Al inicio de Doctor Who y los Daleks (Gordon Flemyng, 1965), primero de los dos largometrajes en los que el gran Peter Cushing interpretaba al célebre personaje, podemos ver la siguiente secuencia de imágenes domésticas de la vida del doctor y sus, por entonces, compañeras de aventuras:
El mítico Doctor, en cambio, disfruta con un ejemplar del semanario de historietas Eagle que luce en portada un episodio de las aventuras de Dan Dare.
En una primera lectura puede parecer una sencilla escena de humor: mientras las pupilas profundizan en sus conocimientos científicos, el maestro hace todo lo contrario con subcultura popular. Su comentario, al acabar, será "que es muy interesante", jugando a que la lectura de un tebeo de ciencia ficción es un instrumento útil para la resolución de futuras aventuras, añadiendo así un detalle con el que la serie se autoreconoce ciencia pulp y ficción pop.
Pero hay más. La imagen es un símbolo del momento cultural al que pertenece. En esos años el género fantástico británico disfrutaba de una genuina Edad de Oro. Doctor Who, The Avengers o Quatermass en televisión, la Hammer en la pantalla grande y decenas de semanarios de cómic en los quioscos con personajes como Dan Dare, Spider o Zarpa de Acero. Los niños que en 1965 tienen ocho años, en 1977 tendrán 18 y bailarán pogo, entre ellos anónimos adolescentes como Grant Morrison o Alan Moore, que comienzan a sentir fascinación por el género al que dedicarán sus vidas.
Pero si tienen dudas sobre los beneficiosos efectos que tuvo en la juventud británica esa Edad de Oro de la fantasía, tan sólo un dato más. Mary Whitehouse fue la más peligrosa activista de la moral intransigente del pasado siglo en las Islas Británicas. En los 80s, apoyada por el gobierno Tatcher, consiguió ponerse la medalla del escándalo de las video nasties, pero 20 años antes el objeto de sus iras eran el Doctor Who y los tebeos de la IPC, subproductos degenerados que pervetían cerebros infantiles y los alejaba de la moral y las buenas costumbres. Hoy podemos decir que tenía razón y que, afortunadamente, por una vez fracasó en su cruzada.
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25.9.11
COOL DE DERRIBO
Tras más de tres décadas, me enfrento a la revisión de un mito pop de barrio, tan de saldo como icónicamente arrebatador: Black Belt Jones (Robert Clouse, 1973), aquí estrenada creo recordar que como Cinturón negro contra la Mafia, aunque lo habitual es que aparezca tan sólo como Cinturón negro. Su carácter de mito pop de barrio lo certifica que en su periplo por los cines de doble sesión españoles rozó el millón de espectadores ayudado por su carácter de bruceploitation, es decir, de subproducto de explotación nacido para aprovechar el éxito de Bruce Lee; también es una blaxploitation, pero eso, aquí y entonces, no resultaba capital para arrastrar a las masas. Lo de icónicamente arrebatador ya lo traje a colación cuando en la prehistoria de este blog titulé un post con el youtube de los títulos de crédito como Concreción visual definitiva del concepto Cool; porque no nos engañemos: desde ese punto de vista Jim Kelly es lo más.
1. El peinado afro perfecto
De todos los héroes de la blaxploitation, Jim Kelly era el más elegante. Da igual que su filmografía sea bastante deplorable, su estampa está ahí y no admite dudas. No es un armario llegado del fútbol americano sino una gacela marcial que se mueve con clase y chulería y viste a la última moda. Luce el peinado afro perfecto y, en pantalla se lo come todo porque emana Black Power, quizá porque de hecho era activista y simpatizante de los Panteras Negras. Su biografía también aporta elementos tan desconcertantes como ese apartarlo todo para dedicarse el tenis profesional que puede leerse por ahí y que oculta motivaciones más serias por ideológicas. Aún así, no puedo dejar de imaginar a Jim Kelly devolviendo un revés mientras deja escapar un grito de kung-fú al estilo de Bruce Lee.
