Estos últimos días he tenido la inmensa suerte de encadenar una excelente tanda de lectura de comics.
Hechizo total de
Simon Hanselmann (
Fulgencio Pimentel),
Tyler Kross: Río Rojo de
Brüno y
Fabien Nury (
Dibbuks) o
Mi amigo Dahmer de
Derf Backderf (
Astiberri) son títulos que recomiendo con entusiasmo y sobre los que no quiero tardar mucho en escribir, por aquí o
por allí. El cuarto as de esta cadena de disfrute imprevisto ha sido
Tiempo de canicas de
Beto Hernández (
La Cúpula).
Cuando los hermanos
Hernández empezaron ha publicarse por aquí, en las páginas de
El Víbora, fui más de
Beto que de
Jaime. Supongo que es lógico, Beto estaba ya con
Palomar mientras Jaime iniciaba lo que acabaría siendo
Locas con esa etapa que recopiló en el álbum
Mechanics, y que era una extraña visión del retrofuturismo espacial en clave intimista. Con los años, acabé apreciando más a Jaime, que tuvo una progresión espectacular, mientras que los cómics más o menos raros pasaron a estar escritos por Beto. De hecho, con las novelas gráficas que ha sacado desde entonces nunca sabes con qué te vas a encontrar hasta que las lees, lo cual no es precisamente indicativo de algo malo pero reconozco que alguna no me entusiasma como debería. Afortunadamente,
Tiempo de canicas supone el regreso del mejor
Beto Hernández, y así sin pensármelo mucho casi diría que es lo mejor que ha hecho desde los viejos tiempos de
Palomar.
Tiempo de canicas es una crónica de infancia autobiográfica, que es un terreno agradecido (aunque también) tiene sus peligros. La forma en que la aborda
Beto Hernández es extraordinaria porque su sencillez esconde una sutilidad excepcional, porque su aparente intrascendencia no es tal, ni mucho menos. Ya de entrada, su fidelidad en la recreación del mundo infantil pasa por eliminar la presencia de los adultos y todo lo que suponen. Están ahí, claro, fuera de campo, imponiendo castigos o exigiendo silencio, pero nunca los vemos ni con ellos sus problemas. Tampoco la escuela y el rigor que supone. Sólo el tiempo de ocio, que se reparte entre la casa y la calle, con sus juegos y pandillas, buscando delimitar lo que conforma el verdadero universo infantil, y lo consigue de tal manera que incluso es capaz de capturar el especial tempo con el que transcurre la infancia, porque los niños no experimentan su paso del mismo modo que un adulto. La palabra tiempo no está en el título por casualidad. No es la única muestra de la sutilidad a la que antes he hecho referencia, ni mucho menos, porque en una lectura que no requiere demasiada atención aflora una riqueza de detalles que no se exponen directamente pero que se evocan de manera poderosa: el conflicto racial, el matón que cambia cuando despierta su sexualidad, los niños violentos quizá porque viven en una eterna mudanza de casa, la marimacho que un día se pone femenina, el encuentro con alguien que comparte tus mismos intereses, el robo de un tebeo, la tentación de delitos mayores, las malas compañías, la colección de cromos que se guarda como un tesoro. Todo está colocado al de nivel de importancia y percepción que le concede el universo de la niñez.
El otro día me comentaba Santiago García la necesidad de distinguir entre la nostalgia, muy peligrosa, y el ejercicio de la memoria. En
Tiempo de canicas hay mucho de lo segundo y nada de lo primero, aunque pueda parecer lo contrario dada la cantidad de referentes a la cultura popular que se mencionan. Las (muchos) tebeos, juguetes, canciones o programas de tv no se citan para que sean añorados sino porque son indispensables en la medida que lo son para los personajes, que sin ellos estarían incompletos. Es imposible ejercer memoria de la infancia sin llenarla de tebeos si ésta estuvo llena de tebeos. Mundos de ficción que no son sólo entretenimiento sino que despiertan y agitan de la imaginación y con ello, a la postre, la creatividad. Más en este caso en que los tres hermanos protagonistas acabarán siendo autores básicos de la historia del cómic —aunque, curiosamente, en
Tiempo de canicas nunca los vemos dibujar—.
