A las once de la mañana del 9 de abril de 1950, cuatro jóvenes --uno de ellos vestido de pies a cabeza de monje dominico-- entraron en Notre-Dame de París. Era en plena misa de Pascua; en la catedral había diez mil personas procedentes de todo el mundo. «El falso dominico», como le denominó la prensa —Michael Mourre, de veintidós años- aprovechó una pausa que siguió al rezo del credo y subió al altar. Comenzó a leer un sermón escrito por uno de los conspiradores, Serge Berna, de veinticinco años.
Hoy día de Pascua del Año Santo
Aquí en la insigne iglesia de Notre-Dame de París
Acuso
a la Iglesia católica universal de haber desviado letalmente nuestra fuerza vital hacia un cielo vacío
Acuso
a la Iglesia católica de estafa
Acuso
a la Iglesia católica de infectar el mundo con su moralidad fúnebre de ser la llaga que se extiende en el cuerpo descompuesto de Occidente
En verdad os digo: Dios ha muerto
Vomitamos la agonizante insipidez de vuestras plegarias pues vuestras plegarias han sido el humo pringoso de los campos de batalla de nuestra Europa.
Hoy día de Pascua del Año Santo
Aquí en la insigne iglesia de Notre-Dame de Francia
proclamamos la muerte de Cristo-dios, para que el hombre pueda vivir por fin.
El cataclismo que siguió fue más allá de todo cuanto pudiesen haber esperado Mourre y sus seguidores, quienes al principio simplemente habían planeado soltar unos cuantos globos rojos. El organista, advertido de que podía tener lugar una irrupción de ese tipo, ahogó las palabras de Mourre justo después de que este pronunciase las palabras mágicas: «Dios ha muerto.» El resto del discurso jamás llegó a pronunciarse: la guardia suiza de la catedral desenvainó sus sables, acometió contra los conspiradores e intentó matarlos. Los camaradas de Mourre subieron al altar para protegerle: a uno de ellos, Jean Rullier, de veinticinco años, le rajaron la cara de un sablazo. Los blasfemos escaparon -con el hábito veteado con la sangre de Rullier, Mourre alegremente bendijo a los fieles mientras se dirigía a la salida- y fueron capturados, o mejor dicho, rescatados, por la policía, ya que tras perseguirles hasta el Sena, la multitud a punto estuvo de lincharlos. Un cómplice aguardaba con un coche en marcha listo para emprender la huida, pero ante la visión de aquella multitud enardecida, no les esperó. Marc O y Gabriel Pomerand, presentes en la catedral, lograron escabullirse y fueron directamente a Saint-Germain-des-Prés a divulgar la noticia.
(…)
En Paris, Notre-Dame aparecía en enormes titulares en las portadas de todos los periódicos. L’Humanité, el diario del Partido Comunista, lo denunció. En términos más liberales, cl periódico sin filiación Combat hizo lo mismo: “Reconocemos el derecho de cada persona a creer o a no creer en Dios. Reconocemos también que la farsa es necesaria, y que, en ciertas circunstancias, incluso las bromas pesadas son defendibles. Pero...” Ateniéndose a su papel de forum popular de la vanguardia, el periódico abrió sus páginas a un debate sobre el asunto: guiados por André Breton, una gran parte del Paris surrealista se manifestó en su defensa mediante cartas que aparecieron durante días.
(…)
De los cuatro «illuminati» (Cambat), sólo Mourre fue detenido: el arzobispo le acusó de hacerse pasar por un sacerdote. Enviado a reconocimiento psiquiátrico, Mourre consiguió que Combat cambiara de línea editorial cuando el experto escogido por el tribunal, un tal doctor Robert Micoud, resumió la personalidad de Mourre con las expresiones: «idealismo frenético»; «desprecio por la percepción externa»; «cogito prerreflexivo»; «reflejos ocular-cardíacos indiferentes»; «ortosexualidad (vergonzosamente admitida)»; «capacidad para ir directo al corazón de una doctrina» y «para viajar en un instante a través de varias épocas»; «irritación ante la sugerencia de que el Ser puede haber precedido a la Existencia»; «ideas fugaces»; «ataques sorpresa mediante lanzamientos en paracaídas e interminables profusiones de neologismos», y «una lógica exageradamente sesgada y paranoica, en la que hay más intolerancia rigurosa que rigor intolerante».
Se trataba, sin duda, de una obra maestra de la crítica literaria francesa. Clínicamente era también un diagnóstico exacto, pero al mezclar la política con su diagnóstico, el doctor Micoud encendió la mecha de una nueva polémica. Puede que ya no causara más problemas en las catedrales, informó el psiquiatra, pero si no se le confinaba en un sanatorio significaría una amenaza definitiva a la «tranquilidad pública en los distritos de la clase media».
El doctor Micoud había ido demasiado lejos, un segundo escándalo abogó al primero, y después de permanecer once días bajo custodia, Mourrc fue puesto en libertad. Tres meses más tarde escribió Malgré le blasphéme (en castellano A pesar de la blasfemia), un libro tan aceptable para la Iglesia que el arzobispo, el mismísimo hombre cuya misa Mourre había interrumpido, recomendó que todas las bibliotecas de las iglesias lo comprasen. Tras haber escrito las biografías de Charles Maurras (1868-1952), el carismático líder de la facción Acción Francesa, monárquica y protofascista, y de Felicité de Lamennais, adalid de la libertad religiosa en el siglo XIX, Mourre se convirtió en un escritor a sueldo enciclopédico y eclesiástico; murió, respetable y olvidado, en 1977. El incidente de NotreDame, observó un corresponsal de Combat en pleno furor, era, a falta de otra cosa, «un buen principio para una carrera literaria».El relato procede del libro Rastros de Carmín de Greil Marcus (Anagrama) y narra una célebre acción del movimiento letrista parisino en la catedral de Notre Dame el domingo de Pascua de Resurrección de 1950. El incidente tiene entrada propia en la wikipedia. Los letristas eran hijos del dadaismos (que lógicamente renegaban del mismo) y esta acción sirvió para la posterior Internacional Situacionista. He buscado cómo informaron aquí del suceso La Vanguardia y ABC. Me encanta la crónica de ABC (la segunda que pueden leer a continuación).
PUNK NOT DEAD