2. Bruceploitation
No conozco los detalles, pero la cosa es que Jim Kelly fue a parar a Operación Dragón, la superproducción diseñada para que el fenómeno Bruce Lee estallará definitivamente y a la postre su última película. La presencia funk de Jim “The Dragon” Kelly refuerza la poderosa estampa visual de la película, que también se nutre de otras iconografías pop tan atractivas como los agentes secretos o un villano émulo de Fu-Manchú. Un desmelene, vamos.
Muerto Bruce Lee, y con la industria del cine dispuesta a merendarse el cadáver de todas las maneras posibles, Jim Kelly estaba ahí, enriquecido por la transferencia de poderes que se supone transfiere haber compartido escenas con el mito y conformado el crossover definitivo para la serie bé estadounidense: blaxploitation y artes marciales. Así que deprisa y corriendo la Warner encargó a Robert Clouse, el afortunado y dispar director de Operación Dragón, la realización de un filme baratito y facilón que convirtiera a Jim Kelly en un nuevo filón de derribo.
3. Kung-fú para todos los públicos
Reviso Black Belt Jones y descubro que vista hoy se muestra como espectáculo construido para todos los públicos y disfrute de la chiquillada, casi como si fuera una cosa de Disney y todo. La historia saque sin pudor ni esfuerzo uno de los argumentos más universales del cine de artes marciales: las escuelas de kung-fú. Lo único que la de aquí está situada en un suburbio de Los Ángeles y el edificio que ocupa es objeto del deseo de la Mafia, así que ésta encarga el tema al pequeño líder local, un negro orondo rodeado de inútiles. El problema es que llegan al rescate un antigua alumno que trabaja de agente secreto y una hija secreta del viejo y difunto maestro (que recibió lecciones a los tres años de infancia). La encarna Gloria Hendry, una de las más hermosas reinas de la blaxploitation y chica Bond en el acercamiento de 007 al género en Vive y deja morir.
La película está ahí, repleta de detalles de subcine que provocan su injusta inclusión en algunas listas de las peores películas de la historia: el repeinado Scatman Crothers como imposible maestro anciano de las artes marciales, la aportación para la causa del bien de un grupo de chicas hábiles en la cama elástica que ayudarán a asaltar el cuartel general de la Mafia, la batalla final envuelta en la espuma de un túnel de lavado de coches o uno de los momentos de pareja de enamorados corriendo por la playa más antológicos y deplorables que recuerdo. Esto es así, es cierto, pero el poder visual de Jim Kelly sigue ahí por mucho que Black Belt Jones sea un subproducto aprovechado y de saldo, puro cine de derribo. Además, la banda sonora sigue siendo de lujo, a cargo de Luichi de Jesus y un tema principal compuesto por Dennis Coffey, mítico guitarrista blanco de la Motown.
Bola extra: el comic promocional
Un documento delicioso rescatado de la web que demuestra, en su confección, que el potencial pOp de la película no era casual sino voluntario: bitono azul, estética de fotocromo y gozosas onomatopeyas.
23.9.11
EL PADRINO NEGRO
En plena tarea de consumo de blaxplotación fílmica recupero uno de sus títulos más clásicos, Black Caesar (Larry Cohen, 1973), LA historia del auge y caída de Tommy Gibbs como líder del crimen organizado de Harlem y adaptación confesa de Hampa dorada (Little Caesar; Mervyn LeRoy, 1931), robusto clásico del cine negro anterior al Código Hays. La historia, pues, ya se la saben porque forma parte del mito pop norteamericano y su fascinación por los forajidos, por mucho que se camufle con la clásica moraleja pulp de que el crimen no paga.