Todas esas citas también son importantes porque contextualizan la historia, ponen fecha, documentan la importancia de la cultura popular y su momento en el tiempo y el espacio, dos barreras físicas que, por otro lado, se rompen de manera casi mágica cuando el lector se reconoce a sí mismo en esa infancia ajena. Por mucho que en algunos casos no se trate de los mismos personajes, viñetas o series, el sentimiento y actitud antes estos puede ser compartido. Y se produce alguna coincidencia concreta, el embrujo es aún más poderoso porque señala un punto en común entre un chico hispano nacido en 1957 que vive en California y, por ejemplo, otro nacido en Barcelona en 1966. Es el mismo niño el que habla de
La Cosa y
Los 4 Fantásticos, y resulta fascinante descubrir que pese a la década de diferencia y los miles de kilómetros, yo también tuve un amigo con quien compartir el entusiasmo por los tebeos de terror de la
Warren, aunque aquí se llamaran
Vampus y allí
Creepy. La subcultura llegó a funcionar como una autopista de información que desafiaba el tiempo y espacio en una época en que algo como Internet ni siquiera formaba parte del futuro tecnológico soñado.
Sin abandonar esta idea de la cultura popular que no conoce fronteras,
Tiempo de canicas deja ver que como referente compartido la televisión es mucho más perecedera y limitada en el espacio que los tebeos o la música. No entraré en el caso de la música porque es incomparable por impacto —
Beetles,
Elvis— o pervivencia —
You can’t hurry love de las
Supremes—; pero en esta novela gráfica se hace evidente que
Hulk o
Los 4 Fantásticos han sido punto de encuentro compartido por infancias alejadas y, en cambio, ninguna de las citas televisivas que realiza forma parte de la cultura popular que pudo conocer un niño español del
Baby Boom. Del mismo modo, varias generaciones pueden coincidir leyendo los mismos tebeos (o personajes) pero es mucho más difícil que así sea con los programas o series de televisión, que pueden coincidir en el ahora pero no en el ayer.
Como el gen del archivista loco a la caza del referente pop me domina, en lo personal
Tiempo de Canicas me ha supuesto el disfrute añadido de ponerme a buscar cosas nada más cerrar el libro, así que procedo a dejar el resultado por aquí. Cuando estaba metido en la tarea,
Santiago García me ha pasado
un enlace de contenido similar que sin duda complementa el mío, que se centra sólo en algunos detalles que me han interesado o despertado la curiosidad.
El Hombre con una tele en la cabeza.
Strange Tales Adventures fue una colección de DC de relatos fantásticos tan inocentes como desbordantes que aquí no conocimos. Beto remite directamente al
número 128 (1961) y a
The Man With the Electronic Brain como exponente de aquella historieta concreta que por lo que sea tuvo un impacto especial en nuestra infancia. Cada uno tendrá las suyas y es muy difícil coincidir, pero no imposible: en
Tiempo de canicas, por ejemplo, supone el descubrimiento de que otro niño la recuerda. También que pese a su condición de subproducto basura podía extraerse una lección: que el uso del cerebro puede ser algo poderoso incluso si se es un niño.
El hombre con el cerebro electrónico, obra de Gardner Fox y Murphy Anderson, explica la historia de un científico cuyo experimento consiste en colocarse en la cabeza un cerebro electrónico impulsado por energía atómica. Con el trasto puesto, se da cuenta de que acabará estallando pero que no puede hablar ni controlar sus extremidades.
El hombre sale a la calle en apariencia para sembrar el caos.
Pero en realidad la destrucción que le acompaña, sigo que sigue un plan, está intentando explicar lo que pasa construyendo un jeroglífico. Será su hijo quien se percate de ello.
Y quien lo descifre.
El niño cerebrín será felicitado por el mundo adulto (porque seguramente el infantil lo desprecia) y tendrá la consideración de un héroe pero no por su arrojo físico, sino por su inteligencia.
Una cosa curiosa es que en Tiempo de canicas se resalta que el ejemplar de este tebeo que tenían los Hermanos Hernández estaba marcado por la lacra de haber llegado a sus manos sin portada.
