Ambos personajes con el rostro oculto, como el misterioso oficial napoleónico que huye de la muerte mientras edita un subterráneo folletín ocultista. Y me doy cuenta de que todos esos guiños que creía ver en Los sucesos de la noche son en realidad el premonitorio abanico de obsesiones temáticas y visuales que impulsan la obra de David B., todas nacidas en la portentosa imaginación infantil que le servía de refugio ante la enfermedad de su hermano —relatada en la serie autobiográfica La ascensión del gran mal, luego recopilada en un único volumen bajo el título de Epiléptico—.
Así que lo que he empezado como una simple lectura ha acabado conmigo desplegando sobre la mesa mis cómics de David B. —que son todos los que aquí se han publicado excepto Rey Rosa, aunque ya estoy paliando la carencia— y leyendo un par que tenía pendientes: Babel, una especie de epílogo onírico de La ascensión del gran mal cuyo segundo número, ay, permanece inédito entre nosotros; y La banda de los postizos, reconstrucción novelada sobre un grupo de audaces atracadores que sembró el caos en la Francia de 1980, donde es fácil localizar sus temas pese a que solo firme el guión —los dibujos son de Tanquerelle— y a que tenga forma de thriller policial basado en hechos reales.
Tengo ante mí buena parte de la obra de David B y me prometo que estas vacaciones lo voy a leer todo de nuevo, y además anoto algunos libros que va citando de manera recurrente como influencia de sus tebeos: Calle de los maleficios: crónica secreta de París de Jacques Yonnet (Sajalín), A bordo de la Estrella Matutina y otros relatos de Pierre Mac Orlan o El rey de la máscara de oro de Marcel Schwob. Y sé que voy a disfrutar de lo lindo. Luego pienso que las últimas semanas me he sumergido en obras como Los Eternos o Pantera Negra de Jack Kirby, El Incal de Moebius y Jodorowky con su Antes y Después o incluso Los Wrenchies de Farel Dalrymple (Sapristi), y de que a la hora de erigir imbatibles universos de la imaginación los tebeos no conocen límites.