Las variaciones las aporta su condición de blaxploitation pura y dura, ideada por productores blancos de serie bé (la AIP, siempre al loro) y destinada al nuevo público negro, urbano y orgulloso. Gibbs es un delincuente, claro, pero su lucha implica arrebatar Harlem de la Mafia, es decir, que la lucha del poder negro también tenga su reflejo en el crimen organizado de los barrios negros. Eso nos regala escenas tan bellas como el ataque afro y con metralletas a los capos italianos reunidos en una barbacoa. Todo eso se incrementa, además, con una subtrama de venganza por los abusos sufridos en la infancia a cargo de un policía irlandés, corrupto y racista. La cosa, claro, fue un éxito (tanto que tuvo secuela: Hell up in Harlem) y encumbró a Fred Williamson, su protagonista, no sólo en uno de los principales rostros del subgénero sino en una auténtica estrella, cigarro incluido, del derribo y la serie bé.
La película tiene otro nombre propio, su director y guionista, Larry Cohen. Un tipo que todo buen cinéfago aprecia con simpatía y que a mí siempre me asombra y descoloca por el tipo de cine que practica, al mismo tiempo clásico y abrupto, como deslavazado y que aquí entrega una historia plagada de elipsis que no sé si son voluntarias o casuales. Esa es la duda que Cohen siempre me plantea. Resuelve muy bien, eso sí, las escenas urbanas rodadas por las calles de Harlem buscando el realismo del documental, otra de las señas de identidad de la blaxploitation casi tanto como sus poderosas bandas sonoras. En esta ocasión la tarea está en manos del Padrino del Funk, James Brown. Palabras mayores.
15 HOMBRES SOBRE EL COFRE DEL MUERTO
He comentado por aquí en diversas ocasiones mi total entrega a la obra de Robert Louis Stevenson, a cuya obra llegué, como tantos otros, a través de las Joyas Literarias Juveniles de Bruguera, que en muchos casos aportaba adaptaciones dignas y atiborraba nuestra imaginación de aventuras universales además de fomentar consumo y conocimiento de cultura popular.
Entre esa vastedad de títulos de la (muy) mal llamada literatura juvenil La isla del tesoro está en lo más alto por numerosas, inabarcables, razones. Así que me lanzo veloz sobre la adaptación al cómic a cargo de Hugo Pratt que acaba de publicar Norma; me la zampo, disfruto, aplaudo y paso a recomendar si gustan de este tipo de lecturas y les agrada la obra del padre de Corto Maltés. Como adaptación es clásica y fiel sin perder el sentido de la maravilla, por lo que casi me atrevería a decir que es la mejor que he leído, equiparable a la que en 1934 realizó Victor Fleming para el cine (que es la mejor dentro de las cinematográficas). Tampoco es una sorpresa, porque es evidente que Hugo Pratt era un autor idóneo para trasladar a viñetas a Long John Silver, Jim Hawking, el doctor Livessey, el náufrago Ben Gunn y todos esos piratas ebrios de ron que cantan sobre el cofre del muerto.
Quedaba la duda de si esta adaptación pertenecía al Hugo Pratt maestro del cómic o al Hugo Pratt desganado y alimenticio (que también lo hay). Afortunadamente es del primero, y en plena forma. Publicada en 1967, es justo su último trabajo antes de crear a Corto Maltés y embarcarse en su primera gran aventura, La balada del mar salado. Así que se puede establecer la clara conexión, porque es evidente que hay mucho de Stevenson en la obra magna de Pratt, como lo hay de Jack London o Melville (entre otros). La edición de Norma se complementa con otra adaptación de Stevenson, Raptado, primera de las dos aventuras protagonizadas por David Balfour, una novela menos conocida del escritor escocés que reconozco no haber leído pero en la que veo muchos de los mimbres que tejía: caserones, herencias malditas, marineros de mala vida y un nacionalista escocés rebelde y fugitivo. Aunque resulta injusto decirlo, es cierto que no es una lectura tan maravillosa como la anterior, pero como complemento resulta de lo más adecuado. Y ahora les dejo, que he recibido un anónimo con la marca negra y no debo revelar más cosas sobre el tesoro del Capitán Flint.