Craneo Rojo también fue comunista.
La referencia a
Cráneo Rojo, la gran némesis nazi del
Capitán América me ha parecido interesante porque curiosamente incide en el breve periodo en que el superhéroe abanderado se dedicó a machacar rojos y soviets con inusitado furor anticomunista, así que su principal villano cambió la cruz gamada por la hoz y el martillo. Una breve etapa en que supuso problema para la continuidad del personaje (arreglada años más tarde). La referencia es velada, pero resulta curiosa porque fueron pocos los tebeos en que sucedió, no fueron populares y se publicaron en 1954, y eso no concuerda con el resto de citas del cómic, que tienen un marco temporal bastante concreto entre 1961-1964.
Cráneo Rojo en la etapa en que el adjetivo Red no sólo indicaba el color de su calavérico rostro.
Y el
Capitán América en su corta etapa (sólo 3 números) como machaca rojos.
Marte Ataca
Los cromos de
Mars Attacks publicadas por
Topps en 1962, con
ilustraciones de
Norman Saunders y
Wally Wood, pese a su distribución ajena a todo dado que se regalaban con la compra de chicles (y que aquí no conocimos) es evidente que causaron un enorme impacto entre los niños estadounidenses y hoy son un auténtico fetiche pop. También se convirtieron en película de la mano de
Tim Burton. Estos son los dos cromos que
Beto Hernández menciona expresamente.
Hulk no necesita armas
Estas son las viñetas a las que se refiere Beto, y pertenecen a
The Incredible Hulk 2 (1962)
El grito de los Comandos Aulladores
El estereotipo racial
La referencia a
Go Go Gomez, el ayudante de origen hispano de
Dick Tracy para la serie de animación
The Dick Tracy Show (1961-1962) me interesa especialmente al ser un estereotipo racial cuya existencia desconocía, y ya sabe que ese campo es por aquí temática habitual, ya se trate de
hispanos,
negros u
orientales.
Los superhéroes de Hanna & Barbera
Los superhéroes de dibujos animados de
Hanna & Barbera, diseñados por
Alex Toth, siempre estuvieron envueltos de un halo de misterio para mi generación porque aquí su emisión televisiva siempre fue irregular e incompleta, pero en cambio conocíamos su existencia (incluso de los que no vimos nunca) porque sí nos llegaban a través de productos de merchandaising como cromos y similares. El niño de esta viñeta exclama el grito emblema de
Birdman & The Galaxy Trio. Es una cita que desencaja con el resto por tardía, ya que en EEUU se emitió en 1967.
El tebeo que no mola.
Siempre me ha molestado esa creencia a que los niños no son capaces de diferenciar lo que tiene calidad de lo que no la tiene, algo que es absolutamente falso aunque los criterios que hacen que algo guste o que se considere malo pueden son diferentes a los de un adulto. En
Tiempo de canicas ese ingrato papel lo representan los
primeros números del
Capitán Marvel de la
Marvel, que es cierto que no molaba demasiado, al menos hasta que cayó en manos de
Jim Starlin, quizá porque su publicación se hizo deprisa y corriendo por temas de copyright del nombre del personaje y no por instinto creativo. También es una referencia tardía respecto al resto porque el primer número data de 1968.
ACTUALIZACIÓN: Comenta
Julián González Arechága que es más probable que la referencia sea otro personaje que tomó el nombre de
Captain Marvel tras el de
Fawcett y antes que
Marvel: el de
Carl Burgos, editado por
M.F. Enterprises en sólo
cuatro tebeos de 1966. Y lo cierto es que el hecho que pudiera desprenderse de sus extremidades coincide con lo esbozado en la viñeta. No lo he leído pero tiene pinta de ser encantadormente malo.
Historias de fantasmas que prometen.
El tebeo de terror fantasmal
Ghost Stories, editado por
Dell, nació en 1962. En 1954 la aparición del
Comic Code, código de autocensura de la industria, se cargó, entre otros, los tebeos de terror. El papel de
Dell Comics durante toda aquella caza de brujas merece comentario. Dell se había especializdo desde su creación en licencias de dibujos animados (
Disney,
Hanna & Barbera), personajes populares (
Tarzan) y series de televisión. No quiso formar parte del Comic Code porque defendió que no iba con ellos y que el sello Dell ya era garantía de contenidos aptos y no perjudiciales para la infancia. Cuando, apenas 6 años después, el género de terror regresó a manos de los niños, Dell editó este cómic de terror. Tenía la palabra fantasma en su título, que no estaba prohibida expresamente, e incluso en el primer número incluía una historieta de hombres lobo, que si estaban prohibidos.
Como ven, el hombre lobo resulta perturbador en su diseño extravagante, y posiblemente a los lectores de la época llamara la atención el estilo realista de sus dibujos, muy diferente de los monstruos gigantes y extraterrestres de los tebeos de
DC y la incipiente
Marvel, aunque en realidad se trataba de historias protagonizadas por muchachos que siempre acababan bien. En realidad, los tebeos de terror genuino de la época fueron los de
Warren, que escapaban del Comic Code porque su formato revista y el blanco y negro los distinguían del tebeo de grapa y a color, que se consideraba para niños. En la viñeta en que los niños hablan de
Creepy, la comparativa con la revista
MAD tampoco es casual, y no sólo por su formato: MAD fue lo que sobrevivió de la
EC Comics cuando el Comic Code fulminó sus cómics de terror. Creepy recogió el testigo siete años más tarde.
La portada que sostiene Beto es la de ese
primer número de
Ghost Stories, aunque la verdad es que
todas se parecían mucho entre sí. Se puede precisar porque más adelante se comenta con mayor detalle una de las historietas de su interior.
Esta es la viñeta que comenta la niña, esa en la que no se ve como el caballo mata a un niño. El tebeo parecía de los buenos pero resulta decepcionante porque no es explícito, demostrando como los tebeos de la Dell eran de contenido blanco aunque fueran de miedo.
Monstruos que son buenos.
El tema de los monstruos es muy propio de la infancia. En
Tiempo de canicas emerge constantemente y con sutilidad. A través de los tebeos, el Beto niño fabrica su propia tipología entre "buenos que son monstruos (
La patrulla condenada,
La Cosa de
Los 4 Fantásticos), monstruos que no se sabe si son buenos o malos (
Hulk) y los monstruos propiamente malos. El tebeo de buenos que son monstruos preferido es
La patrulla condenada, la
Doom Patrol, colección de culto nacida en 1963 que aquí no conocimos hasta que en los 80 nos llegaron versiones mas modernas (entre ellas la genial etapa de
Grant Morrison).
El rostro de Mr. Sardonicus
He dicho antes que en 1962 el terror había regresado a las manos de la infancia. Ese resurgir no vino directamente de los tebeos sino por otras dos vías. Una de ellas fue el éxito de la revista
Famous Monsters of Filmland, publicada en 1958 por
Warren y dirigida por el mítico
Forrest J Ackerman. La revista estaba llena de fotos de monstruos de serie B de corte humorístico.
Mr. Sardonicus fue una película dirigida por el también mítico
William Castle en 1961 y la página a la que se refiere Beto es sin ninguna duda la que les dejo a continuación, publicada en el número 18 (1962).
El Horrendo Demonio Solar
Otra tipología de monstruos: gigantes o de tamaño normal. La segunda vía que estimuló el gusto por lo horroroso entre los niños de la época fue el cine y la televisión. Las viejas películas de serie B empezaron a frecuentar la programación matinal de fin de semana en algunas cadenas de televisión mientras que el cine de bajo presupuesto de la época
había descubierto en los adolescentes un público natural.
Hideus sun demon (Tom Boutross y Robert Clarke; 1959) fue una de esas películas.
Monstruos noche y día.
El Horrendo Monstruo Solar de baratillo sirve para establecer una tercera tipología con la que acabo este análisis de parte de la cultura pop referenciada en esta estupenda novela gráfica: los monstruos que habitan la noche y los que pueden salir de día, infrecuentes porque la oscuridad facilita la atmósfera y hace menos evidentes las carencias de la serie B.