17.9.11
LA SUPERHEMBRA ES UNA ENFERMERA NEGRA Y CABREADA
Me pongo Coffy (Jack Hill, 1973) porque debo refrescar en poco tiempo cuantas más blaxploitation mejor. Esta es, sin duda, de las mejores y más icónicas muestras del subgénero, que además sirvió para encumbrar a su reina, una Pam Grier que se había estrenado en Russ Meyer por robustos y evidentes motivos. Grier no es mi tipo, lo reconozco, pero no puedo ponerle ninguna pega. La heroína blaxploitation debía ser ella, la única superhembra capaz de hacer sombra al repertorio de fortachones machomen afroamericanos que invadieron los cines de barrio de principios de los 70.
Lo que me sorprende al ver hoy Coffy es su tremenda incorrección política, algo que me hace disfrutar tanto como lamentar tiempos pretéritos en el que el derribo (de convenciones) era genuinamente pOp por pOpular. La película es tan explosiva en ese aspecto que me sumerge en un misterio cinéfilo: su estreno en España. La duda viene al imaginar la de cortes que debió sufrir en su momento por las escenas de sexo, que aunque no explícito son sudorosas, muestran las ubres descomunales de la Reina o detalles tan subidos de tono como el momento en que la protagonista derrama champán francés sobre el miembro viril de su amante y se lanza a saborear el resultado al fuego de una chimenea (véanla en la central de tutubos). También el doblaje debió ser domado y sometido, ya que el original es generoso en frases soeces de esas que en los actuales EEUU condenan en EEUU a una película a una calificación difícil de llevar.
Y aquí surge mi duda, porque nada indica que la película se estrenara en España en los 70. No hay carteles en Todocolección que lo verifiquen, no consta en la base de datos del ministerio, no hay rastro en la hemeroteca de La Vanguardia. Pero lo fue. Puedo certificarlo porque yo la vi, de pequeño, en el cine de la esquina, que se llamaba cine Adriano y hoy es un parking de automóviles. Y puedo certificarlo por una de aquellas escenas irrepetibles que uno guarda en su memoria para siempre; aquella en la que la protagonista intuye la pelea entre féminas que se avecina y coloca cuchillas de afeitar en su peinado afro, para que cuando la rival la agarre de los pelos se lleve una sorpresa (véanla en la central de Tutubos. Una escena que se grabó a fuego en mi juvenil cerebro y que, curiosamente, durante años vinculé a Cleopatra Jones, otro mito blaxploitation (nota al pie: de hecho, Coffy nació para rivalizar con Cleopatra en las taquillas de Harlem), hasta que descubrí que no. Así que ahí tienen planteada esa duda cinéfaga: ¿por qué no encuentro rastros del estreno en cines españoles de Coffy cuando sé que yo la vi en uno de ellos?
Y dicho, esto, ya no sé qué más añadir respecto a este peliculón de tiempos pasados con enfermeras que se lanzan a luchar contra la droga desde el primer minuto del filme armadas con escopetas de cañones recortados. Eso es tremendo porque la película empieza así, con la heroína liquidando camellos para vengar la mortal adicción de su hermanita. Y es tremendo porque implica una carencia absoluta de progresión vengativa, aquella con la que empatizar por la vía chunga. Aquí hay venganza desde el primer minuto y eso despoja de ambigüedades, de moral ya ni hablamos. Coffy, además, se presta al sexo para alcanzar su fin, que no es otro que exterminar a todos los culpables de llenar Harlem de heroína. Policías tan irlandeses como corruptos, mafiosos italianos y políticos negros que hablan de liberar a sus hermanos pero que ponen la mano ante el narcotráfico. En la escena final, de hecho, hay toda una lucha sibilina entre superhembra enamorada y machismo mesmerizante. Por el camino también tenemos lesbianas orondas que protegen a yonquis chivatas (grandiosa la sorpresa lésbica que obliga a Coffy a defenderse con una botella rota) y a Sid Haig haciendo de memorable sicario.
Se acusó a la blaxploitation de ser serie b producida por blancos para consumo de negros que daba una imagen dudosa de éstos. Desde el punto de vista sociológico me resulta más interesante la concepción de la heroína (siempre en contraste con el macho man) como proletaria de los servicios sociales y de armas tomar.
Trailer:
4.9.11
LOS TARZANES APÓCRIFOS DE LA ESPAÑA TRILERA
Hubo un tiempo en que el cine español de bajo coste estaba más cerca de la cinematografía turca que de cualquier otra. Si los otomanos copiaron con usura y sin pudor Star Wars, nosotros nos saltamos derechos, autorizaciones y demás mandangas para rodar películas de Tarzán sin permiso; en concreto fueron cinco, récord mundial para mayor gloria de la genuina multiculturalidad: la de un cine de barrio y programa doble que se extendía sin distinciones por todo el globo, de México a Alemania Federal pasando por Yugoslavia o Líbano.
Los tarzanes apócrifos españoles tienen numerosos puntos en común. Los argumentos son tópicos hasta la extenuación y siempre incluyen pérfidos cazadores y una escena con un cocodrilo de plástico. Todos los planos duran cinco minutos más de lo recomendable para llegar al metraje óptimo para el cine de doble sesión, se recrean en todo tipo de fauna y siempre se recurre a material de archivo documental para que podamos ver elefantes y leones . En definitiva: tedio, zoom, swahili chusco y bizarría de derribo.
Tarzán en la gruta de oro
(Manuel Caño, 1969)
(Manuel Caño, 1969)
El primero en atreverse fue Manuel Caño, director aficionado al turismo cinematográfico por América Latina por aquello de abaratar costes. A Tarzán le interpretó Steve Hawkes, que poco después acometería como autor total (director, productor, guionista y protagonista) una oscura joya del cine marciano y delirante: Blood Freak. Su aportación al mito del rey de la selva fue su aspecto patilludo y con tupé. Como detalle de buena voluntad no se ufanó el grito clásico y se grabó uno nuevo bastante deplorable al mismo tiempo que se substituía a la mona Chita por un loro parlanchín. Le acompañaba la selvática y jamona Kitty Swan como reina de las amazonas. Jesús Puente y Fernando Sancho hacían de cazadores malos y se enriquecía el subproducto con otra jamona hiperactiva de la coproducción hispano-italiana: Krista Nell. El guión era de Umberto Lenzi.
Atentos a la negra en pelotas. O es una trola o corre por ahí algún montaje con insertos subidos de tono.
Tarzán y el arco iris
(Manuel Caño, 1972)
(Manuel Caño, 1972)
Lo de la Gruta del Oro debió funcionar porque Caño repitió la jugada poco después, de nuevo con el pintoresco Tarzán con tupé y patillas interpretado por Steve Hawkes, que en las escenas con lianas pone aún más cara de susto porque sufrió quemaduras graves en una escena en la que se le ataba al suelo y se prendía fuego a su alrededor. Kitty Swan repetía de tarzana, aunque su aparición es fugaz, seguramente porque se piró tras el accidente, ya que ella también se quemó. Así que se recurrió al doble cuerpo de espaldas (canta un huevo dado lo rotundo de la jamona) y a escenas sacadas de la anterior película. Hacían de malos Peter Lee Lawrence (un habitual del espagueti), Ángel del Pozo y la italiana Agata Flori.
El subproducto se rodó en los pantanos de Florida y en Colombia; así, el espectador atento puede jugar acertijo geográfico. Es fácil porque el argumento gira sobre dos tramas que apenas se cruzan: la del niño aborigen que busca el ídolo que da título gayer al filme y la clásica expedición de cazadores furtivos y mezquinos. Más pistas: en Florida salen negros y en Colombia aborígenes sudamericanos, aportando un absoluto delirio geográfico que mezcla tigres, leones, pumas, elefantes de la India y papagayos amazónicos.
De nuevo se recurre al pintoresco grito de la anterior y se elimina a la mona Chita para desgracia de la chavalería. También se deja caer un posible adulterio, ya que en vez de con Jane cohabita con una tal Irula. Otros elementos pintorescos que hacen del filme seria candidata a un Trash entre Amigos son el comando de aborígenes ocultos tras máscaras de látex de Halloween o su consideración de película mondo para todos los públicos que incluye la muerte de diversos ofidios o el lamentable maltrato de un elefantito. A esa sensación de peli mondo sin querer se añade una banda sonora de lo más dispar. En la típica jugada de trilero fílmico, tuvo distribución en vídeo con una carátula en la que salía un buitre gigante. Yo aún lo estoy buscando.
Les dejo el trailer...
y un fragmento lamentable
Tarzán en las minas del rey Salomón
(José Luís Merino, 1973)
(José Luís Merino, 1973)
José Luís Merino continuó el chollo de los tarzanes no autorizados made in Spain con la más conocida de todas gracias a la presencia de dos actores célebres de nuestro cine: Nadiuska y Paul Naschy. La estrella del fantaterror hacía de malo malote y la aquí jovencita y futura estrella del destape de Doris, con la que de nuevo Tarzán le metía los cuernos a Jane. A estas alturas sospecho que se evitaba a Jane y Chita por puro recato, dada la ilegalidad, para así poder estrenar las películas en algunos países cambiando el nombre de Tarzán por cualquier otra fotocopia selvática.
De Tarzán hacía el nadador canario David Carpenter, nacido Domingo Codesino Hernández, e incluye una metáfora mítica: cuando el rey de la selva besa, por fin, a Nadiuska, la cámara muestra imágenes de flores y abejas en plena polinización.
Más sobre la película aquí y aquí
Tarzán y el misterio de la selva
(Miguel Iglesias, 1973)
El relevo lo tomó Miguel Iglesias, también conocido como M.I. Bonns (que poco después repitió las tramas selváticas mejoradas con color jamonil en Kilma, reina de las amazonas y La diosa salvaje, ambas con Eva Miller de potra, digo prota). El malo era un criminal nazi, que siempre da color pOp. Al rey de la selva lo interpretaba el culturista soriano Richard Yesteran (nacido José Luís Ayestaran), quien luego sería nuestro simpar Supersónic Man además de doble de Schwarzenegger en Conan el Bárbaro.
Tarzan y el Tesoro Kawana
(José Truchado, 1974)
(José Truchado, 1974)
Yesterán repitió como hombre mono en la última y más ignota de todas, de la que poco puedo decir más allá de la presencia de Frank Braña (supongo que haciendo de malo) y Loreta Tovar. He localizado un tutubo que ayuda a hacerse una idea del despropósito producido por Profilmes.
Bola extra 1
Yesterán también picoteó en el cine clasificado “S” junto a Susana Estrada, nada menos.
Bola Extra 2
Una variación dentro del Tarzán español apócrifo y sin derechos consistía en hacer pasar fotocopias por originales para alegrar la taquilla. Así, la italiana Tarzak contro gli uomini leopardo (1964) se camufló en España como Tarzán contra los hombres leopardo y su continuación, Per una manciata d'oro (1965), en Tarzán y el tesoro escondido.
Pero mi preferida, en esta práctica, es el caso de la también italiana Karzan, il favoloso uomo della jungla (1972), que se estrenó en España como Tarzán, el fabuloso hombre de la jungla. Les doy dos razones. Primero, el fabuloso nombre de su actor protagonista: Johnny Kissmuller Jr. Segundo, este vídeo sin desperdicio.